viernes, 8 de febrero de 2008

And the girls in their summer clothes pass me by

Terminó enero, del 2008; qué absurdo. La última vez que me tomé vacaciones en enero fue en el año 2000. Con unos amigos y nuestras parejas alquilamos una casa en Costa Azul de La Paloma para recibir el fin del mundo con gente bonita, o celebrar que no aconteciera. Como el mundo no se terminó, me quedé casi quince días en La Pedrera. Fueron tal vez las mejores vacaciones que haya pasado en Rocha. De la gente con la que pasé esos días, más de la mitad emigró en estos años. Otra se perdió en algún camino paralelo. A algunos los veo aún. Supongo que todo el mundo puede contar algo parecido.

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Me dicen que el rock estuvo muerto este verano; los principales eventos promovidos en la costa atlántica fueron más bien un desastre. No sé si entristecerme, no por los productos en baja -que me importan una mierda- sino porque no creo que sean sustituidos por las bandas que realmente me gustan. En todo caso este fue y es, como todos los veranos, uno de psicodelia cero. Más allá de la que uno se procure a sí mismo, por supuesto.

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Un edicto policial anuncia que este febrero está prohibido el arrojar bombitas de agua en carnaval. El motivo es que el año pasado unos cuantos lumpen se divirtieron metiéndo piedras dentro de las mismas, o rellenándolas con líquidos repulsivos, y como prevención la policía decidió cortar por lo sano y prohibir todo. Mi interés en las bombitas de agua es igual a cero; no me gustaban cuando era niño, no hay ningún motivo por el que me gusten ahora. Me asombra como se sigue legislando por la excepción degenerada y no por la mayoría sensata, y me asombra de cualquier forma la rapidez que tiene la abiertamente represiva administración actual (ni un decreto o ley que liberara algo, decenas limitando libertades individuales) y la docilidad con la que la gente lo acepta. Una vez la teoría de la rana a la que van friendo de a poco en la olla. Una vez más el proyecto de un país de pusilánimes tan repugnantes, reprimidos y estúpidos como su más alto mandatario.

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Hace un año abrí este blog, tras haber cerrado varios meses antes Fuck You Tiger, asustado ante el desarrollo y el crecimiento incontrolable del mismo. Después de unos brevísimos días en Punta Rubia me di cuenta de que quería volver a escribir en la web, sin motivo, para nadie, por simple comunicación anónima, como esos sexópatas que meten su miembro en un gloryhole en la pared esperando ser succionados por el anónimato total, por la desconocida absoluta.

Mientras tanto el escribir en blogs dejó de ser una novedad cool para ser una obviedad egocéntrica al alcance de todo el mundo. Posiblemente sea mejor, posiblemente algunos idiotas ya no se lo tomen tan en serio.


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Las o los responsables de ese monumento a la conchudez terminal que es Galería aplauden como focas el dato -irrelevante para la mayoría de los humanos- de que la revista Elle eligió a Punta del Diablo como una de las playas más cool del mundo. Suponemos que dicha selección habrá derivado de la alegría que le produjo a alguna de las cronistas (o los cronistas) de Elle el que algún pescador cachondo por los días en el mar le rompiera el culo repetidas veces en algún recodo de la península rocosa, pero me gustaría decirles a las señoras de Galería que antes de festejar como un cipayo drogado con éctasy cualquier mención en una revista europea a algo uruguayo, habría que pensar si esta no dijo una imbecilidad absoluta, como es el caso.

Cool es un (gran) término polisemático que muchas culturas no angloparlantes han adoptado por no tener un equivalente preciso. Por supuesto que es un término admirativo y que implica ese "tener onda" que puede ser tanto una apreciación elitista como un elogio de lo más democrático, pero lo que la diferencia de otros términos admirativos -y que está en su propia raíz semántica, proviniente de "cold"- es que implica un cierto distanciamiento. Se ha extendido indiscriminadamente, pero originalmente el término se utilizaba exclusivamente para describir esa notable capacidad de algunas personas de mantener la gracia y la elegancia aún en trances complicados. Una combinación armoniosa de conducta y aspecto, por decir algo, pero no cualquier combinación armoniosa.

Aplicado a un balneario, el término cool sería para mí un lugar destacable, visitado por celebridades a la callada, de características un poco más liberales que la media. Es decir, algo así como la porquería en la que se esfuerzan en convertir a Cabo Polonio o La Pedrera. En cambio Punta del Diablo siempre tuvo un carácter más doméstico, más de balneario para consumo interno; de hecho si tiene una característica distintiva es su calidez y su absoluta falta de clase.

No se me puede ocurrir un balneario menos cool, más allá del nombre, que Punta del Diablo; estaría bueno que alguien se lo explicara a la cronista o el cronista de Elle (y a sus festejantes) cuando se desabotonen.

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Escuché el supuesto disco del año, Kala de MIA y su pontíficado hit 'Paper Planes'. Es la pista de la maravillosa 'Straight to Hell' de The Clash con la sri-lankesa rapeando encima, de vez en cuando hay unos tiros sampleados. Sin dudas es el tema del año, pero del año 1982, y en la versión que no tiene a esta mina berreando encima, sino a Joe Strummer cantando una de sus mejores y más sensibles letras. El resto del disco de MIA es una especie de recopilación de samples de world music saturados por el exceso de compresión y rapeados por alguien con acento curioso. Uy, qué maravilla.

Me asombra en verdad como a treinta años más o menos del surgimiento del hip-hop, la crítica sigue sobrevalorando todo lo que hace un no-músico con un sampler y un montón de licks choreados a un músico. ¿Qué hay cosas buenísimas? Sin dudas, pero los críticos siguen babeándose ante cosas que no son más que un pungueo descarado con una letra infantil, larga, aburrida y plagada de rimas berretas y consonantes encima. Porque una cosa es Snoop y Dre loopeando medio compás de George Clinton y re-inventándolo, y otra es MC Hammer borrando la pista de voz del 'Superfreak' de Rick James y llenándose de oro con el resultado. O MIA estropeando 'Straight to Hell'. Para hacer eso no valía la pena redescubrir Sri Lanka.

¿Cual es mi música de verano? Louis Armstrong, Watain, las recopilaciones de Disco Not Disco, Augustus Pablo, Tribalistas, Grand Funk Railroad, The Hidden Hand y Funkadelic. No, no me estoy haciendo el coso.

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El hermoso muro de granito de la Rambla Sur, que fotografió con cariño Michael Mann al filmar Miami Vice, luce aún la obra de los mugrientos del Partido Nacional que pintarrajearon hace años su piedra a la altura de la playa Ramírez, cuya obra aún puede verse gracias a que los mugrientos de la IMM no se molestaron en limpiarlo. Pero en los últimos días tuvieron un aporte extra, algún desviado, probable víctima de las bestias evangelistas, se molestó en pintar -más o menos cada cincuenta metros y con espesa espesa pintura blanca- la frase "Ey, que Dios te bendiga". Misteriosamente, ya que el trazo es el mismo, algunas veces dice "Dyos", tal vez por un exceso de énfasis en el punto de la "i".

Mientras camino y bordeo el Club de Golf, me asombra la persistencia del imbécil, que siguió repitiendo su frasecita a lo largo de unos dos kilómetros, hasta llegar al Memorial del Holocausto Judío. Allí el muro desaparece, pero no la pintura, ya que el mántrico evangelista decidió gastar lo que tenía pintarrajeando a manchones la loza en la que está escrita el significado simbólico del Memorial y la explicación de la existencia del mismo. Evidentemente Dios, o Dyos, no extiende su bendición a los judíos.

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A veces, cuando salgo a caminar por la rambla, cerca de la playa, me pongo a contar tatuajes en las personas que me cruzo. Me gustan los tatuajes, qué le vamos a hacer. Cada año cuento más en menos tiempo, pero la mayoría me impresionan más por su fealdad absoluta que por el sano interés en decorarse a uno mismo mediante cicatrices coloreadas.

Un tatuaje es una decisión delicada y permanente; no puedo entender a gente que deambula por ahí con la piel grabada con dibujos que avergonzarían a los márgenes del cuaderno de un adolescente. Siempre hay que tener en cuenta tres cosas: no tatuarse borracho, no ahorrar dinero en tatuajes y no inmortalizar a parejas ni sus nombres sobre la piel. El amor siempre pasa, los tatuajes no.

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Este va a ser el verano de la cocaína, decía un jerarca gubernamental en diciembre. Tenía algo de razón; tal vez sea el dolar bajo, tal vez sean cosechas espectaculares de coca, tal vez sea moda o tal vez sea simplemente una mayor displicencia de los organismos encargados de controlarla, lo cierto es que desde finales de los 80 y comienzos de los 90 que no se veía tanta merca en la vuelta, tan pura, tan relativamente barata y tanta gente tomándola en cantidades asombrosas.

Pero seguramente este verano no sea recordado por la cocaína, sino por un daño colateral de la misma: la prisión del relacionista público Gaby Álvarez. No voy a repetir la historia que todos saben, pero desde el primer momento en que se supo que el tipo había metido el freno de mano a un auto que iba a 150 kmph, todo el mundo pensó: "estaba duro como un topacio". Es que es una de esas pésimas ideas que a uno se le ocurren cuando se está muy pasado de frula, y en su momento seguro que tenía una rara lógica. "Qué rápido que vamos... ¿no estaría genial meter el freno de mano AHORA....?"

Unos días después de estar encarcelado, y posiblemente aconsejado por su abogado, Álvarez admitió el haber consumido "un poco" de cocaína. Al otro día los jerarcas policiales anunciaban que iban a seguir la "pista" de la cocaína de Álvarez.

Ahora, yo por más que Álvarez me caiga para el orto, coincido con el análisis de Anibal Corti en Brecha (aunque Corti se refería al camionero que se llevó puesta una camioneta y fue condenado a ocho años de cárcel) con respecto a que hay mucho de cobrar al grito en el fallo que lo condenó a prisión, y en lo ciertamente absurdo que es el castigar un acto funesto pero no intencional con estricta severidad mientras crímenes deliberados y de asombrosa crueldad gozan de todo tipo de atenuantes. El relacionista argentino ligó mal, cometió su terrible error en un momento en que el mismo causaba alarma pública, es decir, en el momento en que todos los medios -con pocas noticias y sorprendidos por la cantidad de accidentes fatales- estaba reclamando que la sangre en las rutas se pagara con sangre en la prisión. Esto por supuesto no tiene nada que ver con la justicia, ni remotamente.

Habiendo dicho eso, creo también que si, por las declaraciones de Álvarez, el estado de alarma pública se amplía hasta los amables dealers y se culpabiliza a la "maldita cocaína", y por esas ramificaciones alarmistas terminan sufriendo los dedicados comerciantes de la noche, entonces mi opinión sobre la situación de Álvarez va a cambiar radicalmente y yo voy a desear que lo declaren Reina del Fist-Fuck de la cárcel de Las Rosas.

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Vi mi película del verano: May de Lucky McGee, una especie de actualización de Carrie sobre una chica muy desafortunada que va cayendo en la demencia y que termina produciendo un baño de sangre que ha conseguido que se le considere una película de horror (de hecho la edición en DVD en castellano lleva el espantoso nombre de El rostro del horror). Es una de las cosas más desoladoras y conmovedoras que he visto en mucho tiempo, aunque a la vez no es realmente deprimente; es demasiado bella para serlo. Había visto ya las otras obras de McGee -director y escritor de May-, su genial capítulo de Masters of Horror (Sick Girl) y The Woods, todas historias de amor disfrazadas de noche de brujas, todas llenas de bordes lésbicos y relaciones sorprendentes.

Reviso reseñas de May en la web y, salvo algunos críticos amateur, casi todos le encuentran sus peros y sus fallas, que si hay mucha sangre al final, que si Carrie era mejor, que en verdad no asusta (los críticos tienen cuatro huevos y nunca se asustan con nada). Los críticos de cine son tan, tan, tan, tan, tan chupapijas cuando escriben sobre películas de horror que ni siquiera se dan cuenta cuando una parece serlo y no lo es.

Me enamoré de Angela Bettis, la protagonista; se parece a una versión más joven de Holly Hunter. Me gustan las mujeres con cara de duende.

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La casa en la dónde trabajo tiene un par de enormes claraboyas que suelen estar abiertas durante los meses cálidos. De vez en cuando algunos pájaros -en su mayoría gorriones- se cuelan por debajo de la misma para picotear migas caídas durante el almuerzo, o simplemente para curiosear. El año pasado una hembra de gorrión hizo su nido en una moldura interior, encima de un arco del altísimo techo, y allí tuvo sus crías, a las que escuchamos píar con insistencia durante semanas, y que finalmente abandonaron el nido. Este año pasó lo mismo, pero posiblemente estemos ante una segunda generación de gorriones nacidos y crecidos en el interior de una casa, porque este verano se llenó de pajaritos desvergonzados, que se paran encima de los monitores mientras uno escribe, que no parecen asustarse ante los movimientos bruscos, que atraviesan la oficina ya sin causar sorpresa, porque al menos para nosotros es bueno trabajar en una casa llena de pájaros.

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Montevideo.comm extrae una frase de unas declaraciones de Gaby Álvarez para titular una nota sobre su estado de ánimo en prisión: "Me senté y lloré"....

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Se ha festejado este año como el año que se descubrió Rocha; mejor dicho, como el año en que un montón de pelotudos llenos de guita descubrieron Rocha produciendo, instantáneamente, una carestía asombrosa en los alquileres y los bienes de consumo mínimo. Un éxito, han dicho unánimemente los medios y los allegados al Ministerio de Turismo.

No hay fábula que ilustre mejore el espiritu vil de este período del capitalismo que la de la gallina de los huevos de oro. No hay forma de que la codicia de la gente entienda que el atractivo de determinadas cosas depende directamente de su cualidad ontológica de no-explotadas o casi no-explotadas. Hay centenas de jerarcas municipales rochenses y propietarios de terrenos o casas soñando con convertir a La Pedrera, Valizas, Cabo Polonio o incluso Atlántica en Punta del Este Nº 1, 2, 3 o 4, cuando el atractivo de esos sitios es que, justamente, no son Punta del Este.

Hay dos balnearios, en la gran franja costera de Rocha que tendrían -o tuvieron- una infraestructura como para convertirse en balnearios urbanos y muy populosos. Uno es La Coronilla y el otro La Paloma. Al primero lo asesinó la dictadura y el Canal Andreoni, que contaminó sus playas de residuos arroceros y vacas muertas, al segundo lo va a asesinar la democracia (un término paradójico si se tienen en cuenta de la casi totalidad de los habitantes de La Paloma están en contra del proyecto) cuando construyan el puerto de aguas profundas que pretenden hacer en esa localidad. El resto es otra cosa, pero eso no le importa a los que pueden hacer un peso ahora.

Algo similar a lo que pasó con las Llamadas; está claro que el atractivo de un espectáculo esencialmente rítmico y no visual era la continuidad de ritmos y el trance en el que no solo los tocadores de candombe sino también su público entraban gracias a esa continuidad. Pero a alguien se le ocurrió que era una fiesta ensanchable, agrandable, y explotable a full, así que las comparsas crecieron en bailarines y, sobre todo, en publicidad paga. El resultado fue que los espacios entre cuerda y cuerda de tambores crecieron hasta el punto ridículo de que muchos de los primeros bailarines hacen lo suyo sin escuchar siquiera a los tambores, que vienen detrás de cien o doscientos metros plagados de banderas y pasacalles publicitarios, y luego de dichos tambores hay un centenar o más de pelotudos sumados a la comparsa bailando y separando aún más a cada cuerda de la que la sucede. El asunto es como si en una fiesta electrónica el DJ parara a fumarse un cigarro cada vez que termina de pasar un tema. Pero bueno, era explotable y a alguno le convendrá puntualmente el que el espectáculo se desarrolle así. Claro que en el medio se convirtió en una mierda y su destino es convertirse en algo tan aburrido, feo e intrínsicamente impopular (la gente sigue yendo, aunque no lo disfrute, pero eso es otro tema) como el Corso de 18 de julio.

Eso es lo que está pasando, o peor, lo que ya pasó con varias de las localidades que más me gustan de la costa rochense. Yo tuve aún la oportunidad de disfrutarlas en su estado natural y semi-virgen, no creo que alguien que ronde los quince o veinte años tenga esa oportunidad y consiga vivir uno de esos momentos de satori a los que solo se llega en donde no hay nadie y donde parece que no hubo nadie. No es sólo mi condición de ecologista misántropo lo que me hace lamentarme de eso, es que simplemente es un horrible negocio a largo plazo.

Y no es sólo culpa de los propietarios, los promotores y la codicia imbécil; una enorme parte de culpa la tienen los que supuestamente aman esos lugares. Por ejemplo los integrantes de la farándula alternativa porteña, que, convencidos de ser los primeros que llegaron a sitios tan accesibles como La Pedrera o Valizas, no paran de gritar a los cuatro vientos, en cada puta nota que dan, las maravillas de esos lugares y lo maravilloso que fue para ellos llegar allí. Yo no le prohibiría ni a los Pauls ni a Maitena el que vayan a los balnearios chicos de Rocha, pero les aplicaría una ley similar a la que defendían los habitantes de aquella isla del Océano Índico de la película de Danny Boyle: si llegaste hasta aquí está todo bien, yo también llegué, pero si respetás este lugar no lo promociones y dejá que sólo lleguen los que realmente lo estén buscando. Es decir, explicarle al mega-pelotudo del pelado Cordera que puede ayudar a su imagen de re-loco el hacer un tour lisérgico por el Polonio y contárselo a la Rolling Stone, pero que al Polonio no le va a hacer nada bien tener a un centenar de apestosos fans de su banda intentando reproducir su experiencia. No sos Cristobal Colón, especie de imbécil. Cerrá el pico de una puta vez.

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Me estoy por ir de vacaciones, hace cinco años que no paso quince días fuera de Montevideo, hace ocho que no paso una semana entera en la playa. Nunca sentí una necesidad psíquica y física tan profunda de vacacionar; esa mezcla de agotamiento y descontrol que uno sabe que solamente puede calmar con la infalible sedación del silencio, de ese silencio lleno de sonido -de chicharras, de grillos, del gruñido constante del océano- que vuelve obscena hasta a la propia música. Hoy tuve mi último día de trabajo y a la noche los músculos, comenzando a aflojarse lentamente, me dolían como si hubiera estado haciendo fierros en forma imprudente. Estoy cansado, muy cansado, quiero dormir y quiero que me pase alguna maravilla que ahora no puedo imaginar. O al menos dormir con suficiente paz espiritual como para soñarla.