viernes, 28 de diciembre de 2007

Euzkalerría, los iroqueses y un montón de caca así de grande

Leo un texto del escritor, periodista y jerarca municipal Fernando Butazzoni en la contratapa del semanario Voces del Frente. En el mismo Butazzoni narra la historia de una tribu india iroquesa que avecinándose un crudo invierno en 1689, solicitó refugio en un poblado llamado Ann Arundel Town. Los habitantes de dicho pueblo le negaron el asilo a los indios, lo que produjo la muerte de muchos durante aquel cruel invierno y ahondó una brecha irreparable entre los iroqueses y los blancos.

A continuación Butazzoni hace un violento viaje en el tiempo para comparar aquella tragedia con una de menores proporciones; a comienzos de este mes el Ministerio de Vivienda decidió "relocalizar" a 19 familias de un asentamiento ilegal de Comercio y Pernas, e instalarlos durante dos años en el complejo habitacional de Euzkalerría. De inmediato los vecinos del Euzkalerría se reunieron para detener la medida del Ministerio, aduciendo -según Butazzoni, que llena de asombrados "sic" las citas de frases perfectamente comprensibles y bien redactadas- que esas familias tienen "costumbres muy, muy distintas", que "manejan otros códigos" y que tienen "falta de hábito de trabajo legal". Lo cual sostenían que iba a alterar el delicado equilibrio social de estos enormes complejos habitacionales. Movilizados, los vecinos amenazaron con dejar de pagar sus cuotas al BHU.

Butazzoni se enoja mucho y compara esta actitud con la de los que mandaron al muere a los indios iroqueses, pero a pesar de lo exagerado de la comparación, el escritor plantea la misma en forma desfavorable para los vecinos del Euzkalerría, ya que mientras los colonizadores habían sido brutalmente francos acerca de su desagrado por los indios, "a los vecinos de asentamiento de Pernas y comercio los han inundado con circunloquios y trampas retóricas, izquierda mental, derecha espiritual". Luego los trata de insolidarios y metonímicamente los convierte en una muestra de la fractura del tejido social, etc, culmina razonando que, ahora que las cosas empiezan a ir bien en el país (...) y que la reforma tributaria "abrió de prepo nuestros bolsillos", es hora de "abrir los corazones" para que "episodios como el de Euzkalerría, que nos denigran a todos como sociedad, no ocurran más".

Ahora vamos a dejar de lado la injusticia fundamental de que -mientras los habitantes del Euzkalerría pagan religiosamente (bueno, los que lo hagan) sus cuotas del BHU por su pertenencia a ese otrora modélico complejo- el Ministerio de Vivienda decida regalarle el acceso al mismo a un número de familias que el mismo Estado decidió desplazar desde su asentamiento original. Dejemos de lado el que no se puede acusar a una comunidad de falta de solidaridad por reaccionar ante una medida que ella no decidió y que fue negociada sin consulta. Dejemos de lado el que "solidaridad obligatoria" es un oxímoron. Dejemos de lado la depreciación inmediata de las propiedades que eso significaría (ay, sí, lo material, qué cosa), algo que maldita la gracia que le debe hacer a quienes vienen pagandolas desde hace años y que no son precisamente parte de los dueños del Uruguay. Dejemos de lado el que por mucho que se indigne Butazzoni las diferencias culturales esenciales entre la clase media-baja, o la clase trabajadora en general, y los desclasados próximos a la indigencia de los asentamientos es real y no un prejuicio alimentado por los ideólogos malos del capitalismo. Dejemos de lado que los motivos enumerados por los habitantes del Euzkalerría no son eufemismos que oculten prejuicios de clase sino que son hechos bastante objetivos. Dejemos de lado el que si hay un clasismo violento es el de las autoridades que creen que, como ganan poco, los trabajadores habitantes del Euzkalerría son idénticos a los de un asentamiento, mientras que a nadie se le hubiera ocurrido siquiera relocalizar a esas familias en alguno de los edificios estatales al pedo en un barrio más burgués. Dejemos de lado el eterno maniqueísmo infantil de pobres buenos, vecinos malos. Dejemos de lado la pregunta obvia de si el enojado Butazzoni vive por casualidad en el Euzkalerría, condición sine qua non para opinar con semejante autoridad moral. Dejemos de lado a Butazzoni. Dejemos de lado el voluntarismo, el pensamiento rousseauniano, la demagogia y la generosidad solidaria con lo que no es de uno, y preguntemos simplemente: ¿quién fue el genio al que se le ocurrió relocalizar familias de un asentamiento justo, justo, justo en el Euzkalerría? Aún sabiendo que dicho ministerio tiene luminarias como Mariano Arana y Jaime Igorra a la cabeza, me sigue pareciendo un chiste de mal gusto.

Me explico para los desmemoriados; el complejo Euzkalerría 70, habitado por alrededor de 1.400 familias de trabajadores de clase media-baja en su gran mayoría, convive, calle de por medio, con un asentamiento particularmente violento -uno de los siete de la zona-, ubicado en los alrededores de la Facultad de Ciencias, que se convirtió en un centro de rapiñas y arrebatos cuyas principales víctimas son las mujeres del complejo. El nivel de delincuencia llegó a tales grados que los almacenes de la zona instauraron un servicio de custodia para que las amas de casa pudieran hacer las compras sin ser asaltadas en el camino.

Como si esto no fuera motivo de tensión, hace apenas tres años, un policía que prestaba el servicio 222 en el complejo -pagado los vecinos del Euzkalerría justamente por el aumento de los delitos en la zona- enloqueció por las bromas de un grupo de adolescentes del complejo y abrió fuego contra los mismos, matando a un muchacho, Santiago Yerle de 18 años, e hiriendo a otros cinco. La atrocidad produjo una reacción inmediata de los vecinos, que salieron en masa a protestar contra la policía, pero también la de los habitantes del asentamiento, que, aprovechando que la indignación de los vecinos había hecho retirarse a la policía, cruzaron la calle para saquear los comercios y garages del complejo, asaltando de paso a varios vecinos al grito, según testimonios recabados por los boletines del PVP (no precisamente una fuente portavoz de la derecha o la mano dura), de "Vamos a robar todo, a ver quién nos para". Hubieron 300 llamadas del Euzkalerría 70 al 911, que no las contestó, y al otro día el complejo amaneció con uno de sus muchachos muertos, varios baleados y, como si fuera poco el dolor de esta muerte absurda, con sus escasas pertenencias robadas y su entorno vandalizado en honor a la oportunidad generada.

Es decir, no debe haber comunidad montevideana más sensibilizada negativamente -con mucha razón o con poca, pero no sin razones- hacia los asentamientos que los habitantes del Euzkalerría. ¿Y qué se le ocurre al Ministerio de Vivienda? Instalar a 20 familias de extracción similar en medio del complejo. Genial, ¿por qué no un monumento a Rampla en el Tróccoli, ya que estamos?

No quiero tomar partido definitivo en estas cosas, ante la tan mentada fractura social podemos discutir horas sobre que vino primero, si la gallina o el huevo, y no llegar a nada, pero el asunto es que la misma existe y hay medidas de largo y corto plazo para subsanarla. El voluntarismo y la fe en la condición humana no son precisamente condición esencial para las mismas y la reducción de los fenómenos de violencia al hambre es una simplificación tan criminal como los hechos mismos que producen esa fractura. No hay problemas con soñar con mundos mejores, siempre y cuando durante la vigilia se recuerde que estamos en este.

En su nota Butazzoni enumera las terribles e innegables condiciones que se viven en los asentamientos -ratas, piojos, basura, dentaduras destartaladas, ignorancia- y recuerda que estos marginados no son bienvenidos en la mayoría de los otros barrios. "Ellos tienen amplios territorios que les están vedados, barrios en los que no se aventuran, calles por las que nunca han pasado siquiera". Es verdad, sin dudas. Pero Butazzoni, como parte de la IMM debería -antes de aplaudir la disposición arbitraria de comunidades ajenas- hacer las cuentas de cuántas viviendas podría haber aportado la intendencia con los millones de dólares que dejó evaporarse de las arcas de los casinos, o con los más numerosos aún que pasaron a los bolsillos de los funcionarios de ADEOM a causa de los horrores contractuales de la administración frenteamplista. Y debería, sobre todo, dar vuelta el telescopio y recordar también que no solo los marginados tienen espacios vedados, que hay otras zonas prohibidas para la mayoría de los montevideanos cuya transgresión no se paga con el desprecio o la mueca clasista sino muchas veces con las pertenencias más queridas o con la propia vida. Como las calles que rodean al complejo Euzkalerría, convertidas en territorio apache para todas las mujeres, los ancianos y los trabajadores que alguna vez soñaron en vivir en paz en una comunidad colectiva, bajo sus propias reglas.