viernes, 13 de julio de 2007

Arranques

Acaba de salir a la calle el nuevo disco de Federico Deutsch & Maverick, disco del que no me corresponde hablar porque tengo una pequeña participación en el mismo y porque es un disco hecho por mis amigos, así que no tengo ni rastros de imparcialidad respecto al mismo.

Pero mientras lo repaso me asombro y maravillo -con una cierta envidia- de un par de frases contenidas en dos canciones que en un mundo sensato deberían ser semejantes éxitos.

La primera es del Garza y está en el tema de difusión del disco, 'Big Red One'. Yo he despotricado bastante contra las letras en inglés cuando no se domina el idioma, pero el caso del Garza es de lo más particular; no sólo no lo domina sino que lo desconoce bastante, pero como no lo respeta ni trata de imitar estilos, se pone a ver qué pasa y en el medio consigue cosas asombrosas. Como este verso que me causa mucha gracia y que por sí mismo valdría toda la canción: "I am ashamed of my CV". Conozco decenas de personas que le pondrían la firma a esa frase, sin embargo nunca la escuché en canción hasta ahora.

La otra es de Pedro Dalton, es el leit motif del tema 'Cuando el amor ama', una canción tan feliz que parece compuesta especialmente para disipar las neblinas de oscuridad que suelen achacarle a Pedro. De hecho es un verso tan bueno que terminó dándole nombre al disco: "Mi amor yo voy al bar solo a verte". Hay una canción entera condensada en esa frase.

"Mi amor yo voy al bar solo a verte", qué hijo de puta, si lo habré hecho...

jueves, 5 de julio de 2007

Sexo, drogas, muerte et al

El ectasy tiene una resaca particular; no es la sucesión de dolores de la resaca alcohólica ni el desbalance orgánico general -y las ganas de morirse- de los amaneceres de las noches fruleras. La resaca del ectasy es más bien como una ausencia general de energía, no es exactamente cansancio, es como si funcionáramos con una batería de menor voltaje. Tal vez el MDMA sea justamente como una tarjeta de crédito anímico y energético, con la cual podemos gastar a cuenta del próximo día toda la vitalidad de un fin de semana en una sóla noche. Si uno está de vacaciones, esa resaca nebulosa puede llegar a ser agradable y reflexiva, aunque tengo entendido que los consumidores habituales y abusivos padecen de ligeros -o no tan ligeros- cuadros de angustia y depresión durante esas resacas. No sé, nunca me pasó, pero no soy un consumidor habitual de ectasy. Acabo de cumplir un montón de años y me siento muy bien, paseando como si fuera una nube de humo rojo por Parque Rodó.

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Veo en la televisión a una chica que conozco y que tiene aproximadamente mi edad. Pero, mierda, parece que tuviera seis o siete años más de los que tiene, y no hace mucho tiempo estaba muy buena. Se lo comenté a sigmur y me hizo una observación que comparto: muchas de estas mujeres provenientes de la clase alta -como es el caso- se obsesionan tanto con recuperar la forma después de tener hijos, que se desgastan y demacran en dietas y conductas nutritivas poco saludables, haciendo que una mujer de 35 años parezca tener 45 y estar sufriendo de alguna fea enfermedad. Eso sí, están muy delgadas y toda la ropa les entra. No sé si algún hombre les entrará, pero eso no parece ser una prioridad.

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La versión de Crash de David Cronenberg me decepcionó bastante cuando la vi en el momento de su estreno, hace más de diez años, y no la volví a ver hasta hace unos días. Debería haberlo hecho antes, debería haber confiado en esa mezcla de desagrado e interés que me producen inevitablemente las obras que superan mis expectativas en una forma no necesariamente placentera. En su momento me pareció una película imposible de hacer en los límites convencionales del cine, ya que de ser fiel a la novela tendría que tener sus buenas partes de un porno hardcore extremista e imposible de exhibir en un circuito de salas normales, pero lo que más me había chocado era la frialdad, el silencio y la lentitud con la que Cronenberg la había filmado, en contraposición clara con la velocidad abigarrada y casi barroca de la prosa del libro original de J.G. Ballard, pero ahora, reviendola en forma tardía, entiendo a la perfección lo que quiso hacer Cronenberg.

Hay una diferencia central entre Ballard y Cronenberg; mientras que el primero escribe con espanto y fatalismo casi bíblico sobre el fin de la humanidad tal como la entendemos, el canadiense filma como si ese fin ya fuera un hecho consumado y él fuera un entomólogo revisando un grupo de insectos que siguen moviéndose a pesar de estar mortal e irreversiblemente mutilados. Es así que en el fondo el Crash de Cronenberg es aún más extremo que el de Ballard, aunque no incluya elementos claramente pornográficos y ni siquiera excesivo gore, más allá de las tantas veces mencionadas cicatrices. Es más extremo porque retrata la muerte del amor y lo hace fríamente, de la única forma posible.

Lo cual no quiere decir que no haya belleza en su empresa; es hasta ahora el único director al que he visto filmar un accidente y sus consecuencias de la forma correcta, es decir, innaturalmente lento y con ese extraño silencio que sólo se escucha en los accidentes automovilísticos serios.

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Voy a comprar condones a una farmacia lejos de casa y me atiende una chica veinteañera y atractiva. En otro tiempo posiblemente hubiera salido de la farmacia con aspirinas o curitas, y sin condones obviamente, pero los años a veces regalan algunas seguridades. La chica me cobra, me mira a los ojos y me da la caja con una sonrisa traviesa, diciéndome: "que te diviertas". Le agradezco, un poco sorprendido, y me voy con un cierto calor en las mejillas. Qué guacha. Me doy cuenta que este breve intercambio de simpatía me resulta bastante más erótico que el previsible encuentro sexual para el que compré los forros. Me parece que estoy inquieto otra vez.

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Bajé y vi Bridge to Terabithia (Gabor Czupo, 2007), la versión cinematográfica de una novela juvenil clásica de Katherine Paterson que al parecer es muy popular en tierras anglosajonas pero que yo desconocía por completo. Es una belleza, una fábula redonda sobre la energía creativa, la amistad y la pérdida, está filmada con sensibilidad, tiene un gran protagonista adulto (Robert Patrick, un gran actor frecuentemente desaprovechado) y la actriz infanto-juvenil más encantadora que pudieron encontrar. Tiene una escena en la que una profesora de música bellísima canta con sus alumnos 'Someday' de Steve Earle. Es triste como la gran puta.

Cuando busco algo de información sobre la novela original me entero que es una obra muy polémica que ha sido atacada frecuentemente y desaconsejada por decenas de organizaciones, en su mayoría cristianas. El motivo más obvio es tan imbécil como el motivo por el que algunos cristianos aborrecen a Harry Potter, es decir, su paganismo y su falta de realismo -algo notable viniendo de gente que cree que hay una entidad sobrenatural e invisible que les prohibe masturbarse y trabajar los domingos-, pero aparentemente también por un notable diálogo en el que se pone en duda la existencia del infierno y su sala de torturas eterna. Sin embargo lo que me llama la atención -de la idiotez de los oscurantistas ya no me asombro más, solo me asusto- es que uno de los principales motivos por el cual Bridge to Terabithia ha sido considerada una lectura inapropiada para los jóvenes es porque hay una muerte, muy importante, en su trama, y tanto el libro como la película no hacen nada por ocultarla o soslayarla. Al contrario, se puede considerar incluso que es el núcleo de la obra: la muerte, la ausencia de respuestas únicas ante ella y el respeto al dolor.

Y al parecer esas son cosas que hay que ocultarle a los más jóvenes. Especialmente la muerte, cuya familiaridad podría hacerles ver la imbecilidad fundamental de vivir con miedo.

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Mientras deambulo envuelto en la niebla roja de la resaca entre las góndolas del supermercado, me encuentro con un amigo que me dice que tiene una mala noticia que darme; Luis, un conocido en común, murió la noche anterior, al parecer de un ataque fulminante de hepatitis B. No me sorprendo, porque estos dos últimos años han sido para mí años marcados por la muerte, no sé por qué.

Hacía muchos años que no lo veía; más que un amigo era para mí una de esas personas con las que estamos en contacto poco tiempo, pero ese tiempo coincide con un período tan extraordinario de nuestras vidas que de alguna forma quedan en nuestra psiquis asociadas al concepto mismo de la felicidad. Conocí a Luis en una posada de Arraial D'Ajuda en la que estuve de vacaciones un par de semanas y trabajé otro par. Luis tomaba cerveza todo el día y programaba la música de la posada, privilegiando los discos de Timbalada, de Toquinho, de Jorge Ben Jor y contándome historias sobre ellos mientras yo perseguía chicas paulistas que no entendían un pomo de lo que yo les decía. Hace poco hablé sobre una de esas historias que contaba Luis en un post sobre Vinicius. Extrañamente era la primera vez que me acordaba de él en muchos años.

Tenía 40 años. Tenía una pierna más corta que la otra pero jugaba al fútbol con picardía y habilidad. Que yo sepa nunca tuvo una novia, nunca tuvo dinero, no tuvo hijos, no dejó detrás de él un trabajo memorable. Era parte de una generación de bohemios de Pocitos, algunos años mayores que yo, que fue desvastada por las drogas y el SIDA, pero él era un tipo sano y de famosa generosidad. Recuerdo una cosa de él: una vez estábamos en la posada intercambiando esas historias de transas y excesos, esas que son como medallas de autenticidad para los integrantes de la generación del destape, y uno de los uruguayos que estaban en la posada contó una anécdota no muy graciosa sobre una venta de faso en la que había terminado ganándole la plata a unos palomas. Luis, que no era ningún santo en temas de drogas, se quedó serio y le dijo "mirá, la verdad si yo hubiera hecho algo así no lo contaría con tanto orgullo". Y luego agregó; "pero yo nunca hice algo así, porque no soy un ladrón". Por supuesto el otro flaco no habló más.

Eso me acuerdo de Luis L., que era un tipo honesto, con un corazón enorme y sin nada de suerte. No le recuerdo ni una queja al respecto.

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En los últimos meses me doy cuenta de que me está pasando algo extraño; siendo un fan del cine de terror y del gore desde muy chico, no estoy pudiendo soportar algunas escenas de crueldad cinematográfica. Es raro, es como si estuviera perdiendo mi capacidad para diferenciar la violencia de su representación. En todo caso me he sorprendido adelantando algunas escenas mórbidas de la nueva temporada de los magníficos capítulos de Masters of Horror.

Y directamente no pude ver Hostal 2. Tenía que hacerlo, por motivos de trabajo, pero simplemente vi el afiche y no pude hacerlo. Supongo que el idiota de Eli Roth debe creerse el pope del torture porn, el hombre que introdujo las películas estilo Guinea Pig a Occidente. Me gustaría demostrale algunas cosas prácticas sobre la tortura.

Pero me resulta triste esta intolerancia, es como un gran bebedor que descubre que el hígado no le está aguantando. Tal vez sea una fase pasajera. O una simple saturación de cosas horribles fuera de la pantalla.

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Una muchacha complicadísima que a veces conozco me mandó un sms diciéndome que posiblemente fuera a verme al lugar donde celebré mi cumpleaños, e inmediatamente supe que eso significaba que no iba a ir. Pero cuando escribió mi nombre/apodo se molestó en poner la caprichosa diéresis que suelo colocar encima de una de sus vocales como un heavy metal umlaut; es decir, como un adorno pseudo-diacrítico que no altera el sonido del nombre pero germaniza su aspecto.

Y esta mínima preocupación, estos segundos extra gastados en ese detalle irrelevante, me parece un buen regalo y me hace pensar bien de ella, que es demasiado joven como para darse cuenta.

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Encontré un sitio fascinante en el que están las transcripciones -en rigurosas tablaturas americanas- de acordes de todas las canciones de Leonard Cohen. Todas las que me dio pereza o no supe sacar. Me paso así algunas horas tocando en particular las canciones de Various Positions, uno de los discos menos populares del canadiense que, sin embargo, tengo entendido que es su favorito. Es un disco sumamente irregular, pero contiene tres o cuatro canciones que lo hacen el mejor de todos, o eso me parece. Hace tiempo que no lo escucho, porque mi copia en CD se la quedó Darnauchans hace muchos años y vaya a saber uno dónde estará ahora.

Me gusta tocar el cómodo tiempo de vals de 'Night comes on', una canción que considero tal vez la más sentida -tal vez por ser la más autobiográfica- de toda la cosecha de Cohen y que tiene algunos versos deslumbrantes en los que Eros y Thanatos se dan la mano con una elegancia sin par. Y que contiene un brindis lleno de esperanzas: "here's to the few who forgive what you do / and the fewer who don't even care".

Me queda bastante adecuada para mi voz. Mientras repaso sus largos versos perfectos trato de pensar una buena excusa para caer por casualidad a una farmacia que no me queda de camino para ninguna parte.