lunes, 26 de marzo de 2007

Exquisitos

La reciente presentación de Toquinho en Montevideo me hizo pensar en algo, ¿sabrá el parceiro de Vinicius de Moraes que su nombre se ha vuelto un adjetivo y un involuntario aporte a la jerga secreta de los uruguayos?

Sin contar el coaccionado lustro de la Provincia Cisplatina, nunca se entrelazaron tanto la cultura brasileña y la cultura rioplatense (que la diferencia entre uruguayos y argentinos la hagan los políticos, los ambientalistas xenófobos y los imbéciles en general, yo no voy a hacerla más que cuando necesite una formalidad administrativa) como en ese período glorioso de los años sesenta en que no sólo surgieron gigantes artísticos en ambos territorios, sino que además -y eran tiempos de difícil intercambio cultural- esos gigantes viajaban de las tierras del español a las tierras del portugués constantemente y sus obras eran conocidas en ciudades de uno u otro lenguaje. Con defectos de traducción, por supuesto; cuando Astor Piazzolla hizo una serie de presentaciones en Río, se ofendió en un principio con esos músicos cariocas que mientras lo abrazaban le decían que era un "filho da puta". Para el autor de 'Invierno Porteño' ese era el más vil de los insultos y demoró en entender la admiración que en realidad intentaban transmitirle esos brasileños que creía unos bocasucia.

Imagínense la escena durante unos segundos: Piazzolla y su quinteto tocando encima del escenario y en el público Vinicius de Moraes, Baden Powell, João Gilberto...

Hoy Brasil y el Río de la Plata se dan la espalda en términos culturales. "Afortunadamente", dan ganas de decir cuando piensa en los intentos de polenización cruzada de Kevin Johansen y Paulinho Moska, pero uno sabe que hay mucho más y que hay ignorancias enormes y casi imposibles de subsanar en este tiempo en el que todo el mundo puede hablar pero que sólo se escucha a los que tienen un megáfono grande, caro y prestado con condiciones. En los sesenta, con discos rayados, giras ebrias y malentendidos idiomáticos, las dos culturas se descubrieron con admiración mutua que incluso puede rastrearse en los tangos cantados por Caetano Veloso o en las guitarras de bossa imposible de Eduardo Mateo. O, por qué no, en la maravillosa 'La bossa nostra' de Les Luthiers.

Cuando yo era niño o adolescente era casi imposible no encontrar en las discotecas de nuestros padres, o en las de los padres de nuestros amigos, algún disco de Vinicius y Toquinho, o de Maria Creuza cantando sus canciones. Recuerdo de muy chico escuchar junto a mis primos el tema 'A Tonga da Mironga Do Kabuletê', encantados tanto por el entusiasmo de su melodía repetitiva como por el hecho de saber que toda su letra era -según explicación de Vinicius- una puteada escrita en un idioma africano imaginario.

(Fast Forward: en 1994 estoy en una posada de Arraial D'Ajuda y su dueño me hace escuchar varias veces 'Tarde Em Itapuã' explicándome, en pleno entusiasmo místico, lo que Vinicius dice al comienzo de la canción: que él y Toquinho estaban tomando unas cachaças en Itapuã cuando de pronto vieron el mundo rodar. El dueño de la posada queda extasiado, pensando en la imagen con la vista perdida mientras escucha la melodía y luego agrega, más terrenalmente: "después las cachaças, probablemente los que rodaban eran ellos".)

Pero vuelvo a la pregunta original; ¿sabrá Toquinho los usos que se le ha dado a su nombre/apodo en estas tierras? Me explico para los extranjeros o los que no tienen amigos enamorados del lenguaje. En algunos círculos, especialmente entre gente que proviene o viaja frecuentemente al interior, el término "toquinho" se refiere menos al parceiro de Vinicius que al hecho de tener un cierto "toque" alcohólico. Es tanto una consideración moderada -el estar medio toquinho significa no estar borracho sino deambular esa frontera en la que los efectos del alcohol empiezan a ser perceptibles para los terceros- como un eufemismo; el que usa el término puede estarse refiriendo a una borrachera tremebunda, sea ajena o propia, pero la relativiza con el medio toquinho (el "toquinho" siempre va acompañado de otro relativizador, el "medio", inevitablemente, no sé por qué). A veces puede ser un poco brutal el referirse a alguien diciendo por ejemplo, "me parece que Isidoro estaba en pedo", en cambio decir "me parece que Isidoro estaba medio (o "un poco") toquinho" es perfectamente aceptable. Uno mismo puede asumir sin vergüenza el haber estado toquinho -aunque se esté refiriendo a una situación en la que se terminó nadando desnudo en la fuente del obelisco- porque el término define un límite tolerable y hasta simpático del consumo de alcohol, esa embriaguez que no molesta a nadie y puede ser asumida como parte del hedonismo semanal o cotidiano sin que nadie quiera internar a nadie. La etimología de la palabra es transparente como pocas en el lenguaje reciente y contiene una pequeña cuota de humor cotidiano que suaviza aún más su carácter eufemístico.

Los maestros canarios de la palabra, seres misteriosos que viven en la oscuridad semi-rural, que inventan distintivos propios para el habla uruguaya -tal vez para compensar la tradicional inquietud lingüística de los porteños- y quienes posiblemente acuñaron este uso inesperado de un nombre propio, en ocasiones pueden integrar al compañero Vinicius a la descripción. Por ejemplo cuando alguien está haciendo un uso excesivamente generoso del término toquinho al referirse a alguien que estaba tan ebrio que no podía distinguir una mesa de comedor de un baño, otro testigo puede corregirlo agregando al maestro Vinicius (cuyo nombre parece propio del más ebrio de los emperadores romanos) y completando el dúo para indicar que, como mínimo, el estado del referido era el doble de lo que el término toquinho abarca.

No es el único caso que el universo de la música popular toca el habla en forma inesperada, hay otro ejemplo -menos extendido pero lo bastante como para no considerarlo perteneciente a un sólo grupo de amigos- que también me fascina: el solonly.

Una vez más es un término más bien eufemístico y para ser utilizado con levedad humorística, y una vez más su procedencia es evidente: la canción "So lonely" de The Police yuxtapuesta con el adjetivo más simple, es decir, con "solo". He escuchado este neologismo extraordinario varias veces, pero inevitablemente en boca de gente relacionada con el interior (y, supongo, con los ya mencionados maestros canarios) y solamente en tono de amable reproche. Solonly o solonely (ignoro la grafía adecuada, siempre es una palabra sola, dicha de un tirón y jamás se percibe la "e" de los términos ingleses originales), sólo se utiliza en el contexto de las frases "Me dejaste (o dejaron) solonly" -que radica la culpa en los otros- o "Me quedé solonly" -que abre la posibilidad de que esa situación haya ocurrido por culpa propia-, y suele ser acompañada de otra comparación que amplifique la situación ("quedé más sólo que el uno"). Casi siempre es referida a una situación colectiva que de pronto deja de serlo y nunca es dicha como lamento doloroso; el idioma español es rico en términos para describir la soledad en forma angustiosa -aunque carece de la diferenciación elemental entre "alone" y "lonely", o siquiera la que existe entre "só" y "sozinho"- y este rebote absurdo de una canción del rubio Sting, no puede -ni debe- ser utilizado en forma dramática.

En todo caso, bluseros orientales, hay un desgarrador tema esperando por ahí a ser escrito y se llama Solonly y toquinho. La letra se escribe sola.


sábado, 17 de marzo de 2007

Negro y rojo

Pocas cosas más tristes que el casino del Parque Hotel de mañana. Cuando voy a sacar plata al cajero automático que está en su lobby, el único cerca de casa que funciona todos los días, veo a los empleados y las empleadas -todos asombrosamente gordos, ninguno joven- barriendo el piso y bostezando en sus taburetes, y siempre, no importa que temprano sea, un grupo de personas jugando en las máquinas. Afuera el sol hace hervir el asfalto que se aferra de los tacos de las damas, adentro hay aire acondicionado. Y aire limpio: los casinos están bajo las leyes anti-tabaco promulgadas por Tabaré Vázquez y los jugadores tabacómanos (o simples fumadores ocasionales) tienen que salir hasta la entrada para fumar sentados en los muros que bordean la escalera del casino.

Hay una paradoja en estos fumadores y posibles ludópatas; la disposición que los obliga a fumar afuera les otorga en cierta forma una interrupción semi-obligatoria del frenesí en el que suelen caer los jugadores compulsivos. Un cigarrillo dura varios minutos, minutos en los cuales uno puede reflexionar un poco acerca de la conveniencia o no de volver a ingresar a la sala. Me imagino que la mayoría vuelve a entrar y a jugarse lo que tienen y lo que no tienen, pero estoy seguro de que un puñado de esos fumadores encontraron en esos minutos de humo un extraño respiro, el tiempo mental necesario para reflexionar e irse a sus casas antes de jugarse la ropa nueva de sus hijos o algo así. Para esta gente el fumar es la cosa más saludable que hicieron ese día.

Hay una hipocresía fundamental en el amparo estatal al juego -y al alcohol, gracias a ANCAP- en oposición a la feroz campaña anti-tabaco. La gran maldición de los vendedores de cigarrillos y los fumadores no es que se haya elegido un presidente oncólogo e hipocondríaco social, la gran maldición es que el Estado no tenga plantaciones de tabaco propias.

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Frente al casino hay un busto -bah, más bien una cabeza- de Perón. Creo que debe ser el único en todo Montevideo. Es apenas la cabeza y los chorros se llevaron -como en casi todos los monumentos del Parque Rodó- las letras que indicaban quién era. Aunque la escultura es más bien impresionista el perfil es inconfundible. Es raro encontrar un reconocimiento a Perón en Montevideo, el gran bastión de lo que los peronistas llaman "gorilas" y aquí llamamos "colorados", pero supongo que debe haber sido colocada en los tiempos de Carlos Menem y de la creación del ahora agónico Mercosur. Al fin y al cabo la supuesta sede del mismo es el antiguo Parque Hotel, debajo del cual subsiste como un forúnculo el casino.

La única referencia que pude encontrar en la web sobre las estatuas del Parque Rodó -una cita de Alejandro Michelena- menciona que la estatua de Confucio, inaugurada en los años setenta fue el último monumento inaugurado en el parque, pero tal vez el texto no esté actualizado. Es decir; es totalmente imposible que se colocara un busto a Perón durante la primera presidencia de éste, un tiempo de odio entre ambos países, y poco probable que eso hubiera sucedido durante la segunda presidencia, cuando los militares ya habían dado el golpe en Uruguay. Descontando las presidencias radicales y los gobiernos militares argentinos, la única administración peronista que se llevó bien con Uruguay fue la del canalla de La Rioja. Así que esto, sumado al modernismo de la pieza y al tipo de mármol de su pedestal, me hace jugar mis fichas a que fue inaugurada en algún ataque de emoción en los noventa. Si no es así, desasnenme.

Me gusta vivir cerca de un busto de Perón, más allá de una mórbida fascinación que tengo desde hace tiempo con respecto al peronismo histórico, tengo un vicio -que comparto con el Sueco Leiva- de citar a Perón de vez en cuando. No me incomoda en absoluto; también cito a veces a Mao, a Goebbels, a Millán-Astray, a Calvino (el suizo, no Italo) y al israelita que escribió el Salmo 137, todas fuentes al lado de la cual Perón es apenas un Viejo Vizcacha.

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La puerta de vidrio de la avícola de Frugoni y G.Ramírez está cerrada con llave, pero la empleada está adentro y todavía no es la hora de cierre. Viene a abrirme y me explica que esa misma tarde la asaltó uno de los malandras que pululan entre la playa y la zona norte de Palermo, y que rastrillan el barrio en forma periódica. Me dice que le puso un cuchillo en el cuello y que estaba tan sacado que, aunque ya la habían asaltado muchas veces antes, esta vez se asustó de verdad.

Las avícolas de Calpryca se han convertido en una de las presas favoritas de los ladrones de poca monta. El motivo es sencillísimo: son negocios de recaudación diaria constante, que no tienen vigilancia propia y, sobre todo, que están atendidos exclusivamente por mujeres. El índice de robos en estas avícolas es increíble, inversamente proporcional al tiempo que sus empleadas soportan trabajando allí.

Compro el pollo y me voy, bastante irritado. No sólo por el ladrón despreciable que le puso un cuchillo en el cuello a una mina trabajadora e indefensa para ir a fumarse una pipa -ladrón al que no me importaría si le cortan dos o tres dedos y lo obligan a fumárselos- sino por otra violencia menos evidente: la ejercida contra una mina que, después de haber sido asaltada brutalmente, se tiene que quedar en el negocio un par de horas para completar el turno.

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Más aún que la cabeza de bronce de Perón me gusta la estatua de Confucio, una de las estatuas más simpáticas de todo Montevideo. Siempre pienso -sin nunca cumplirlo- en ir a leer las Analectas al pie de la misma. Especialmente la última reflexión que el maestro chino incluyó en las mismas: "Quién no entiende el destino es incapaz de comportarse como un caballero. Quién no entiende los ritos es incapaz de establecerse. Quien no entiende las palabras es incapaz de entender a nadie".

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Conozco historias feas sobre casinos, historias de adultos que se mean sentados en sus taburetes porque no quieren -no pueden- cambiar de máquina o de mesa ya que están en una racha de suerte. O en una de mala suerte que esperan revertir con obsesión. Historias sobre niños que duermen en autos esperando a sus padres mientras estos intentan embocarle a un número o encontrar una carta. Historias de gente que se juega y pierde los sueños de otra gente.

De todos los vicios, o actividades compulsivas, es el que me resulta menos familiar; conozco el pico de adrenalina que se siente cuando estás jugando a las cartas y hay un gran pozo delante tuyo, pero jamás me pareció lo bastante intenso como para arriesgar grandes cantidades de dinero por él. Y el premio al final no es más que más dinero. No voy a hacerme el mano santa espiritual, pero no lo entiendo. Prefiero las intoxicaciones que modifican la percepción de la realidad y nos aproximan a conocimientos inmateriales, no las que profundizan el sistema de valores y necesidades vigente.

Pero respeto el deseo de autodestrucción y el llamado de Tánatos, es una de nuestras características más intrínsecamente humanas, y me parece que todo el mundo tiene derecho de hacerse daño a sí mismo en forma parcial o total, sea metiéndose tóxicos en el cuerpo o regalándo en un juego de azar los bienes materiales que facilitan la vida. No entiendo en cambio por qué el Estado debería ampararlo y fomentarlo. Quiero decir; sí en el caso de que las ganancias se redistribuyeran en la sociedad de alguna forma, pero una curiosa combinación de pésima administración, demagogia y pura corrupción hizo que los casinos estatales de Montevideo fueran los únicos dándo pérdida en el mundo entero. Lo cual implica que no sólo no se obtienen de ellos ganancias a redistribuir entre los más necesitados, sino que incluso se toma dinero de las arcas municipales para regalárselo por una parte a amigos de la burocracia que los administra y en otra parte a un personal que no aceptó un recorte de ganancias proporcional a la disminución de ingresos y que cobran un fijo ficto de propinas, atiendan como atiendan al cliente. Existan las propinas que existan.

Pero ninguno de estos abusos me impresiona tanto como el exquisito sadismo de quién colocó al único cajero automático del Banco República que hay en el barrio en el lobby del casino. Una licorería en la puerta de Alcohólicos Anónimos sería mucho menos grosera y cruel. Hay que tener muchos años de sucio hijo de puta para imaginar algo así.

sábado, 10 de marzo de 2007

Rojos

Fui a la marcha de repudio a la visita de George Bush Jr. A pesar de todo el disgusto que me han producido los últimos movimientos y actitudes gubernamentales decido ir a la más "oficialista" de las dos marchas convocadas para el mismo día. Lo hago por dos motivos; por un lado la simple simpatía que le tengo al PIT-CNT, por otra parte me pareció tan imbécil la división de protestas y la actitud caníbal de Irma Leites -una mujer que cree que el graffitear cualquier muro es un "derecho" y que parecía estar organizando una marcha contra Juan Castillo y no contra Bush-, que poco me interesaba engrosar los números de su movida. Además todos sabemos que para organizar marchas pacíficas -y yo estaba en plan muy pacífico- no hay nadie como los bolches.

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Voy solo, pero me encuentro con muchos conocidos, algunos de ellos totalmente inesperados y raros de ver en manifestaciones. Bueno, yo soy raro de ver en manfestaciones. Uno de los amigos que me encuentro me dice "y, si no venís a esta marcha, ¿cuándo vas a ir a una?". Es cierto: viene lo que puede considerarse un dictador mundial, el responsable de cientos de miles de muertes, el garante de un sistema económico homicida y el principal enemigo del medio ambiente, y viene invitado por un gobierno de izquierda, que lo recibe como si fuera un niño esperando a Papá Noel. ¿Qué más se necesita para sacarte de tu casa?

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Hay muchas chicas jóvenes en la marcha, muchas de ellas con banderas de la UJC, todas tienen más o menos el mismo uniforme casual, que era el mismo que otras chicas llevaban en las marchas de los años 80, y las de los años 90. Y las anteriores, supongo. Siempre están mal peinadas, fuman en cadena, llevan colgada del hombro una matera o un morral, son más expresivas y ruidosas que sus acompañantes masculinos, y están muy fuertes aunque hagan como que no se dan cuenta. Siempre parece que se hubieran vestido con lo primero que encontraron pero siempre tienen el mismo pantalón particularmente pegado al culo, siempre la misma remera apretada que les marca las tetas, siempre el mismo descuido voluntario, la premeditada inconciencia. Hacen como si su atractivo sexual fuera un accidente que sucede por causas inevitables mientras ellas luchan por un mundo mejor, o peor, o el mismo con otro nombre; y esa sensualidad renuente es, por supuesto, un arma erótica de grandes poderes.

Nunca tuve una novia militante, supongo que por los mismos motivos que nunca pertenecí a ningún gremio estudiantil ni ninguna juventud politizada, pero ocasionalmente salí con algunas. Recuerdo que invariablemente cogían con el entusiasmo de un súcubo recién liberado del infierno.

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Cerca del estrado veo una secuencia formidable; un mega-plancha cubierto de tatuajes tumberos y cicatrices carcelarias deambula entre la gente visiblemente detonado. No se le entiende una palabra pero se nota claramente que está buscando armar algún bardo. Dos sindicalistas, veteranos pero gigantescos, cruzan unas palabras entre ellos y uno se acerca al malandra y con total calma y amabilidad le pide, con no sé qué excusa, que se corra unos metros hacia la bocacalle de Convención. Cuando llega hasta ahí otro sindicalista similar -evidentemente el servicio de seguridad del acto- también le pide que se mueva un poco. Cuando el tipo se quiere acordar ya está afuera de la multitud y entre él y el resto de la gente hay un pequeño cordón de cuatro o cinco ursos del SUNCA, imposibles de pasar con nada menos contundente que un tanque Stalin. El plancha putea un poco en un dialecto incomprensible y se va por Convención para abajo sin que haya ocurrido el menor incidente. Creo que varios boliches tendrían que pensar en los muchachos del SUNCA para que asesoren a sus patovicas.

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Después de Daniel Viglietti sube al estrado Araca la Cana, la bruta, para cantar "Maldición de Malinche", "La patria compañeros" y un par de temas propios. Es raro ver a una murga sin los disfraces y a cara lavada, todos llevan idénticas remeras rojas en las que se lee más facilmente el nombre del sponsor (chocolates Garoto) que el de la murga. El show es bueno y en cierta forma más efectivo que el de Viglietti, quién dentro de todo lo que habló podría haber recordado a ese comunista estetizado que fue el Darno. Entre los integrantes de la murga se destaca una única mujer (parecería que hay un cupo obligatorio de una mujer en estas agrupaciones tradicionalmente masculinas), tiene unos cuarenta años y tiene un extraño atractivo. Pero cuando canta tuerce la boca en forma grotesca hacia un lado, como si fuera una caricatura beoda de Carlos Gardel, lo que la afea mucho. Me pregunto si será consciente de esto.

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Cuando suben los convocantes a leer la proclama, suben con ellos un par de tipos enfundados con la pechera de nylon azul de la CTA argentina. Me parece algo bueno en este momento de tensiones nacionales y la CTA es una organización respetable. Uno de sus delegados canta el himno uruguayo de principio a fin. Me aburren los discursos altisonantes, así que cuando comienzan a leer la proclama me voy.

En el camino me cruzo con la otra marcha, la "radical". Al fondo de la misma vienen unos chicos de Quebracho haciendo quilombo. Creo que si me preguntaran qué podría ser la cosa más inoportuna, la que inflamara más la xenofobia anti-argentina, la imagen de unos integrantes de Quebracho rompiendo cosas por 18 de Julio vendría apenas un renglón debajo del bombardeo de Fray Bentos o la expulsión de todos los uruguayos residentes en Buenos Aires. Cantan "la prensa burguesa no nos interesa", pero les encanta salir en las fotos con el rostro cubierto, sintiéndose palestinos en la Intifada, alemanes de Bäader-Meinhof, black blocks genoveses... Su táctica es correcta porque cumplen todos sus objetivos: a pesar de que su marcha es diez veces menor que la del PIT-CNT, consigue diez veces más prensa. Y nadie termina en cana.

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Llego a casa, prendo la televisión y veo las filmaciones de los previsibles disturbios frente al McDonalds de 18 de Julio. Los comienza una chica con la cara tapada, supongo que luego le contará a sus amigos que fue ella la que tuvo los ovarios bien puestos como para romper el vidrio de ese símbolo capitalista. De pronto veo algo increíble: un tipo está pateándole la cara a un niño de diez u once años que está tirado en el suelo. Es una imagen de una brutalidad asombrosa, que solo es compensada por un acto diametralmente opuesto. A pesar de que es el momento ideal para sacar las fotos de portada, uno de los fotógrafos deja de hacerlo y se acerca para levantar al niño del suelo, sacarlo de la proximidad de las bestias, calmarlo y fijarse si no está lastimado. Yo lo conozco, es un gran fotógrafo, pero también es, evidentemente, algo más.

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Irma Leites deslinda responsabilidades de los quilombos originados en su marcha. Qué rostro de piedra. Habla en la televisión con la misma arrogancia de los iluminados de siempre, minimizando todo lo que pasó y maximizando una represión que fue en realidad inexistente. Me pasa lo mismo con los "radicales" -término que detesto- que me pasaba con los punks cuando era adolescente: tengo muchísimo en común con ellos, pero no los soporto. No, siempre voy a preferir a los viejos rojos y su vieja tradición de cálculos y consecuencias.

La misma noche voy a un cumpleaños y bebo vino como si fuera Nerón. Me despierto en casa con pocos recuerdos y una vaga sensación de culpa. No vuelvo a pensar en Bush, en los sindicalistas y en los radicales hasta que me siento a escribir esto.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Eduardo Darnauchans

A las siete de la mañana Emiliano Cotelo dice "murió Darnauchans".

Cuando yo tenía alrededor de 17 años y, por supuesto, vivía con mi familia, mi madre escuchaba exasperada mis largas sesiones de Dead Kennedys, Hüsker Dü, Sex Pistols, Mothers of Invention y demás agresores sonoros con los que yo estaba abotonado en aquellos días. Un día mi madre me preguntó que era eso que había estado escuchando que le parecía muy hermoso y le hacía acordar a la poesía española que le gustaba y le gusta tanto. Era Darnauchans, musicalizando el triste y hermoso poema del mexicano Francisco A. de Icaza, 'Miente', que dice simplemente "No importa que no me quieras / si me quisiste mujer / dime si son de placer / tus ojeras / No importa que no me quieras / engañame por favor / dime que son de dolor / tus ojeras".

Muchas veces después de ese día mi madre me pidió que pusiera esa canción tan bonita del Darno. Fue la primera vez, desde que había dejado de ser un niño, que sentí que coincidía en algo con esa mujer que al pasar los años he descubierto como muy parecida a mí mismo, a quién debo cualquier valor anímico que tenga y que con el tiempo se ha hecho mi amiga; mi vieja.

Seis o siete años después estaba en Salvador, estaba esperando un ómnibus en compañía fortuita de una muchacha paulista llamada Simone, en una zona peligrosa de la ciudad en la que habíamos terminado en una noche de aventuras inverosímiles. Simone, que era de una belleza tan impactante que me asustaba, después de escucharme mencionar que yo había cantado en una banda de rock me pidió, en un tono al que ningún hombre puede negarse, que le cantara una canción uruguaya. Era tarde y siempre me dio vergüenza cantar a capella, pero se me ocurrió que lo más melodioso y dulce que conocía era 'Final', ustedes saben:

"Cuando te sientas sola / frente a la oscura puerta / y aquella lluvia incierta / toque tu sien y corra / recuerdame mi mejor vez / recuerdame / la espina no la flor la flor / si es que hubo flor".

A Simone le gustó la canción, y le gusté yo, y los días que siguieron a ese momento tal vez sean los días que pasen corriendo delante de mis ojos en mi último minuto.

Tuve la oportunidad de hablar muchas veces con el Darno, y, cuando tuve confianza, le conté sobre ambas canciones y ambas situaciones. No sé si le habrá importado, el Darno era tan respetuoso y sensible que todo parecía importarle. A mí me importaba contárselo porque, supongo, era mi forma de agradecerle.

Y nada, en realidad para él no mucho, pero estoy hablando sobre mí.

Lo otro es el misterio en el que espero que él esté satisfecho.

martes, 6 de marzo de 2007

La Cultura, de espaldas

En su columna-blog de Montevideo.comm, Gustavo Escanlar elogia, extrañamente, a un funcionario de esta administración de izquierda nominal, el director cultural del MEC, el profesor socialista Luis Mardones. Y para ejemplificar la sapiencia de este reproduce una serie de declaraciones realizadas -cuando no- a El País.

Me parece bien por parte de Escanlar el que le de un poco de vida alguien con un cargo de responsabilidad cultural y de izquierda (aunque dichos elogios puedan ser considerados un abrazo de oso) y los fragmentos que reproduce me parecen en su casi totalidad muy compartibles. Pero ese "casi" es enorme, aunque solo conste de dos puntos polémicos, y me sirve para discutir algo.

Dice Mardones: "(La dicotomía nacional-extranjero) existe y es cada vez peor. Se viene acentuando con brotes casi xenófobos. Creo que eso tiene que ver con un provincianismo que se ha venido desarrollando que tiene que ver con el estancamiento y el envejecimiento de la sociedad"

Y luego agrega: "El Estado no tiene que hacer cultura. Las experiencias históricas donde el Estado ha tratado de hacer cultura oficial han sido siniestras y abominables, me refiero al realismo socialista en la Unión Soviética o a la década gris e infame de la Cuba castrista. El Estado tiene que facilitar. Tiene un rol insustituible para hacer espacio a la innovación, a la audacia y el riesgo. Lo otro lo resuelve el mercado".

No es la primera vez que leo en estos meses esa idea de que la cultura uruguaya se está provincializando y le está dando la espalda al mundo a causa de una especie de xenofobia que la tiene examinando las pelusas de su propio ombligo, diminuto en el amplio mundo, mientras los cambios culturales se suceden como erupciones volcánicas en otras latitudes a las que ignoramos. G. Escanlar ha hecho prédica de este problema, pero no es el único. Aldo Mazzucchelli en una entrevista en la que comentaba su edición del Tratado de la Imbecilidad del país del divino Julio Herrera y Reissig, comentaba una preocupación similar en relación a lo que acontece en el exterior, diciendo que Uruguay había abandonado su vocación cosmopolita y las raíces europeas sobre las que se había cimentado su mejor historia (Mazzuccheli, no se refería especialmente al ambiente cultural, pero su declaración, hecha en una página cultural, debe ser introducida en ese contexto). Por último Elbio Rodríguez Barilari le dedicó su espacio en el coqueto Sábado Show a comentar una nota que Guillermo Baltar intentó publicar en Búsqueda (Barilari no menciona al medio, pero por lo que sé es dicho semanario) sin éxito y en la que expresaba su preocupación de emigrado acerca de la degradación cultural del Uruguay en los años posteriores a la dictadura. Pero la negativa de Búsqueda a publicar la reflexión -con elementos acertados pero bastante simplista en general- de Baltar, le sirvió de excusa a Barilari para una larga disquisición acerca del desprecio de los locales hacia los uruguayos emigrados e instruidos en el exterior que se acercan, filantrópicamente, a acercar un poco de civilización a los primitivos habitantes de la Banda Oriental. La conclusión de ERB es similar a la de Mardones: la cultura uruguaya se ha vuelto provinciana, cerrada y prejuiciosa con respecto a los avances del pensamiento expresivo en el exterior.

Bueno, yo en cambio pienso que esa es, si no una mentira, una tontería sin fundamentos, pero de las que se repiten tantas veces que terminan volviéndose no verdades sino verdades consensuadas (no son cosas idénticas), como el supuesto hipercriticismo cultural de los uruguayos, país donde la crítica cultural desapareció hasta en sus mínimas expresiones y que recién ahora, después de un largo hiato, empieza a dar minúsculas señales de vida. Yo coincido conque la mentalidad uruguaya suele ser provinciana y, en los últimos años, ha dado unas muestras sumamente repulsivas de complejo de inferioridad xenofóbico, pero no creo que esta característica -cultural pero en el sentido más social de la palabra- pueda ser aplicada al consumo de cultura y de arte.

¿Por qué? Porque al contrario de lo que sugieren Mardones y Barilari, nunca estuvo la cultura uruguaya más abierta, expuesta e influenciada por no ya las concepciones sino simplemente las modas culturales exteriores. Es algo sencillísimo de probar, tanto que me da hasta pereza hacerlo. Alcanza con que el lector vuelva opaco el medio que está leyendo en este momento, es decir, que reflexione sobre él: un blog (jamás en mi puta vida le dije "bitácora" y me sentiría muy mal de hacerlo) establecido sobre una página estadounidense en un sitio estadounidense y en un espacio de expresión virtual (la web) sobre el que EE.UU. tiene el derecho de pernada y control.

Como si hubiera sido poco la multiplicación de canales de televisión -y el ingreso de decenas y decenas de ellos, vía cable, administrados y dirigidos en su inmensa mayoría en otros países-, la irrupción babélica y casi democrática del intercambio cultural vía Internet hizo que las distancias culturales practicamente desaparecieran y que, teniendo un acceso incluso moderado a una terminal con conexión permanente, cualquiera pueda estar al día de las tendencias de cualquier género en cualquier parte del mundo (no me hagan abundar sobre algo tan evidente). Puede ser que en China o en Irán este consumo e intercambio esté controlado, pero no en la R.O.U., que yo sepa al menos, que está feliz o infelizmente tan globalizada culturalmente como cualquier país respetable. Es algo que rompe los ojos, entonces, ¿por qué presentar a los uruguayos como reclusos culturales que desconfían del exterior y por qué agitar el fantasma del archi-perimido realismo socialista como una opción latente en las políticas culturales locales? La respuesta es, como suele ser casi siempre cuando uno discute con un neoliberal sobre cosas que se suponen racionales, pura e interesada ideología.

Hace unos tres años el músico Fernando Ulivi publicó vía web una suerte de "manifiesto" en el que se hacía una serie de preguntas acerca del entonces incipiente estallido comercial del rock uruguayo, criticando duramente lo que el veía como una total falta de identidad nacional del mismo. Dicho manifiesto tenía enormes errores conceptuales; exponía un corpus de ejemplos parcialísimos y no argumentados, estaba pobremente escrito e incluso daba la triste sensación de estar pidiendo un lugarcito en la fiesta. Es decir, era un texto que merecía ser criticado e incluso destruído con severidad proporcional a las intenciones manifiestas del autor. Y de hecho fue así, ganándole a Ulivi hasta alguna imprecisa invitación a trompearse en alguna imprecisa esquina. La mayoría de los rockeros (a pesar de que en muchos casos es difícil creer que hayan podido descifrar esos curiosos dibujitos -letras- con los que se había escrito el texto) defenestraron inmediatamente a Ulivi y muchos comunicadores se sumaron al linchamiento, pero no para rebatir lo directamente expresado en el manifiesto o sus discutibles ejemplos, sino para indignarse públicamente ante el hecho de que alguien se atreviera a plantear el tema de la identidad cultural.

Críticos, periodistas y músicos incapaces de inmutarse al ver a las propuestas más inquietas palidecer y desaparecer ante la indiferencia mediática, se rasgaron las vestiduras en fila para ver quién podía tratar más despectivamente a Ulivi (de hecho escuché el término "tarado" usado públicamente en relación al músico una buena cantidad de veces), no por las inexactitudes y generalizaciones toscas de su escrito, sino por haber resucitado el perimido tema de la identidad nacional artística, ese cuestionamiento obsoleto propio de lo que Montaner, Apuleyo Mendoza y Vargas Llosa Jr. llamarían un "idiota latinoamericano" (es decir, un "tarado").

Pero aunque el texto de Ulivi contenía algunas taradeces y uno aún se acuerda de todas las que dijo en su momento alguien como Jorge Bonaldi (apodado por algunos luego de sus apocalípticas declaraciones sobre el avance del rock imperialista como "Naboldi"), el tema de la identidad de la cultura no es un tema bizantino o estalinista. De hecho es en la actualidad uno de los principales (o el principal desde que los estudios culturales desplazaron a la lingüística como eje teórico de las humanidades) temas de discusión académica en el mundo entero, incluyendo a Harvard, Oxford, La Sorbonne y todos esos lugares tan lindos para citar como ejemplo de Centro de Producción Cultural con mayúsculas. Pero para saber eso hay que estudiar, hay que informarse y hay que pensar, no solamente dar por sentado desde un interesado prejuicio ideológico, adjetivo que para mí no es despectivo pero que para esta gente supuestamente sí, así que se los endilgo repetidamente con satisfecha mala leche y posterior argumentación.

Pero sigamos con los provincianos que le dan la espalda pero no el culo al mundo. ¿Se referirán estas observaciones a la popularidad interna de algunas propuestas nacionales, popularidad que iría en desmedro de símiles extranjeros de mejor calidad? Bueno, durante el último lustro tres géneros culturales tuvieron una cierta explosión local que desbordó fronteras hasta convertirse en productos de exportación (lo que ante una óptica cipaya debería validarlos automáticamente); el rock, el cine y la murga.

El primero consiguió reunir cantidades inverosímiles de público a nivel local, consiguiendo además mantener el fenómeno durante el tiempo suficiente como para que alguno haya fantaseado con la posibilidad de que semejante afluencia excepcional de público se convierta en una constante. Esto en teoría debería ser imposible, especialmente tratándose de un público en cambio perpetuo como es el adolescente, pero la sumisión artística de las bandas al Mínimo Común Denominador y su voluntaria aproximación a las reglas fascistoides de la fidelidad futbolera estiraron el excesivo (en simple relación a la demografía del país) suceso popular del fenómeno el tiempo suficiente como para que, al parecer, algunas de las bandas alcanzaran la infraestructura necesaria como para intentar la invasión de mercados próximos y generosos como el argentino. Uno puede poner más objeciones que Ulivi a este suceso desde el punto de vista artístico, pero no se puede atribuirlo a un fenómeno de nacionalismo cultural xenófobo o a alguna política de estado (más allá de algunas manos de los gobiernos departamentales), ya que ni siquiera se puede hablar de una auténtica identidad estética y distintivamente nacional en el movimiento, por más que se vitorée "Uruguay, Uruguay" en algunos recitales y algún frontman argentino tenga una particular predisposición a tocar el himno nacional (uruguayo) en forma no-paródica en algunos recitales.

Lo del cine parece sí una burbuja -o una esperanza- pinchada prematuramente; luego del entusiasmo levantado por los premios internacionales de Whisky (entusiasmo que a nivel popular se dio en relación a los galardones y no a la película, que fue criticada a diestra y siniestra por su poco halagueño retrato de la realidad oriental y que tuvo una venta de entradas buena pero nada excepcional), filmes ambiciosos, sinceros y con no pocos logros parciales como La Perrera o Alma Mater fueron totalmente ignorados por los cinéfilos uruguayos , llevando -a pesar de contar también con su buena cuota de premios internacionales- menos público del que las más pesimistas proyecciones podían imaginar. Estos fracasos comerciales, sumados a un hecho tan trágico y desalentador como el suicidio de Juan Pablo Rebella y a los inviables costos comerciales del género, hacen ver como más bien negro el panorama del cine producido en Uruguay y ya nadie se aventura a soñar el establecer al mismo como una pequeña industria. Ninguno de los pedidos de protección y apoyo de los realizadores cinematográficos locales fue atendido a nivel estatal y el público parece haberlo abandonado. ¿Dónde estaría acá el ombliguismo locatario del que se queja Mardones?

Por último está el fenómeno murguero, que sigue siendo visto con desdén por buena parte de la intelectualidad y la clase media culta a pesar de las notables transformaciones que ha tenido en los últimos cinco o seis años, y que le han significado un notable rejuvenecimiento y revitalización en un tiempo en el que se sospechaba que estaba por iniciar un ciclo de decadencia. Estas transformaciones pueden resumirse en el concepto de "murga joven", que es tal vez el fenómeno cultural más sano y enérgico que yo haya visto desde la aparición del rock post-dictadura en los 80. Un fenómeno con características extrañas ya que, después de una primera colisión con las instituciones murgueras tradicionales y su insoportable canon poético-militante (colisión similar a las de las pioneras murgas disidentes, la BCG y la Gran Siete), las murgas jovenes se infiltraron (o fueron cooptadas, puede decir un pesimista) en el Carnaval y forzaron a transformar una retórica y una estética anquilosada y rutinizada, devolviéndole el carácter de espontaneidad que debería ser inmanente de un fenómeno carnavalero. De cualquier forma el que la más corrosiva y combativa de las murgas jóvenes -y por ende la más difícil de cooptar- haya decidido no presentarse este año luego de haber editado el disco de espíritu más transgresoramente rockero de este año -me refiero, por supuesto, a La Mojigata-, y que simultáneamente Queso Magro haya sido ejecutada en la inexplicable "liguilla" del concurso oficial cuando rompía los ojos su popularidad y su superioridad sobre varios de los clasificados, hace que uno se pregunte acerca del auténtico alcance de la revolución de Murga Joven. Ahora, y volviendo al tema del post, este sí podría considerarse un fenómeno artístico local y con algunos privilegios estatales, pero simultáneamente estamos hablando de un género que mueve más público -y dinero- que todo el fútbol uruguayo, que está legitimado popular y artísticamente y que, no hinchen los huevos, dura solamente 40 días, lo cual puede ser una exageración como propuesta carnavalera pero que no deja de ocupar -y no por completo- la atención local apenas la décima parte del año. ¿Qué necesaria influencia excluye entonces la murga durante esos 40 días? ¿el carnaval de New Orleans? ¿la cobertura completa de la clasificación para desfilar en el Sambódromo? ¿el carnaval de Gualeguaychú?

Es cierto que el intercambio, o más bien la visita, de artistas del primer mundo ha menguado bastante en los últimos seis o siete años. ¿Es que los nacionalistas uruguayos decidieron atacar en todos los frentes al imperialismo cultural anglosajón y boicotear dichos shows, o más bien que, simplemente, el alto precio actual de dólar hace que una gira por estas latitudes no sea rentable para los mismos? ¿Tengo que responder a esa pregunta retórica de la que hasta el alumno más desaventajado de la Escuela Horizonte conoce la respuesta?

Es comprensible que Barilari, Mazzucchelli o particularmente Baltar hayan sentido una cierta indiferencia o incluso rechazo del ambiente cultural o mediático local, pero eso no es producto de un nuevo prejuicio hacia el exilio económico-cultural y a sus representantes eventuales. Esto se debe, en mi opinión, a tres simples motivos. El primero es, por supuesto, la valoración que se pueda hacer de las reflexiones puntuales provenientes del exterior; si yo digo que lo que dice X, quién vive dando clases de origami en Swazilandia, sobre la cultura uruguaya me parece intrascendente, eso no quiere decir automáticamente que yo haga oídos sordos automáticos a todos los que opinan desde el exterior, sino que debería antes pensarse que lo que no me interesa es lo que dice puntualmente el señor X.

Lo que me lleva al segundo punto: hoy en día el vivir en el exterior no indica en forma instantánea el tener un conocimiento mucho más exacto sobre las tendencias culturales mundiales y sus discusiones. Tal vez sí se pierda mucho, o muchísimo, de la discusión académica y del contacto con la primera línea de docencia universitaria, pero en relación al flujo de input y material artístico se está en casi igualdad de conidiciones. Ya están lejos aquellos días en el que se recibía a cualquier músico que había pasado un par de años en Nueva York como si fuera un pequeño Prometeo que no sólo nos traía el fuego (prestado) de los dioses de la civilización sino que además lo usaba para iluminar la mugre de nuestra caverna. Hoy en día es diferente y lo más importante ha dejado de ser la procedencia de dicha mirada para pasar a ser la capacidad de análisis y la lucidez detrás de la misma.

Por otra parte muchos de los centros culturales mundiales otrora admirados están pasando por un all time low en términos de producción cultural, tanto artística como analítica, y me resulta difícil considera como ejemplar a una cultura estadounidense más preocupada por ver como armonizar cada una de sus expresiones con el fundamentalismo cristiano y el fundamentalismo político correcto en lugar de producir pensamiento y arte que no sea una reproducción degradada de sus propios clichés. Me resulta complicado tomarme en serio a una cultura italiana que asistió impasible al desmantelamiento de su cine -otrora el segundo en importancia del mundo- a manos de un empresario surgido justamente de los medios y la producción cinematográfica. Me resulta imposible asumir como modelo a una España que pasó de la inquietísima conmoción cultural de su destape a tener como faro cultural a Operación Triunfo y las vicisitudes del matrimonio Beckham. En una de esas si la teta cultural fuera Japón, pero no son muchos los uruguayos emigrados al lejano oriente, y la ignorancia sobre dicho país sigue siendo la misma de siempre. Por supuesto que, al menos a mí, me sigue interesando mucho la mirada del emigrado y la perspectiva que esta le otorga, pero haciendo la salvedad evidente de qué es lo que se dice y quién lo hace; la autoridad de opinión se gana en formas un poco más complejas que el simple sellado de un pasaporte.

El último motivo que puede haber detrás de esta insensibilidad a las opiniones del exterior es el más espurio y es simplemente la protección de las "chacras" privadas de poder, protección de características paranoicas y mesocráticas por parte de muchos burócratas culturales, y que la escasez de puestos de trabajo y remuneraciones dignas ha acentuado en proporción lógica. Esto no tiene que ver con una suerte de muralla china narcisista sino con un problema mucho más estructural y profundo de caracter meramente económico.

El mundo cultural sigue abierto, de hecho cualquier propuesta de proteccionismo cultural suena tan anacrónica como la de volver a los tranvías (ojo, dije "anacrónica", no estúpida); la identidad cultural nacional y sudamericana está en un punto tan bajo que no sólo es previsible que mi sobrino conozca toda la discografía de un grupo -pero con la bendición etnocéntrica- como My Chemical Romance, y al mismo tiempo no pueda nombrar una sola banda o solista brasileño, sino que incluso se importan rituales religiosos anglosajones como Halloween o San Valentín sin que practicamente nadie se pregunte sobre el absurdo terminal de adoptar un festejo ritual de una tradición religiosa extraña. Y eso es lo terrible, no que no se impidan determinadas degradaciones, al fin y al cabo cada uno hace de su orto una orquesta, sino que lo único que termine siendo criticado o ridiculizado sea la inquietud de preguntarse acerca de la validez de determinadas opciones. En 1985 una banda que cantara en inglés (con la excepción autorizada de Sumo, legitimados por la extranjería de su finado cantante) sería inmediatamente considerada una avanzada cultural del imperialismo y rechazada en forma impiadosa. Hoy en día conozco músicos inteligentes que son incapaces siquiera de entender la renuncia a la individualidad propia que implica el rechazar el lenguaje que uno maneja mejor en aras de que "el inglés suena mejor". Como si algún lenguaje tuviera algún privilegio sonoro sobre los otros. Pero es totalmente imposible el explicar que esa subsumisión al sonido más familiar del inglés es simplemente el deseo de disolver la propia personalidad en la mímesis de otra a la que consideramos muy superior.

Entonces, y vuelvo al tema central una vez más, ¿por qué esa percepción, o más bien esa suposición, repetida de darle la espalda al mundo, de cerrazón cultural ante las maravillas a las que cerramos los ojos? La respuesta está en las propias metáforas de clausura, cerramiento, vuelta de espaldas y aislamiento que se utilizan: son el correlato perfecto de la teoría (neo) liberal económica y sus preceptos más repetidos, e inclusive utilizan las mismas imágenes para arribar a la misma solución definitiva: la mano invisible del mercado regulando la cultura con la misma sapiencia y equidad con la que mueve la economía y la distribución de riquezas. Yo estoy de acuerdo con esa teoría y creo que el mercado puede regular a la cultura -al fin y al cabo un bien de consumo- con la misma justicia con la que regula la economía. Difiero en la valoración de semejante solución. Miren lo que le hizo esa mano invisible a los cojones de los españoles. Si no ven ese torniquete letal y castrador es que no los deja ver el velo de la ideología.

Hay cientos de problemas culturales en Uruguay, algunos de ellos enunciados por el propio Mardones en el mismo reportaje que dio origen a este post, pero darle un papel central a la xenofobia cultural es como examinar a una persona con un cuchillo clavado en la frente y decir que su problema es la calvicie. Y que además el examinado fuera un hippie melenudo. Si existiera algo similar a una xenofobia cultural, entonces es la fobia más inoperante de la historia de los rechazos, porque ni siquiera pudo debilitar ligeramente el flujo de productos culturales argentinos en el momento de mayor antipatía entre ambas naciones en 50 años. El cuchillo, es decir el problema, es simplemente la pobreza terminal de las instituciones culturales uruguayas y la decadencia progresiva de una mediación inexistente y acrítica que abandonó -justamente en nombre del mercado o de la tabula rasa del posmodernismo mal entendido- cualquier intención formativa, cualquier diferenciación positiva que sugiriera que al menos un domingo por año puede ser mejor leer un libro que ir al estadio a cantar la alegría que te produce el asesinato de un hincha rival. Y eso debería haber sido una de las funciones de los gestores culturales.

Conozco profesores académicos que tras cumplir trimestres dando clases sobre la vieja cultura uruguaya en universidades del primer mundo, y viviendo todo el año gracias a lo recaudado en esos trimestres, vuelven a Montevideo para, entre otras cosas, difundir las discusiones e inquietudes que reinan en los principales centros de producción cultural. Y lo hacen con una porfía asombrosa, trabajando más de lo que trabajan en el otro hemisferio y, siendo catedráticos grado 4 o 5, ganando menos de lo que gana un basurero de ADEOM. Eso sí me parece un problema que, tarde o temprano, redundará en un desconocimiento de la alta cultura mundial. Pero no por xenofobia, sino por simple pobreza, miseria e imbecilidad. Es decir, por el mismo problema por el que tal vez en un par de décadas no quede en Uruguay nadie que sepa leer un mapa y descifrar las instrucciones de un pasaje de avión.