jueves, 19 de junio de 2008

El más sano del cementerio

La chair est triste, hélas! et j'ai lu tous les livres.

Se murió Jorge Medina Vidal, o el viejo, como le decíamos en facultad. La noticia de su muerte apenas tuvo registro en la prensa, donde no llegó a ocupar ni la décima parte del espacio dedicado a la pelea Abigail-Mónica Farro, y no tuvo ni un segundo de espacio en la televisión, a pesar de haber sido uno de los jurados más notorios de Martini Pregunta. No importa, es lógico.

Coetáneo disidente de la Generación del 45, a la que criticó con dureza pero no basado en los prejuicios políticos con los que se la evalúa actualmente, Medina Vidal fue un poeta preciosista, enamorado del simbolismo tardío, pero sobre todo fue uno de los docentes más notorios de la Facultad de Humanidades, donde esencialmente se dedicó a dar varios cursos de Teoría Literaria. Uno se encontraba con Medina Vidal generalmente en el primer semestre y no se me puede ocurrir una mejor forma de comenzar los estudios de Letras. Era un shock: llegabas a la facultad envuelto del romanticismo grandilocuente de los buenos estudiantes de literatura, convencido de saber un montón y rebosando admiración casi mística hacia los escritores o poetas con los que habíamos sentido empatía, y te encontrabas con este difusor del estructuralismo y el post-estructuralismo, que te decía que los autores eran irrelevantes porque no los conocíamos, porque ellos no se conocían y porque eran una manga de mentirosos, motivo por el cual se habían dedicado a inventar historias. Hablaba de los literatos con la misma naturalidad con la que un hombre de campo habla de las vacas, los trataba con diminutivos, se reía de ellos atribuyendo sus más dramáticas cuitas a inconvenientes de lo más domésticos... Es decir: bajaba de un hondazo a la literatura de su caballo de bronce y la despatarraba en la mesa para que la diseccionaramos.

Al principio chocaba, cómo iba a hablar este viejo teñido sobre Julio Cortázar como si hablara sobre una mortadela. Pero de a poco uno notaba que detrás de ese supuesto desprecio había en realidad un profundo amor y respeto hacia la literatura, pero no un respeto reverencial hacia la máscara funeraria de bronce sino hacia lo vivo de la misma, los textos; esos textos con los que le gustaba ejemplificar y que elegía con paladar negro: Vicente Aleixandre, Juan Rulfo, Gerardo Diego, Delmira Agustini y, por encima de todos, Stéphane Mallarmé, a quién se refería familiarmente como "el Divino Esteban". Era evidente que su paradigma de héroes no coincidía mucho con el gusto general de sus alumnos, pero tampoco peleaba mucho por imponerlo, simplemente de vez en cuando los hacía tomar contacto con el mismo, y luego de escucharlo leer "Valle Vallejo" o "La Cobra", uno pensaba que posiblemente no se podía escribir mejor que eso.

Medina Vidal era malo, no era un atorrante de apariencia cínica que escondía un corazón de oro; era un guacho de mierda, capaz de hacerle las peores perradas a sus alumnos y a sus colegas, pero era dificil irritarse con él, y ninguna de las múltiples aberraciones que sé que hizo me parece muy relevante en este momento. De hecho era un villano muy sincero, al que le encantaba presumir de lo alegre que se ponía cuando hacía perder a alguno de los concursantes de Martini Pregunta, al que le encantaba difundir rumores infamantes sobre Onetti o sobre Borges, al que le encantaba usar su posición docente con fines inenarrables. Le gustaba compararse con el Jaimito de los chistes, y realmente era gracioso relacionar a la figura siempre abstracta e infantil del Jaimito de la cultura popular con aquel carcamán malicioso de larga cabellera teñida de negro. Odiaba el cine con la misma pasión con que amaba todo lo decadente y todo lo elitista. Medina Vidal, que se autodefinía como un anarquista conservador, creía profundamente en la existencia de una aristocracia (a la que él pertenecía, por supuesto) basada no en el dinero o el poder sino en la capacidad de elevarse -a fuerza de conocimiento, insularidad, refinamiento y misantropía- por encima de las personas vulgares. Estuvieramos de acuerdo o no, todos sus alumnos quedamos en mayor o menor medida inoculados por ese virus de altivez.

Tuve varios profesores excelentes en Letras, pero sólo dos a los que puedo considerar maestros, uno era el viejo Medina, el otro era (y es) Hugo Achúgar. A pesar de ser ambos poetas y ambos docentes obsesionados por la actualización teórica, no me puedo imaginar dos figuras más antitéticas, hasta el punto que pensando en retrospectiva me hacen acordar al policía bueno y el policía malo. Achugar era el profesor de la ética intelectual, de la disciplina intensa, el apasionamiento controlado, la seriedad, la proyección en la carrera, el políticamente consciente, el orden obsesivo, el integrado (en términos de Umberto Eco), el apolíneo y el aliento a la participación estudiantil. Medina Vidal era el bribón, el tramposo, el hedonista, el elitista, el gracioso, el políticamente incorrecto, el que despreciaba la carrera, el apocalíptico, el que ignoraba las opiniones de sus alumnos, el que perdía las monografías, el que intrigaba, el que recomendaba tomarse una copita antes de las clases y no asistir a ellas sin un buen cóctel de cafiaspirinas y coca-cola, el dionisíaco, el malo. Una combinación extraordinariamente complementaria y a la que uno accedía, por casualidad, en el orden correcto: primero uno se encontraba con el viejo, que destruía toda tu mitología adolescente sobre la literatura y los escritores (hasta el punto de que uno podía perfectamente decidir dejar la carrera después de uno de sus cursos), y luego te encontrabas con Achugar, que reconstruía el respeto por el arte de las letras, pero edificando encima de la tierra arrasada que había dejado el viejo, y con estructuras mucho más racionales y sólidas que los castillos de aire näive con los que uno ingresaba en la Facultad. Ahora, con uno muerto y el otro retirado, esa experiencia de enseñanza única desapareció. Como tantas cosas de importancia secreta.

Fumaba en cadena desde que comenzaba la clase hasta que la terminaba, frecuentemente prendiendo un cigarrillo con el pucho del anterior. Le gusta sostenerlos en la mano en la que le faltaban un par de falanges de un dedo, lo que exhibía con evidente orgullo sin aclarar jamás -que yo sepa- la causa de esa mutilación. A veces alguna de las señoras que se sentaban en la primera fila -generalmente profesoras de literatura graduadas en el IPA que habían decidido estudiar literatura en serio- le hacía alguna recomendación acerca de que fumara menos, a lo que Medina respondía invariablemente: "Señora, yo no quiero ser el más sano del cementerio".

No sé cómo habría dado clase Medina en estos tiempos de persecución y discriminación hacia los fumadores, seguramente con mucho menos humor. Seguramente no hubiera obedecido, porque no era un hombre de este tiempo y no tenía por qué estar sujeto a sus leyes más imbéciles.

Leí a Gabriel Lagos en la diaria y a María José Santacreu y Roberto López en Brecha, escribiendo sobre el viejo las escasas líneas que la prensa le dedicó (en dos medios de izquierda, algo que tal vez hubiera horrorizado a Medina); el respeto pleno de emoción contenida de cualquiera de esos textos contrasta dignamente con el ostracismo mugriento e ignorante del resto de los medios. Es evidente que al menos para los tres, para los cuatro contándome, Medina Vidal pasó por sus vidas dejandoles una invaluable herramienta: una visión humorística y desencantada de las letras, una concepción de la relación personal con el arte en la cual no hay subalternos ni sumisión lectora. No creo que Medina llegué a ser re-descubierto y re-valorizado en algún momento; su obra creativa es escueta y a casi nadie le importa hoy en día un carajo la poesía. Pero al menos para mí va estar siempre presente, como sensei poco presentable, y espero conservar algunos de los gestos que le copié cuidadosamente cuando diga alguna hijadeputez elegantísima en su honor.

domingo, 1 de junio de 2008

3 agregados al post anterior

Mi identidad real (?), o los nombres bajo los que realizo otras actividades nunca fue un gran secreto ni un misterio a develar (como algún ganso creyó en algún momento, descubriendo la pólvora y después quedando asombrado ante el poco reconocimiento recibido cuando él se creía Sherlock Holmes), de la misma forma que tampoco lo han sido decenas de pseudónimos que cumplen no una función de ocultamiento sino de diferenciación. A alguien no muy brillante se le ocurrió reenviar el post anterior a una lista colectiva firmado no bajo el denominativo "benito", sino directamente bajo el del nombre bajo el que trabajo en un medio periodístico, aclarando además el cargo y agregando además los nombres de personas que trabajan conmigo y dando esencialmente toda la impresión de que el texto había sido publicado por ese medio, bajo ese nombre e incluso con la cooperación de los otros mencionados.

Nunca se me ha puesto la menor condicionante en lo que escribo en dicho medio, es decir perfectamente habría podido publicar el post en el mismo de haberme parecido lo bastante interesante (no era el caso) o de encontrar un formato que justificara el editar en un diario unas cavilaciones tan largas y subjetivas. Pero una cosa es una cosa y otra es otra; lo mismo que no se toman por artículos periodísticos los relatos de ficción realizados por periodistas, tampoco debería tomarse como periodismo formal lo escrito en un blog bajo el nick del nombre de un perro labrador. ¿Es tan difícil de entender? ¿Alguna vez escucharon hablar del término contexto?

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No parece tampoco haber convencido a nadie mi postura acerca de Nick Cave; ¿es tan complicado entender que se puede respetar a un artista aunque a uno no le guste su arte? ¿o que nos gusten parcialmente algunos aspectos del mismo y no su totalidad? ¿o reconocer una declaración inteligente en alguien que no es la luz que alumbra nuestros caminos?

En fin, me pasa una cosa curiosa: pocos días después de escribir el post escuché el tema de difusión del último disco de Cave, Dig Lazarus Dig!, vi uno de sus videos y terminé bajándome el disco. Y aún sin que se vuelva uno de mis grandes ídolos (el Lie Down in the Light de Bonnie Prince Billy que me bajé simultáneamente me parece que contiene, aún siendo un disco liviano, mucha más poesía auténtica y pathos artístico que cualquier cosa de Cave), tengo que decir que este Cave con grandes e indisimuladas entradas en la frente, vestido de cafisho de Las Vegas, de anacrónico bigotón y que deambula declamando textos absurdos en estructuras fuertemente rítimicas, ese Cave, me gusta más y me parece más creíble que el trágico esqueleto gótico de Your Funeral... My Trial. Éste me parece capaz de reírse de sí mismo, algo esencial si se quiere ser un artista serio.

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Por casualidad vi Intrusos el otro día (no abro el paraguas para hacerme el asqueado highbrow, la verdad es que por horarios laborales no podría ver Intrusos ni aunque lo quisiera), y me encuentro con el cada vez más repulsivo Jorge Rial entrevistando a Carolina Baldini, esposa o ex esposa de Diego Simeone, quién está disfrutando de sus minutos warholianos participando en Bailando por un sueño. Como se sabe Rial es hincha de River Plate y suele aprovechar su omnipotencia o impunidad de palabra para insultar en su programa -supuestamente de chismes de la farándula del espectáculo pero frecuentemente tribuna política o de diversos tipos de extorsión y presión discursiva-, así que en algún momento la charla con Baldini se desvió hacia su pareja o ex pareja, actual técnico del cuadro de Nuñez.

El diálogo que se sucedió fue en cierta forma mucho más ilustrativo de la hipertrofía de los sentimientos ligados al fútbol y el grado de demencia cotidiana que ha alcanzado que cualquier cosa que yo haya escrito en el post anterior. Baldini, una mujer algo andrógina y algo extraña, resultó ser mucho mejor declarante, más inteligente y carismática de lo que nos tienen acostumbrados las participantes de Bailando por un sueño -incluyendo, por supuesto, a "nuestra" Eunice Castro y su dedicado trabajo de uruguaya profesional- y se dedicó a responder las irrelevantes e innecesarias preguntas de Rial con destacable sentido común. Pero en un momento Rial -aclarando que el "Cholo" Simeone le caía bárbaro con todo el servilismo al que recurre cuando le conviene- le recriminó el hecho de que al otro día de que River sufriera una estruendosa, y en su concepto "humillante", derrota ante San Lorenzo, Simeone hubiera aparecido en una fotografía de una publicación, sonriendo junto a su familia tras haber recibido un premio.

Baldini le explicó que Simeone había quedado muy triste con la derrota pero que habían quedado en adjudicarle ese premio ese día y que bueno, se había sentado frente a la cámara, contento de haberlo ganado y de estar con los suyos y había sonreído. Pero Rial no lo admitía y le explicaba, "pero yo como hincha, que estaba re-caliente, yo le pido que si perdió así no salga después sonriendo porque...", y Baldini le dijo con tranquilidad algo así como "pero ese es tu problema, que no podés diferenciar las cosas". Y lo curioso es que Simeone y su familia, como cualquier técnico y su entorno que pase por el trance de una derrota notoria y "humillante", tenía motivos reales, profesionales, de imagen e involucramiento directo, para estar irritado o deprimido ese día, mientras que a Rial, más allá de una pequeña frustración ocasional, nada lo afectaba ni desviaba de su rutina diaria de denigración del ser humano. Pero era él, la persona con menos ética que haya pasado frente al lente de una cámara, el que juzgaba la actitud y el estado de ánimo de un hombre que había cometido el pecado de aparecer en una foto sonriendo con su familia. Rial, un hombre que posiblemente no sea capaz de eludir a un manequí sobre una cancha de fútbol y cuyo abyecto trabajo no tiene absolutamente nada que ver con el fútbol, puede enjuiciar públicamente a un futbolista al que al menos he visto hacer un gol heroico contra Paraguay en las eliminatorias del 94.

No es que Simeone, quién en verdad me importa un carajo y al que no le tengo particular simpatía, sea para mí un intocable, el asunto es lo que la demencia erigida alrededor del fútbol permite considerar como normal, lo que se puede recriminar y quienes están autorizados a hacerlo en función de una palabra que, como el salvoconducto absurdo del crimen pasional, parece justificar todo en nombre del sentimiento no solicitado: hincha. Algo que, como esa modelo flaca dijo sensatamente, es tu problema. Y, sobre todo, es un problema.

Muchos publicitarios se acordaron del hincha en estos días; un anuncio de una gaseosa lo presenta como un simpático freak que canta como imbécil en situaciones que no requieren su canto. Otro, más peligroso, reclama el corazón de hincha de una obesa (¿no son tan graciosos los gordos?) para que vaya a jugar al casino, donde puede ganar entradas para ver a Uruguay en las eliminatorias y donde los vicios peligrosos son saludables porque le dan dinero a la IMM. Nunca vi que nadie considerara a ese sobreexcitación emocional en relación a empresas económicas como una posible patología, o por lo menos algo sobre lo que alertar.

En fin; tal vez este informe sea lo más claro y ejemplar acerca de la cantidad de imbecilidad, mala fe y manipulación criminal que puede haber detrás del noble deporte de la pelota. Si estas cosas se tienen claras; si uno puede diferenciar las breves y transitivas emociones relacionadas con la contemplación de un encuentro deportivo de los vectores emocionales reales alrededor de nosotros; si uno puede apreciar la exageración, la cooptación de espacios que el discurso deportivo ha alcanzado y su utilización perversa como anestesia de masas; si uno le da su justa medida y su lugar, y trata de que ese lugar no eche hacia afuera a sentimientos e ideas menos intensos pero más importantes, si todo eso se tiene claro, yo no tengo absolutamente nada en contra del disfrute de un partido de fútbol y en una de esas puedo estar al lado tuyo, o en la tribuna de enfrente intercambiando sarcasmos contigo. Pero eso implica el ser capaz de establecer diferencias similares a las de poder disfrutar de una película de kung-fu sin tener que cagar a tu novia a patadas después de verla. Si no podés establecer esas diferencias tenés una enfermedad, y es contagiosa y peligrosa, y es tu problema; no lo hagas el mío.