
Traducción tupí (o más bien paulista) del glam británico y el glitter yanqui, los Secos e Molhados siguen siendo un ejemplo de cómo se puede reprocesar una influencia global o de moda en un formato no subordinado, propio y efectivo. Con su chocante maquillaje a la Kiss y una androginia junto a la cual David Bowie parece Pappo, los Secos e Molhados se transformaron en un éxito arrasador en su país, vendiendo cerca de un millón de discos, llenando estadios e implosionando a velocidad kamikaze apenas dos años luego de su creación, dejando atrás apenas dos discos, de los cuales el primero es una de esas joyas rutilantes de su tiempo; un disco con no pocos puntos de contacto con discos contemporáneos como el Psychomodo de Steve Harley, el School's Out de Alice Cooper o el debut de Jobriath, que contiene esa combinación de rock, cabaret y alta cultura literaria, pero que le agrega un componente de delirio y libertad brasileña que lo convierte en un disco mucho más vital y fluído que cualquiera de los mencionados, y posiblemente superior también.
Se sabe que fue el periodista y compositor João Ricardo el cerebro y líder de esta idea asombrosa, que Gerson Conrad fue el quien musicalizó el texto que da origen a este post y que Luli es la responsable principal de 'Fala' y 'Vira' dos de los principales hits del grupo, pero el arte no sabe de justicia -o tiene otra clase de justicia- y el único integrante que no compuso una nota para la banda va a ser siempre el miembro más recordado de Secos e Molhados: el fantástico Ney Matogrosso. Un auténtico fenómeno de la naturaleza, Matogrosso es dueño de una voz excepcionalmente aguda, que de haberse dedicado a la lírica podría ponerlo en la categoría de sopranista, un auténtico heredero de los castrati. Es una voz tan inusal que las primeras veces que uno la escucha puede incluso resultarle graciosa, pero la fuerza -y hasta majestuosidad- de su sostenido falsete la convierte en algo único: la perfecta voz andrógina. Una voz mutante y de ciencia-ficción que provenía de una criatura extraterrestre, desvergonzada, profundamente sexuada y afeminada aunque nunca intentando pasar por mujer. Era un monarca de los putos y un escándalo ambulante el Ney Matogrosso; y un escándalo que deambulaba entre las feroces y conservadoras dictaduras latinoamericanas de los setentas, como si fuera un terrorista erótico.
Separado de los Secos e Molhados en una jugada individualista que aún hoy, a más de treinta años del hecho, sigue indignando a João Ricardo, Ney Matogrosso visitó varias veces Punta del Este en el apogeo de su carrera como solista. Era una Punta del Este distinta, en la que recién comenzaba el boom de la construcción. Una Punta del Este incipientemente elitista pero aún integrada y llena de ventanas a la clase media, donde su aristocracia era culta, bohemia y campechana, donde Astor Piazzolla pescaba tiburones embarcado, Vinícius de Moraes se emborrachaba junto a Carlos Páez Vilaró y Les Luthiers probaban sus nuevos chistes. Una Punta del Este que fue definitivamente arrasada por la grasada menemista y que ahora cuelga grotesca como un collar de diamantes en forma de pija sobre un escote de un millón de dólares.
En esa Punta del Este yo paseaba con mi abuelo por Gorlero, yendo a pescar a las marinas, y me quedaba sorprendido por los carteles multicolores que anunciaban los shows de Ney Matogrosso en el Casino de Gorlero -el verdadero casino de Punta del Este en aquellos tiempos anteriores a la atrocidad visual del Conrad-, unos carteles en los que se veía a Matogrosso con un traje de una pieza pegado al cuerpo pero con el pecho descubierto, como el de Freddie Mercury, adornado con un sinnúmero de lentejuelas y plumas exóticas. Una imagen chocante y profundamente sexuada, incluso para un niño que todavía no sabía lo que era la sexualidad. Mi abuelo miraba a ese cartel y decía con resignado asombro "que los parió a los brasileros". No había nada moral en su observación, nunca escuché a mi abuelo hacer reflexión moral alguna sobre nada; le gustaba tomar sol en pelotas en plena Isla Gorriti, pescar, opinar a los gritos, agarrarse a trompadas en plena plaza de Maldonado y enseñarle pequeños actos delictivos a sus nietos ante el horror eterno de mi abuela. Si uno vivía en aquella Punta del Este, en aquella casa de Las Delicias, entre aquellos personajes, alguien como Ney Matogrosso era simplemente un visitante más, hasta lógico, de esa ciudad bizarra, llena de lugares secretos, historias misteriosas, cañadas no entubadas y arquitecturas imposibles. Ahora es una ciudad plana, grosera, y todos -Vinicius, mis abuelos, Piazzolla, mi tía Marta, que me enseñó a putear con furia y gracia...- están muertos.
Gracias a mis tías se escuchaba mucha música brasileña en la casa de mis abuelos. Mucho Vinicius, mucha María Bethania y mucho Roberto Carlos, pero nada de Secos e Molhados. No tengo ni idea de por qué, posiblemente ni se conocía. Así que Ney Matogrosso fue para mí un poster gracioso durante unos quince años más, hasta que en casa de un brasileño e intercalada entre discos de Sepultura y Mulheres Negras escuché la 'Rosa de Hiroshima'.
Pensem nas crianças
Mudas telepáticas
Pensem nas meninas
Cegas inexatas
Pensem nas mulheres
Rotas alteradas
Pensem nas feridas
Como rosas cálidas
Mas, oh, não se esqueçam
Da rosa da rosa
Da rosa de Hiroshima
A rosa hereditária
A rosa radioativa
Estúpida e inválida
A rosa com cirrose
A anti-rosa atômica
Sem cor sem perfume
Sem rosa sem nada

Pero se intenta, y se cae en las mismas metáforas solares y vegetales que inspira su hongo obsceno, se cae en la queja fatalista y la pregunta retórica, en la mala poesía cómoda en el consenso del sentimiento indiscutible. Puta, se ha compuesto y escrito tanta basura al respecto que la sola mención de Hiroshima en el título de algo puede disuadir su escucha o lectura. Lo más recomendable es hacer una película, como Gen, como Hiroshima mon amour, y dejar hablar a las imágenes.
Pero no hay temas imposibles en las manos de personas como Vinicius de Moraes. Prueba de ello es que escribió el poema 'Rosa de Hiroshima' en New York, entre 1946 y 1950 -es decir, cuando el triunfalismo del fin de la Segunda Guerra Mundial aún no había desaparecido y el pánico del equilibrio atómico de la Guerra Fría todavía no era evidente, y de hecho no es un poema surgido del miedo y el grito de alerta, sino de un espanto y una tristeza casi resignados, un poema con los ojos en la nuca que suplica por la memoria inmediata sin hacer alusiones al futuro, y que elige una metáfora vegetal distinta a la habitual en relación a las explosiones atómicas; en lugar de volver al hongo -que no sólo se asemeja más a la nube de la bomba sino que además connota varias características ponzoñosas- elige el símbolo universal de la perfección, la pureza y el logro absoluto: la rosa.
Sólo esta elección haría el texto de Moraes excepcional, pero todo él es una pequeña joya que combina la parquedad juguetona de los concretismos norteños (cronológicamente es en realidad bastante anterior a los planes de los hermanos de Campos), con una letanía casi bíblica en sus repeticiones y sus pedidos, suavizados al oído español por la única y respetuosa forma del imperativo portugués, esos suaves y definitivos "pense". En una primera lectura parece un poema derrotado por el ingenio y los adjetivos extravagantes, pero casi de inmediato nos damos cuenta que la sucesión de atributos con los que rodea a sus crianças, meninas y mulheres sorprende pero no tiene la sorpresa por fin, sino una precisión definitiva, que podría causar la envidia de Borges, el señor del adjetivo solitario y perfecto. Moraes evoca infantes mudos, telepáticos; niñas ciegas ("inexactas") y mujeres rotas ("alteradas"). Un paisaje estremecido pero no necesariamente ligado a la explosión que suplica recordar en la segunda parte del poema y que me gusta pensar como independiente de la introducción. Me gusta pensar, y creo que es así, que la enumeración de lesiones e intuiciones psíquicas de la primera parte están en el propio ojo y no en lo que observa.
Por último introduce a la rosa, a la rosa a la que niega a la vez cualquier característica de rosa y hasta la propia identidad que le cedió al nombrarla. Hay alguna adjetivación obvia en los ocho versos finales ("radioativa", "atômica"), que son perfectamente disculpables con una contextualización histórica (¿qué tan frecuente era ver esos adjetivos en una poesía de 1948?), pero también hay versos brillantes como el aparentemente tonto "A rosa com cirrose" y la exasperada culminación del poema, que en el fondo es una demostración de simple sentido común y sangre caliente, dos características propias de los poetas populares como Moraes.
Pero 'Rosa de Hiroshima' es una canción, y estoy hablando de ella como parte del repertorio de Secos e Molhados, no del poemario de Vinicius -aunque evidentemente pertenece a ambos-, y es una canción que utiliza el discutible recurso de musicalizar un poema pensado para ser leído, no escuchado, y el hecho de que Vinicius también fuera músico es absolutamente irrelevante ya que él no musicalizó este texto ni lo presentó como destinado a ello, por más que tenga una rima agradable y una métrica bastante estricta. El tema de la musicalización de poemas merecería uno o más posts íntegros; si bien la relación entre canción y poema es vieja como un laúd, siempre desconfié de la misma, que en cierta forma es tan innatural como querer animar las figuras de un cuadro, y que presupone una transposición genérica -y un enriquecimiento ambiental no solicitado- siempre extremo. Al mismo tiempo tengo que reconocer mi debilidad y admiración por lo que han hecho con textos ajenos gente como Paco Ibañez, John Cale o Leonard Cohen (un experto equilibrista entre ambos mundos), lo cual no es una contradicción, porque uno de las pruebas secretas del arte es, justamente, tener en claro que es lo que no hay que hacer, lo que es una exageración, y hacerlo de todas formas. Es de lo que hablo en este post.
En este caso el resultado de la adaptación fue simplemente magnífico; João Ricardo puede burlarse de Gerson Conrad, como lo ha hecho, diciendo que todo lo que hizo es una canción, pero qué canción; es el tema más sencillo de Secos e Molhados, apenas un simple arpegio que recuerda ligeramente al de 'Heroin' y que pasa de La a Sol y luego a Re, para volver a La, excepto en los versos terceros donde comienza en Sol y hace un breve pasaje por Si-Sol menor y La sostenido. Es una estructura similar a la de un blues, pero no es un blues en absoluto, o es una forma olvidada de blues medioeval, ya que en la introducción se escucha una flauta, haciendo una frase que se repite al final del tema. Es una canción muy breve, especialmente para ser una balada, ya que dura apenas 2 minutos en los que dice todo lo que tiene para decir y alcanza. La instrumentación es igualmente parca; guitarra, la ya mencionada flauta y un bajo eléctrico que sigue el arpegio de la guitarra. Pero, claro, está la voz, inhumanamente afinada, de Matogrosso, que canta como una diva del Apocalípsis, como un ángel asexuado, mientras los niños y las mujeres se derriten -literalmente- a su alrededor.
Da la impresión al escucharlo que Matogrosso nació para cantar este tema que, incluído en cualquier retrospectiva de la obra del cantante, elimina a cualquier otra canción posterior que se ponga a su lado (aunque se integra perfectamente en el contexto de ese primer y genial disco de los Secos e Molhados). No es una crítica, como ya dije antes en relación a Gerson Conrad: ser un artista de una sola canción no es algo necesariamente malo, depende de la canción, y esta es enorme.
Dejé ex profeso sin comentar un verso del poema de Vinicius sobre el que en realidad no puedo hablar: "pensem nas feridas como rosas cálidas".
(Mientras espero horas en Emergencias de Impasa a que me hagan una breve, poco importante y dolorosísima intervención quirúrgica, pienso en escribir sobre aquella canción brasileña mientras veo pasar un desfile de ancianos en silla de ruedas, niños accidentados, mujeres con toses imposibles de interrumpir y personas asustadas y desnudas en general. Las enfermeras se mueven rápido pero el tiempo general es asombrosamente lento, pasando moroso entre los aparatos viejos y las charlas lacónicas. Al lado mío hay un número de Galería y, en su contexto, parece una revista pornográfica. La gran mayoría de las personas que esperan son ancianos con los pulmones colapsados por el invierno. Pero está una pareja de jovencitos notablemente inquietos y aterrados, está una mujer elegante, al otro lado del biombo, cuyo corazón no quiere estabilizarse, está este barbudo que no sabe qué mierda le está pasando porque la doctora le pide más y más estudios. Y aunque no puedo mover el brazo sin que sienta que me están matando -y me lo van a abrir en minutos- me doy cuenta de que en esta sala soy un privilegiado, porque sé exactamente la naturaleza y el grado del dolor que voy a pasar y sé, o creo saber, cómo va a terminar mi día, a salvo de los misterios y las sorpresas. Intacto, a pesar de todo, de este lado del gran biombo).
Es que yo a veces realmente pienso en las heridas como rosas cálidas.