Me despierto con la novedad de que el presidente Tabaré Vázquez renunció al Partido Socialista, argumentando estar "dolido" por el rechazo del mismo en el 46º congreso a su veto de la Ley de Salud Reproductiva o de legalización del aborto. Vázquez cumple así, a pesar de estar aún en el poder, con uno de sus juegos políticos favoritos: la amenaza de deserción, recurso con el cual tuvo al FA al servicio de sus caprichos durante los últimos quince años. Abandona su partido porque el mismo fue consecuente con su política respecto al tema, definida desde antes que Vázquez ingresara al Partido Socialista en 1983.
Vale la pena recordar esa fecha de ingreso -1983, apenas dos años antes del regreso a la democracia-, porque la misma explica la absoluta tranquilidad con la que Vázquez, el gran líder de la izquierda, atravesó la dictadura militar sin ser catalogado como ciudano B o C y ocupando incluso algún cargo estatal. De hecho un año antes de ingresar al PS, Vázquez había representado a Uruguay -y a su Estado de aquel entonces- en el XI curso de investigación cancerológica. En 1986, cuando la mayoría de los cuadros principales del FA recién habían vuelto del exilio o salido de la cárcel, buscando como reinsertarse económicamente en su país, se convirtió en un acaudalado empresario de la salud al comprar con dos colegas el 75% de las acciones de la ahora llamada Clínica COR. Pero si no había sido un gran izquierdista ni resistente durante la dictadura, sí había sido presidente del club de fútbol Progreso desde 1979, y tuvo la insólita suerte de que dicho cuadro ganara el campeonato uruguayo en 1989. Poco tiempo antes, como tesorero de la campaña del Voto Verde -una campaña pésimamente promocionada- había sido parte de un enorme fracaso, pero la idea del presidente de un cuadrito chico de barrio obrero que le gana a los grandes prendió inmediatamente en el imaginario maracanístico uruguayo y frentista, sobre todo en los sectores más izquierdistas -que querían evitar a toda costa que el candidato fuera el más moderado (pero con mayoría de votos) Hugo Batalla-, que lo sacaron de la galera como candidato ideal para la IMM, a pesar de ser socialista, abandonando la tradición del FA de presentar solamente candidatos independientes-, y el doctor ganó.
Cuando uno coteja las fechas y la velocidad del ascenso de Tabaré Vázquez en el FA y su postulación como candidato a la IMM, se llega fácilmente a una conclusión: Vázquez sólo tenía cinco años de militancia política y durante ese mismo año -1989- estuvo abocado más que nada a sacar campeón a Progreso, lo que abona algo que yo siempre creí: ese año Montevideo era frenteamplista, como lo sigue siendo a pesar de las abominables gestiones de Vázquez y Arana (al menos la segunda), y hubiera ganado aunque hubiera postulado Ronald McDonald como candidato. Pero eso nunca fue evidente para la dirigencia del FA que se abotonó con la idea de que el doctor era su figurita ganadora y le fue cediendo poder hasta convertirlo en el presidente de su fuerza primero (desplazando a la figura heroica de Liber Seregni) y luego del país. Esa unanimidad en considerar a Vázquez imprescindible (un concepto que de por sí debería haber sido combatido en una fuerza política basada en el consenso colectivo) le permitió acumular poder y bloquear cualquier posibilidad de ascenso de figuras más jóvenes o con mejor curriculum militante. Su arma histórica de control de la fuerza fue la amenaza de deserción, algo que llegó a hacer (brevemente) durante 1997.
Tal vez esa acumulación de poder haya sido el elemento aglutinante que mantuvo al FA unido todos estos años, pero también significó la transformación de la coalición en una fuerza pacata, conservadora y de evidente tono demagógico y populista. Durante su administración de la IMM, Vázquez plantó todas las bombas de tiempo que estallarían años después, otorgando una serie de privilegios totalmente desproporcionados a los trabajadores municipales sin pedir la menor contraprestación o control de calidad laboral a cambio. Como candidato, Vázquez imitó el estilo de los predicadores religiosos, sustituyendo propuestas por voluntarismos y metáforas berretas, apelando principalmente al voto femenino -especialmente el de las mujeres maduras que lo consideraban encantador y sexy- e introduciendo el cambio de orden genérico de "uruguayas y uruguayos". Tras ser desmantelado en un debate con el pérfido y siempre inteligente Julio María Sanguinetti, Vázquez se negó sistemáticamente a debatir con cualquier otro candidato, aunque llegó a hacer una oferta de debate a Jorge Batlle cuando se hizo claro que no era el favorito en las elecciones de 1999. Durante todo ese tiempo se caracterizó por favorecer o hacer caer de su gracia a cualquier figura o voz de la izquierda que lo cuestionara. Un informe de Brecha sobre un negociado más bien turbio que involucraba a su hijo tuvo como consecuencia que el lider de la izquierda dejara de hablar definitivamente con el medio de prensa de la izquierda más pensante, crítica y educada. Ese veto no se levantó jamás salvo una breve (y necesaria en términos electorales) entrevista por escrito concedida en la campaña del 2004. Mientras tanto no tuvo el menor problema en conceder decenas de entrevistas a cuanto medio conservador que se la solicitara.
Practicamente no ha habido militante de izquierda más o menos pensante que no rechazara su estilo demagógico de catequista y su forma de conducción mediante el chantaje, pero la convicción de lo imprescindible de su figura lo mantuvo siempre a la cabeza del partido y de la candidatura a la presidencia. Antes de ganar en las elecciones del 2004, Vázquez ya había perdido dos veces, algo que en cualquier otro país destruiría la carrera de un candidato, pero se siguió confiando en él. Cuando ganó, con una mayoría de un 1%, Uruguay se encontraba aún inmerso en la peor crisis de su historia, la cual había desintegrado virtualmente al Partido Colorado y su enorme caudal electoral. Sin embargo el FA apenas ganó, y todos sus cuadros coincidieron en que era en una enorme parte mérito de Vázquez, que -repito- ya había perdido dos veces.
Sobre la práxis de Vázquez como presidente prefiero no hablar, porque se ha hablado mucho, pero estaría bueno que alguien me señalara una medida realmente progresista que se le puede adjudicar a su iniciativa -no a la del partido-; las imagenes que me vienen a la cabeza primero siempre son el traslado de la estatua de Wojtyla a un lugar preferencial y el gratuito ninguneo a la asunción del primer presidente indígena de América Latina.
Y ahora renunció al envejecido e intrigante Partido Socialista, el partido que consiguió postularlo a la IMM por encima de candidatos más nobles y preparados cuando no era más que un dirigente de fútbol. Renunció porque el Partido Socialista decidió, por una vez en los últimos veinte años, ser más socialista que vazquista y no apoyarlo en su terca y autoritaria traición a la voluntad de toda su fuerza política. Renuncia y le quita su apoyo un año antes de las elecciones, en el momento en que el partido realmente necesitaría de su carisma berreta como mascarón de proa.
Bueno, que se jodan. Ellos lo crearon y entronizaron, y ahora tienen que hacerse un baño de asiento para calmar el dolor de su abandono sin siquiera haber tenido la oportunidad de echarlo dignamente, como corresponde a alguien que traiciona los postulados de la mayoría de su fuerza. Hoy se escuchaba quejarse en las radios a Mónica Xavier y otras figuras del PS, y ofrecer la mano abierta para que el doctor vuelva a la casa a la que vació de significado y prendió fuego. Ahora tienen un lindo vacío para evaluar el enorme espacio que le delegaron a un hombre conservador, mediano, autoritario y vengativo, que los abandona cuando más lo necesitan, por atreverse a desobedecerlo y cuando ya ha obtenido del mismo todo lo que podía obtener. Repito sin alegría; eran el partido de Emilio Frugoni y ahora son esa cosa mortecina ante la partida de un millonario católico y masón: que se jodan.
jueves, 4 de diciembre de 2008
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