viernes, 26 de octubre de 2007

Luchando contra el Capital (tres momentos)

Ingresé al mercado laboral en la década de los 90 y en el ámbito privado; allí, entre la flexibilización laboral, el salario como única variable de ajuste (hacia abajo) y la desprotección metódica de los representantes gremiales, me convencí de dos cosas: en los conflictos laborales los trabajadores siempre tienen la razón y los patrones sólo razonan si los agarrás de los huevos.

Quince años después mi opinión se ha matizado mucho, aunque en el fondo sigue siendo bastante parecida. Dónde más ha cambiado es en el ámbito público, donde la confusión entre lo propio, lo ajeno y lo de todos está llegando a niveles de delirio asombrosos. En lugar de ponerme a arengar, reproduzco tres momentos de la semana pasada.

* En un diálogo que aparentemente terminó a las piñas entre un dirigente de ADEOM y la dirigencia del PIT-CNT; el primero se burló de un sindicalista, ex integrante del PVP y antiguo torturado en Automotoras Orletti, recriminándole que a pesar de sus antecedentes "ahora trabajaba para la patronal". Aún más que la grosería, lo que sorprende es la terminología, la misma que usan los representantes de ADEOM en su espacio de los domingos en CX 36: "la patronal quiere", "este gremio no se va a doblegar ante la patronal". Y yo espero y espero que alguien, cualquier persona, pueda superar el brote esquizoide que hace aceptar esta denominación y explique qué es la patronal de una intendencia electa por voto popular.

* El gremio de estudiantes del IAVA, una denominación más o menos igual de fantasiosa que "los campeones de la justicia", decidió que era hora de jugar un poco al Mayo Francés y ocupar el liceo sumándose al embrión de conflicto que los profesores de secundaria están armando ante el preproyecto de reforma en la educación, en el cual el simpático gremio de los profesores -dominado aún por los mismos que a principios de esta administración proponían el linchamiento de todos los educadores que hubieran participado en la reforma de Rama, los mismos que consideran que un promedio de faltas del 20%, una de cada cinco clases, es aceptable- al parecer no tendrían derecho de pernada y no podrían hacerla a su medida. El gremio (de estudiantes) hizo lo posible para votar por la ocupación en forma fragmentada, en asambleas más fáciles de dominar y alterar -como en el caso bastante bochornoso del Dámaso-, haciendo hincapié en lo importante que era "hacer una demostración de fuerza", pero el grueso de los alumnos no se dejó embatatar e hicieron una asamblea general en la que quedó en evidencia acalambrante la enorme mayoría que tenían los que no querían perder clases al pedo en período de examen y los que querían un poco de cámara. Estos últimos se enojaron, recibieron algún castañazo, y terminaron haciendo catársis pegándole a los ómnibus en 18 de Julio.

Entrevistado a la salida de la asamblea acerca de los motivos por los cuales querían ocupar el liceo -es decir, un edificio público-, uno de los dirigentes del gremio lo dejó claro: "Estamos pidiendo el 6% de prespuesto para la educación (en octubre) y queremos... eh, que pare esta política neoliberal". Ah, con razón estaba temblando China.

* El ala pública de AEBU decidió que ellos no tienen por qué sufrir la pérdida salarial que la reforma de la salud y el IRPF le va a significar a todos los demás trabajadores uruguayos, y que la sociedad uruguaya tiene que absorber una serie de aumentos de sueldos que le compensen a los bancarios los costos que les implica estos impuestos universales. Así que en una curiosa asamblea decidieron ponerse duros y declarar como indeseables a todos los integrantes del sindicato que tuvieran alguna relación con el partido de gobierno. Un recurso con el que jamás siquiera habían amenazado en los días de los blancos y los colorados. A alguien se le ocurrió señalarlo y Hugo Pío, de la lista 810 hizo pata ancha y dijo "¿Si hubiera un gobierno blanco o colorado qué hubiéramos hecho? Prenderíamos fuego los bancos", llamando luego a "no darle la paz" al gobierno, es decir, al actual, el que prácticamente ya recuperó la pérdida salarial de los empleados públicos.

Qué raro, no recuerdo a Hugo Pío incendiando bancos en la debacle del 2002. Pero ustedes saben, a veces fumo porro y eso le hace mucho mal a la memoria.

Esta es nuestra República, esto es el Estado, estos son nuestros empleados y nuestros hombres del futuro. A estos tenemos que defender de los dueños de camionetas con pegotines de "Achiquen el Estado".

lunes, 8 de octubre de 2007

Paren las rotativas: volvió la bestia

El señor David Yow, claro está.

So since the surgery, how's that ghost limb

Hey man, say man have you been rubbin' your nub
Por favor
De no sacar los manos, de no sacar los manos
Fuera de la ventana
So cuenta es muchas dinero lo siento
But I have got to hand it to you, you're taking this extremely well
Ah rub it on me, rub it on me Duane
So since the surgery, how's that ghost limb
Hey man, say man have you been rubbin' your nub

(
Nub)


El último campeón

Me alegró el día

lunes, 1 de octubre de 2007

La sociedad médica (parte I)

"Bender tienes muy mala cara, como tu doctor te recomiendo usar maquillaje"

Doctor Zoydberg, Futurama

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Este es un largo post lleno de preguntas retóricas. Y es sólo la primer mitad del mismo. Nadie está obligado a leerlo, por supuesto. Solamente me voy a hacer algunas preguntas acerca de la medicina, porque es algo que me preocupa ultimamente.

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Primero habría que preguntar qué es la salud. Cuando aún no había cumplido los 40 años, el maravilloso Boris Vian recibió un diagnóstico terrible: su delicada condición cardíaca le exigía cambiar radicalmente su forma de vida. Tenía que dejar de tocar la trompeta, de salir de noche hasta Saint-Germain-des-Prés, de fumar, de hacer todas las cosas que le gustaban hacer a su, en realidad bastante moderado, corazón de bohemio. Vian amaba la vida por lo que cumplió muchas de las recomendaciones de su médico, pero no las que alteraban en forma radical su forma de vida y las cosas que amaba. Por lo que siguió tocando la trompeta y haciendo muchas de estas cosas, y se murió, enojado, mientras veía en el cine la adaptación de su novela Escupiré sobre vuestras tumbas.

Siempre me pareció una forma honesta de morir; tal vez de haber seguido los consejos de sus doctores, Vian habría vivido 20 años más -y tal vez habría escrito cuatro libros tan buenos como La espuma de los días-, pero Vian decidió comprar varias noches de jazz y alegría al precio de 20 años de vida. Tal vez un precio muy caro, pero en todo caso No se considera -y está bien que así sea- a Vian como un existencialista, pero esta propia decisión de vida/muerte es en cierta forma una lección existencial que responde a la pregunta crucial de Camus, aquella de que no hay otro problema filosófico que el de decidir si la vida merece vivirse.

Ahora, si uno decidió vivir y si uno decidió tratar de mantenerse lo más saludable posible durante la mayor cantidad de tiempo posible, entonces uno tiene que tratar con los guardianes de la salud y con la gente educada en la preservación y reparación del cuerpo humano, es decir, los médicos y demás trabajadores de la salud.

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Desde que hasta las alteraciones anímicas o la belleza pasaron a ser terreno modificable por la química o la cirugía, las distintas ramas de la industria farmaceútica y sus distintos empleados se han extendido por todos los planos de la sociedad moderna, generando una de las mayores usinas de capital del mundo y, lógicamente, uno de sus mayores lobbies de presión. Hasta las enormes economías de Brasil y Sudáfrica, países en los que el Sida se come personas como la langosta come sembrados, han colisionado con estos lobbies a la hora de intentar sustituir a los carísimos fármacos que sirven (aunque no lo curan) para combatir dicho mal. La industria farmaceútica es tan poderosa como la armamentista, pero en el imaginario popular es considerada como buena. Existe para mejorar nuestras expectativas de demora de la muerte, y todos estamos de acuerdo en pagar tal o cual ticket a beneficio de la misma.

Y esta industria tiene su marketing y sus promotores, y ellos, como los vendedores de comida chatarra, han descubierto que la mayor parte del consumo y el gasto de un hogar se hace en función de los integrantes más chicos, los menores, de cada familia. Tal vez esa sea la razón por la que día a día sube el porcentaje de niños medicados con reguladores del ánimo, del sueño, del apetito. ¿Está el niño triste porque sus padres se están divorciando? Pastilla. ¿Rompe los huevos el niño porque ha sido bendecido con la curiosidad y una excepcional energía vital? Pastilla. ¿Tiene la capacidad el niño de dormir menos horas que sus padres y disfrutar de un par de horas más de vigilia diaria? Pastilla. ¿No se parece el niño a los otros niños? ¿Incomoda? ¿no se adapta? Pastilla, pastilla y pastilla.

Pero cuando le preguntás al padre por qué mierda acepta generar una relación de dependencia química en su hijo cuando este ni siquiera entiende qué es la química, cuando le decís cómo puede colaborar en que un niño crezca teniendo miedo de sí mismo y de lo que siente, considerando los cambios como enfermedades, ese padre, indefectiblemente, va a señalar a un médico, el gran discernidor entre la salud y la enfermedad, entre el bien y el mal.

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No importa cuántos Mengeles, cuántos doctores al pie de la mesa de tortura dando el ok para que siga el tormento, cuántos ayudando a crear sustancias destinadas a destruir y no a sanar el cuerpo humano, ni cuántos otros canallas con estetoscopio se amontonen en la Historia, la percepción general de la totalidad de las sociedades humanas con respecto a la profesión de la medicina, siempre será excepcionalmente buena. El médico tiene el oficio casi sacro de cuidar del cuerpo humano desde que ayuda a traerlo al mundo hasta que lo declara definitivamente vacío de espíritu, y no hay tarea más identificable con la filantropía que la de ellos.

Es por eso que sus figuras misteriosas eran las únicas capaces de rivalizar en influencia con los reyes guerreros en las primeras aldeas, es por eso que la cruz roja sobre fondo blanco sigue siendo un salvoconducto -no siempre respetado, claro está- para atravesar el campo de batalla donde todos los hombres de otras profesiones son abatidos sin que se les dispare, y es por eso que las sociedades los respetan, los escuchan y quieren que estén bien remunerados, que les paguen bien.

Es eso lo que hace más obsceno los abusos, eso hace que, aún ante la evidencia plena de los mismos, la gente tiende a pensar bien de los galenos, a concederles el beneficio de la duda aunque ellos estén parados encima de las ruinas de instituciones como el CASMU, con cuyo déficit se podrían haber hecho tres o cuatro hospitales nuevos. Pero es una forma de pensar lógica, al fin y al cabo todos o casi todos le debemos la vida a algún médico, en algún momento.

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Muchos de los que nos sentimos indiferentes al carisma demagógico de Tabaré Vázquez nos hemos preguntado qué era lo que veía mucha gente que escuchaba sus frases de efecto y sus metáforas románticas (y claramente guionadas) como si fueran poesía celestial. O porqué creían en la bonomía absoluta de un hombre que, a diferencia de cientos de sus correlegionarios, no había sufrido en absoluto la dictadura militar, sino que, al contrario, había crecido profesional y económicamente en ese período. Hay muchas respuestas, pero buena parte del fenómeno se explica por su cualidad de doctor, y de oncólogo además. En contraste con la larga tradición de presidentes provenientes del ámbito de las leyes y sus tortuosidades, Vázquez se presentaba como un hombre simple que había dedicado su vida al combate de ese monstruo, esa rebelión celular indomable que conocemos como cáncer.

Esto fue lo que convirtió a mi tía, por ejemplo, en una incondicional de Vázquez. ¿Cómo no adorar y creer en un hombre que dedicó su vida a esta lucha y se convirtió en uno de los principales expertos nacionales en la materia? La nobleza de Vázquez es algo indiscutible para una mujer como mí tía, a la que el cáncer le quitó a sus dos padres -mis abuelos- y un hermano - mi padre.

Y a ella le parece admirable que la vocación de este hombre sea tan fuerte que, aún habiendo asumido la presidencia, siga dedicándole un tiempo semanal al ejercicio de su vocación e ignorando las voces de la oposición que se quejan diciendo que la presidencia de un país entero debería ser un trabajo de dedicación completa. Qué sabe esa gente que nunca salvó una vida, que no vio lo que es ver a un ser querido consumido por una metástatsis.

Yo no quiero pelearme con mi tía, así que nunca le pregunto el por qué, si esa vocación del presidente -un socialista- es tan fuerte, tan desinteresada e ineludible, no la ejerce en los hospitales públicos. Donde van los más esperanzados de sus votantes, aquellos que quieren seguir viviendo para ver cómo las cosas finalmente cambian o mejoran.

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El conflicto de los anestesistas es ejemplar y debería ser estudiado por la sociedad entera en detalle para entender todo lo que no está funcionando en esta sociedad. Antes que nada hay que considerar que hablamos de un gremio de una especialidad médica absolutamente esencial, formado en su totalidad en forma gratuita en la enseñanza pública y gratuita, que en su desempeño en tiene la rara potestad de cobrar dos veces, una por simplemente por estar allí y otra por ejercer su trabajo, el tan famoso acto médico. Esta fue una concesión conseguida durante el conflicto de 1993, durante el optimista gobierno de Luis Alberto Lacalle, y, sin mal no recuerdo, con el apoyo de todo el aparato gremial y la izquierda. Por eso es que Raymond Chandler decía que no hay peor trampa que la que uno se prepara a sí mismo.

Un informe de tres economistas sobre las cesáreas en Uruguay confirmó que desde la implementación del pago de acto médico para el sector quirúrgico-anestésico, las intervenciones de cesárea se multiplicaron notoriamente. ¿Significaría esto que desde 1993 las vaginas de las parturientas se estrecharon de pronto o cabría sospechar que las cesáreas pasaron a ser ampliamente recomendadas desde que los cirujanos y los anestesistas empezaron cobrarlas por separado? Para evitar desconfianzas se podría hablar de un cambio cultural en las embarazadas, que tal vez ya no están tan dispuestas como antes a sufrir el dolor del parto, pero curiosamente este informe de Leonel Muinelo, Máximo Rossi y Patricia Triunfo, consignaba que una mujer tenía un 20% de tener una cesárea en un hospital público (dónde dicha operación no es pagada por separado) y un 40% en un hospital privado, dónde se convierte en un acto médico. Es decir, para las mujeres pobres el "parirás a tus hijos con el dolor de tu vientre" es el doble de cierto que para las que pueden pagarse una mutualista. Y para los cirujanos esa intervención es el doble de necesaria en Impasa que en el Pereira Rossell.

Esta rara cualidad laboral ha tenido no pequeña incidencia en la casi quiebra de buena parte del sistema mutual, con las excepciones de alguna institución modélica y de las que -ya quebradas en la práctica como (CASMU, Impasa, etc.)- se mantienen gracias al respirador artificial de los créditos y mediaciones estatales, es decir, gracias al sector público. Pero además convirtió al conflicto de los anestesistas en la trampa perfecta: el mismo anestesista que renuncia a sedar al chico con peritonitis en el Pereyra Rossell, puede hacerlo cuando lo ingresan, previo pago estatal, en la Española u otra institución privada, pero esa misma sedación ahora será pagada por separado y en forma doble, ya que se convirtió, al cruzar Bulevar Artigas, en un "acto médico".

Cualquier conflicto salarial es bastante sencillo si uno puede ser huelguista, patrón y carnero a la vez, se eliminan rispideces, digamos.

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Hace más de una década una intoxicación extrema con una sustancia berreta y estúpida me produjo una brutal taquicardia que me mandó derecho al Coronaria movil, convencido de que estaba sufriendo un letal ataque al corazón. En realidad mi desconocimiento sobre algunos efectos residuales producidos por ciertos excesos, sumado a un lógico cagazo, me hicieron sobredimensionar los síntomas generándome un ataque de panico, que para peor se apoyaba en sensaciones de lo más reales. No me ocurrió nada y después de que me dieran algunos sedantes los síntomas desaparecieron y el hecho no tuvo consecuencias físicas, aunque me dejó con un cierto cuadro fóbico que me duró unos seis o siete años más, hasta que desapareció, curiosamente luego de otra intoxicación de naturaleza muy distinta.

Pero el asunto es que, además de descubrir la tangibilidad de la muerte, la experiencia me hizo descubrir el enorme poder de los médicos. Mientras me llevaban en la camilla, convencido de estar sufriendo un infarto precoz y definitivo, toda mi fe, toda mi confianza, estaba puesta no en algún amigo imaginario de la tradición judeo-cristiana, sino en esas personas de blanco que conocedores del cuadro que les presentaba, me calmaban con amabilidad y me aseguraban que todo iba a estar bien. Si ante ese pánico me hubieran exigido que les firmara un pagaré por todas mis posesiones o me dejaban en el corredor, no hubiera dudado un segundo en hacerlo, pero por supuesto los médicos de la UCM no eran chantajistas sino buenas personas, doctores, que sabían lo que me estaba pasando y cómo tratarlo, porque era su trabajo y su vocación, y no tuvieron ninguna intención de aprovecharse.

Al igual que uno se llena del odio más negro hacia todo el gremio policial luego de recibir un palazo inmotivado, salí de la UCM lleno de amor y gratitud hacia el gremio médico. ¿Qué se le puede negar a quienes te sacan de las fauces negras de la muerte, a quienes te tranquilizan en la oscuridad? Ya lo dije antes, eso es poder puro, y como dice el Hombre Araña, "a grandes poderes, grandes responsabilidades".

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¿Cual es la solución para que no haya una diferencia tan notoria entre el trabajo de un lado u otro de Bulevar Artigas? Es decir, entre la salud pública y la privada. Según los anestesistas el equiparar salarios entre una y la otra, igualando -por supuesto- hacia arriba, para que los salarios del Rossell estén a la altura de los de la Española o símiles. Es una idea muy bonita y de hecho es compartida no sólo por todos los órdenes de la salud, desde los enfermeros hasta los cardiólogos, sino también por todos los trabajadores estatales que tienen equivalentes mejor pagos en el ámbito privado, pero tiene un pequeño problema de base filosófica que suele ser ignorado. Y es simplemente que esa equiparación, más allá de ser a todas vistas imposible, no es justa.

En las sociedades en las que la economía mixta más o menos funciona -o funcionó antes de ser desmantelada por el mercado global-, el equilibrio en la misma dependió siempre de varios presupuestos sociales. Entre ellos el de reconocer que la seguridad ofrecida por el trabajo público, menos competitivo y no susceptible de optimizaciones vía despidos, tiene como contrapartida un menor pago. No digo que sea el sistema ideal, pero es como tiene que ser en una economía mixta sana: a mayor precariedad laboral - mayor salario, a mayor seguridad - menor. Exigir una equiparación del sector público y el privado es, como decía mi abuelo, pedir la chancha y los cuatro reales.

Pero hay otra cosa, esencial en los países con grandes estructuras estatales, ya sea de salud o simplemente burocráticas, y es la consciencia de identidad entre sus usuarios y la patronal. En los países en los que han subsistido empresas y estructuras estatales a la andanada de globalización neoliberal, hay un gran sentido de pertenencia colectiva de dichos entes y servicios, que otorga a los trabajos públicos de una cierta aura de servicio nacional. Y que las medidas de lucha que los empleados de las mismas puedan tomar, son tomadas no en contra de una entidad más o menos abstracta que puede llamarse MSP, ANCAP, MEC o simplemente Estado, sino en contra de la totalidad de la sociedad que se sirve y financia esas entidades. Los paros y huelgas públicos, incluso en países europeos con largas y honrosas tradiciones gremiales, son hechos muy raros y muy mal vistos a priori, por lo que deben ser justificados cuidadosamente por quienes los deciden y los comunican. Un grupo de empleados públicos, como lo son los anestesistas de Salud Pública, representados y explicados por alguien tan repelente, soberbio y mentiroso in fraganti como el doctor Vera, es totalmente impensable en una sociedad que tuviera una relación más o menos sana con su representación estatal y con sus trabajadores públicos.

Pero son demasiadas décadas de corporativismo tolerado, de organismos públicos convertidos en la chacra personal de su administrador eventual, de privatizaciones de facto a mano de grupos familiares que se legan en forma hereditaria cargos laborales que deberían ser rigurosamente llamados a concurso, de instituciones abandonadas para "pudrirse en la rama" como indica el dogma neoliberal respecto a los entes estatales exitosos, de pasividad de los usuarios y de incapacidad de los mismos para relacionar lo que se les quita de sus salarios mes a mes y el aparato estatal, de pura y simple impunidad en relación al abuso. Las grandes estructuras estatales dependen de una auténtica integración social, algo que, conviene recordar, se deshizo mucho antes que aparaciera la pasta base.

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Vi Sicko, el documental de Michael Moore sobre el sistema médico estadounidense. Digan lo que quieran sobre Moore, que es un manipulador, que es una máquina de dar golpes bajos, que los fundamentos teóricos e investigativos de sus documentales son débiles, que su hambre de estrellato le importa más que los temas que desarrolla... Sicko funciona porque pone el foco sobre el centro del asunto. Dejemos de lado el falso asombro de Moore cuando escucha las bondades de los sistemas de salud socializados de otros países, dejemos de lado lo poco creíble de la disposición instantánea de los médicos cubanos, Sicko funciona porque muestra lo que tiene que mostrar como ejemplar en un sistema médico: el consuelo, la preocupación, la humanidad hacia los que están rotos y asustados. Y denuncia su contrapartida, la indiferencia. Pero sobre todo hace la pregunta que importa: ¿se puede considerar la salud como un bien negociable, sujeto a las ofertas y demandas del mercado? ¿no es eso la mayor de las discriminaciones históricas, el mayor traspaso de facultades y derechos a las clases dominantes? ¿no es el fin de la igualdad mínima, que es la del derecho de enfrentarse en relativa igualdad de condiciones ante la muerte? ¿no es la instauración definitiva de un hiper-capitalismo, de un sistema tan materialista que la subsistencia mínima -el derecho a la vida- dependa de la acumulación de valores? Sicko da una respuesta, yo estoy de acuerdo con ella.

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Como era previsible, apenas comenzaron los paros y las renuncias de los anestesistas, los noticieros fueron a hacer notas de color, preguntándole su opinión a quienes tenían auténticas probabilidades de sufrir -literalmente- en carne propia el abandono de tareas de dichos especialistas, es decir, los usuarios de Salud Pública. Sorpresivamente muchos de los interrogados decían comprender que había una lucha salarial y que de pronto iban a tener que joderse, y pocos se mostraban molestos con los anestesistas en conflicto.

En realidad estas declaraciones son bastante sintomáticas de varios problemas que orbitan este conflicto. En primer lugar está la adhesión -o al menos la simpatía- casi instantánea, propia de una cultura de clase acostumbrada a la lucha gremial a cualquier reclamo salarial, sea cual sea. Los pobres, después de dos décadas de progresiva flexibilidad laboral y de ver como los salarios son siempre las variables de ajuste de las crisis, empatizan al instante con cualquiera que sostenga que su trabajo está siendo pagado en forma injusta, especialmente si trabajan para ellos. Para ellos, al menos hasta el momento en que tengan que ser operados apretando una madera entre los dientes, los anestesistas son amigos que los atienden gratis y si piden algo, por algo debe ser.

En segundo lugar está la confirmación, una vez más, de la absoluta ignorancia que se tiene de lo que significa el Estado, de cómo se sostiene económicamente, y de la falta de sensación de pertenencia que tienen los uruguayos respecto a ese Estado que defienden por reflejo, como si fuera una gran teta extraterrestre en el cielo ante la cual todos tienen derechos y ninguna obligación. No entienden que todo lo está pagando alguien, y que ese alguien no tiene por qué ser necesariamente un gran burgués con galera sentado sobre bolsas marcadas con una "$". No entienden que ese alguien pueden ser ellos mismos o sus hijos. O más bien una sociedad que consintió en establecer un sistema de salud solidario, en el que miles de trabajadores les pagan enseñanza y salarios a los médicos para que atiendan gratis a quienes no pueden pagar ese servicio, y a algunos miles que pueden hacerlo pero que prefirieron ahorrarse unos pesos.

Veo a la portavoz de la Asociación de Usuarios de Salud (Pública) y parece muy preocupada. Comienza diciendo que cuando comenzó el conflicto ella estaba muy de acuerdo porque creía que era para mejorar las condiciones infraestructurales del área de Anestisiología del Pereyra Rossell, pero que luego al ver que se trataba de reclamos salariales había cambiado de opinión. Todo muy comprensible, pero cuando va a terminar de hablar comenta "y es que mientras lo privados paguen así (levanta una mano) y los públicos paguen así (pone la otra mano a la altura de su cintura), qué le vas a hacer... (pone cara de resignación)".

A excepción de algún graduado en el exterior, todos los anestesistas uruguayos cursaron su costosa -es una carrera con muchos gastos materiales- carrera en forma absolutamente gratuita, ya que únicamente se cursa en la enseñanza pública, todos ellos recibieron desde la asención de Vázquez una proporción de aumentos salariales muy superior a la de los demás uruguayos, todos ellos viven, coexisten y se sirven de servicios estatales pagados en forma muy inferior a la suya, el promedio por hora que se les ofrece es más de diez veces el salario mínimo de Uruguay y la propuesta de fondo que se dice y repite en la Sociedades Anestésico-Quirúrgicas es el conseguir convertir a estas carreras en empresas de servicios independientes, alquilando su trabajo al precio que les parezca más conveniente. No es algo tan raro, en cierta forma los vendedores de pollos están haciendo lo mismo, y al igual que los anestesistas, son protegidos por un estado que, como si fuera poco, les deja regular la cantidad de egresados en función a los retiros y muertes, y manteniendo la oferta de mano de obra adecuadamente baja. El número de recibidos permanece desde hace tiempo clavado misteriosamente en unos 11 por año.

De hecho, es una cifra demasiado baja, ya que en este momento los poco más de 300 anestesistas trabajando en Uruguay son claramente insuficientes para cubrir las necesidades nacionales, posiblemente porque en los últimos tres años 38 de los anestesistas recibidos en forma gratuita en Uruguay, decidieron que era más provechoso desarrollar sus carreras en el exterior.

Es decir, esa señora está preocupada y es lógico, pero esa señora tampoco entiende nada.

***

Nací en Impasa, en los tiempos en que era una mutual ejemplar y modernísima, administrada por los médicos que la habían fundado para que fuera una institución de punta tanto en lo tecnológico como en su atención. Es como una institución para los míos, prácticamente toda mi familia nació o murió en Impasa. Hace algunos días Impasa recibió una amenaza de bomba, felizmente falsa, que resultó ser obra de un pariente dolorido que acusaba a la institución de haber dejado morir a un pariente.

En los tiempos en que nací, esa acusación habría sido un despropósito, producto de una mente incapaz de elaborar el duelo por la pérdida de un ser querido. Tal vez también en este caso sea así, pero ahora siempre hay un elemento de duda razonable, al menos desde que la institución quebró en la práctica a causa de una administración impresentable que dilapidó el capital de la empresa en salarios faraónicos y un asombroso nepotismo.

He sido socio entonces de Impasa durante más de 30 años, y un socio bastante sano, por lo que se me eriza un poco la piel al hacer un cálculo al voleo del dinero que le puedo haber traspasado a la institución en estos años. Mi familia igual. Pero cuando se me infectó un absceso hace unos meses, pagué mi ticket de emergencia y esperé tres horas y media con un dolor que iba en crescendo a que la única médico de guardia me atendiera. Finalmente lo hizo y me dio pase para el cirujano, por lo que volví a la sala de espera a esperar que me llamaran. Tres horas después yo seguía ahí. No estaba asustado, sabía que lo que tenía no era grave, pero el dolor a esas alturas era insoportable. En un momento me crucé con la doctora, qué me preguntó extrañada cómo podía ser que todavía no me hubieran atendido. Hizo una consulta y descubrió que no había ningún cirujano en la guardia de emergencias. Llegaba dentro de un rato al parecer. Dos horas más tarde lo hizo, me drenó, me hizo las curaciones necesarias y me mandó para casa, ocho horas después de que yo llegara a hacer una consulta de emergencia. Ocho horas en las que pensé bastante sobre el poder, el miedo y la tolerancia al dolor. Me dijeron que emergencias estaba sobrepasada de trabajo porque el intenso frío del invierno habían producido muchas crisis respiratorias. Pero yo estaba ahí, y se atendieron apenas a unas 15 o 20 personas en toda la sección de urgencias de una de las mayores mutualistas de Montevideo.

Por supuesto que en comparación con las atrocidades médicas que se repiten en el Clínicas, lo mío fue una tontería, es sólo dolor, pérdida de un día laboral y misantropía agravada. Pero, ¿por qué es una tontería? ¿por qué el soportar ocho horas de vacío y dolor intenso sin que te ofrezcan un puto calmante, en una institución paga de la que uno es socio desde hace décadas, es una tontería? No sé; tampoco sé por qué no me puse a romper cosas y a aullar como un salvaje hasta que me atendieran. Será porque estoy con la correa puesta, como todos los pacientes, como todos los que tienen miedo. Porque esa es la evidencia, la correa y el rastro baboso del poder: puro, insonoro y omnipresente.