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domingo, 25 de octubre de 2009

Pink Turns to Blue

Cuando Luis Eduardo González dio las primeras proyecciones de resultados, la gente con la que estaba saltó de alegría: el único dato que consideraba confirmado era el único que para varios de los que estábamos allí era esencial; había triunfado la papeleta rosada, es decir, se había anulado la Ley de Caducidad.

Las semanas anteriores habían sido de una creciente angustia; al silencio publicitario casi total se había sumado un mucho más inexplicable silencio por parte de los principales actores de la izquierda, que parecían que era mucho más importante dedicarle infinitas declaraciones al hecho de si se es más de verdad si se vive en tal o cual modelo de casa. Pero cerca, demasiado cerca, de la recta final, la gente -no la izquierda institucionalizada- pareció despertar y pegar el grito acerca de algo evidente: la anulación de la Ley de Caducidad corría gran peligro de no ganar, y algunas encuestas aseguraban que cerca de un 40% de los votantes de la izquierda no pensaban apoyarla. Sin embargo en las dos últimas semanas hubo una reacción, y muchas elecciones se han ganado en las últimas dos semanas; si bien el FA seguía en un silencio ominoso, mientras se dedicaba a hablar hasta por los codos de cualquier otra cosa, las encuestas comenzaron a darle chance de vida a la moción, e incluso uno se encontraba con muchos votantes de los partidos tradicionales que te decían que también querían sacarse de encima esta vergonzosa ley de mierda.

Con la convicción de que en ese tema, el que me importaba, se había ganado, decidí que me merecía tomarme un trago a la salud del exorcismo popular que se acababa de lograr. Al llegar al bar, atravesando multitudes que gritaban como locos consignas acerca del gran triunfo del FA y de Pepe Mujica, veo a un conocido inclinado sobre la mesa. Me acerco a pedirle fuego, suponiéndolo borracho, pero cuando levanta la cabeza veo que está llorando. No lo conozco tanto y el llanto de un hombre me parece algo privado, así que prendí el cigarrillo, le agradecí y me metí en el bar. Adentro todo el mundo estaba muy serio y cuando me concentro en la pantalla dónde estaban pasando los resultados de las elecciones me doy cuenta de que las mediciones del Sordo habían fallado: el pleibiscito había fracasado y la Ley de Caducidad no había sido anulada por un 2%.

Entonces comenzó la conferencia de prensa de los candidatos del FA, y escuché a Danilo Astori asegurar que estaban muy contentos con los resultados -algo que sus caras desmentían claramente-, ya que aunque al parecer no sólo no habían ganado en la primera vuelta, no tenían mayoría parlamentaria y los dos pleibiscitos que teóricamente apoyaban habían sido rechazados, la distancia de los votos del FA en relación a los dos partidos tradicionales por separado había crecido. Me quedé pensando en si realmente Danilo Astori es un contador, o si los catedráticos de economía manejan matemáticas muy distintas a las mías: en relación al 2004, el FA perdió más de tres puntos de votos, y en relación a las encuestas de popularidad del actual gobierno, que todas lo ponen en un 60%, había conseguido sólo un 47-48% de los votos, y eso teniendo enfrente a un candidato hecho pedazos como Luis Alberto Lacalle y a alguien que carga con el karma de tener por apellido el de Bordaberry. Entonces le preguntaron a Mujica sobre el fracaso de los pleibiscitos, y el Pepe De La Gente, comenzó diciendo que había sido un error hacerlos junto a las elecciones nacionales, dónde los votantes se partidizaban mucho. Es decir, un error de los impulsores del referendum. Pegué una enorme puteada y me fui.

Me encontré con una chica semi-extranjera que vivió mucho tiempo en el exterior, y que estas eran las primeras elecciones uruguayas que vivía. Estaba triste porque no había salido la anulación, pero estaba más que nada extrañada por la especie de fiesta ambulante que bajaba y subía por la calle Ciudadela. Me contó que no entendía todo ese mar de banderas; en las elecciones que había vivido en Europa, me dijo, había manifestaciones y festejos, pero no esa obsesión identificatoria, ese despliegue de símbolos y cantos que sólo podía asociar con el fútbol. Le dije que sí, que era fútbol, y que estaban festejando el haber llegado al repechaje. Es una chica increíblemente atractiva con la que he tenido poco contacto, y la oportunidad era ideal para invitarla a tomar algo y hablar sobre otros países y otras alegrías. Pero yo no estaba alegre y no tenía nada interesante que decirle, así que me fui.

Un amigo me invitó a sentarme en su mesa, perplejo por el resultado y por el remolino de entusiasmo al parecer inquebrantable que nos seguía rodeando. A lo lejos se escuchaban los fuegos artificiales de la Plaza Matriz, dónde se juntaban los del Partido Blanco; ellos en realidad tenían algo que festejar. De pronto una cuerda de tambores apareció por Ciudadela y se puso a tocar frente al bar, y muchos de los asistentes se les sumaron para bailar en la calle, cantando consignas del FA y asegurando que en noviembre iban a humillar a los blancos en el ballotage. Los bailarines eran todos gente muy joven, y muchos de ellos muy atractivos, e irradiaban una alegría al parecer irreductible. Me quedé pensando en que realmente estoy viejo, y que no entiendo la celebración como un simple festejo de identidad, la celebración por sí misma, de la misma forma que no entiendo muchas canciones de los últimos años del rock uruguayo. Para mí se celebran las cosas buenas y edificantes de la vida, y se lloran las oscuras y humillantes. No es mucho más que eso. Me vino a la cabeza una estrofa de una canción de Bob Dylan que hace años que no escucho y que nunca fue de mis favoritas: "Señor, señor / let's disconnect these cables / Overturn these tables / This place don't make sense to me no more / Can you tell me what we're waiting for, señor?"

Me quedé mirando a los bailarines sin sentir ni siquiera furia; todos eran muy jóvenes. Cuando uno es joven tiene derecho a ser imbécil. Yo lo he sido, ustedes también. Lo que no se tiene derecho es a ser insensible.

De pronto aparecieron unas amigas de mi acompañante y nos invitaron a salir de la proximidad de los tambores. Fuimos hasta una casa cercana a tomar cerveza y jugar al truco. Hacía años que no jugaba al truco y es algo que extrañaba. Las chicas eran tan lindas como simpáticas y ponían lo mejor de ellas para alegrarme y sacarme de mi mutismo. Pero no podía contar bien los tantos, desperdiciaba cartas y no podía mentir bien. Perdí un par de partidos y aunque era temprano decidí irme. Puta madre; pocas cosas me gustan tanto como el truco y las mujeres graciosas, pero no estaba allí, así que era al pedo que me quedara.

Me fui caminando por una Rambla Sur vacía y azotada por el viento, escuchando en el mp3 "Ezekiel 7 and the Permanent Efficacy of Grace", la extraordinaria canción que cierra el último disco de los Mountain Goats. El tema, inspirado en un pasaje apocalíptico del Antiguo Testamento, habla sobre alguien, al parecer un criminal, que maneja entre una lluvia torrencial, que lleva a alguien atado en su coche hacia Mexico y se detiene ocasionalmente para inyectarse heroína. Es increíblemente triste y espiritual a la vez, a pesar de lo sórdido de su tema; una canción sobre un mundo arrasado en secreto. Pero entre la melodía se me colaban los cánticos de hinchada políticos que ya no sonaban pero que seguían en mi cabeza.

Hace veinte años sentí, cuando ganó el voto amarillo y se confirmó la Ley de Caducidad, que el mundo moral en el que creía se derrumbaba y que estaba rodeado por la oscuridad; hoy sin embargo no sentía lo mismo -a pesar de que las condiciones para que no sucediera lo mismo otra vez eran infinitamente mejores, una ventaja inútil-, sino simplemente una especie de cansancio resignado. En un mes habrá ballotage y se decidirá si es mejor tener a José Mujica como presidente o a Luis Alberto Lacalle; el panorama es favorable a Mujica, pero no tan seguro como creen algunos que hoy se me acercaban a decirme que no importa, que en noviembre esta decepción se va a convertir en felicidad y que el cambio no se va a detener en Uruguay. Tengo que darles la razón, el cambio parece estar yendo a mucha más velocidad de la que yo creía. Pero en otra dirección.

Me parece bien que se movilizen durante este mes por eso, se los dejo a ellos y a su oposición binaria entre países posibles. El país al que creo que yo pertenezco no contó en estas elecciones y no va a contar en el ballotage. Y acaba de ser derrotado, en forma definitiva. Uruguay acaba de marcar el hecho histórico de ser el único país que conozco que ha decidido, en forma democrática, no castigar a los peores monstruos de su historia moderna no una sino dos veces. Eso sí que es algo nuevo en el mundo, mucho más original que el Plan Ceibal. A más de cien años de la reforma educativa vareliana, a más de 70 de la impresionante modernización social de José Batlle y Ordóñez, a más de 50 del inesperado e improbable triunfo de Maracaná, tal vez sea un mojón sobre el que se edifique una nueva nacionalidad viscosa, ante la que me declaro permanentemente extranjero.

martes, 29 de septiembre de 2009

Decisiones

Había escrito un post larguísimo sobre el pleibiscito sobre la anulación de la Ley de Caducidad. Había escrito sobre la vergüenza y la mugre y la cobardía y el horror, y la oportunidad de limpiar un poco. Sobre el recuerdo terrible de 1989, cuando me dio asco vivir en Uruguay. Sobre la repulsión que me producían las imágenes publicitarias del "Sí", con niños y muchachas sonrientes producidas por publicistas imbéciles que siguen sin entender -a veinte años de aquellas chotas que bailaban con calzas verdes, como si el Voto Verde fuera la legalización del porro- que se estaba hablando de un tema serio y trágico. Sobre una izquierda frenteamplista que ya no significa nada para mí, que va a votar a un candidato al que le dan pena los "viejitos" represores encarcelados y que no movió un puto pelo de su bigote para hacer algo por el voto a la papeleta rosada. Sobre esos militantes imbéciles a los que les importa más el humillar a los votantes de los partidos tradicionales, como si fuera un partido de fútbol, que el limpiar la inmundicia de ser conocidos como un país de cómplices de tortura. Sobre la historia reescrita por los ahora vencedores, y apelando una vez más a la teoría de los dos demonios, pero ahora embellecida como la historia de San Jorge y el dragón. Sobre el no confundirse ni mezclar el tema con el del voto epistolar, al que me opongo totalmente y fue propuesto por especulación electoral sin pensar dos minutos acerca de su injusticia fundamental. Sobre mi afecto a los emigrados y mi deseo de que no se metan en mi vida si no van a compartirla. Sobre el silencio, sobre la comunicación, sobre la rara oportunidad histórica de compensar un momento fatídico en el que la democracia se convirtió en un río de mierda.

Pero no vale la pena a esta altura de las cosas publicar algo tan largo; en parte por las complicaciones de lectura y, sobre todo, por lo sencillo del asunto. Es decir, nada; voten la papeleta rosada y eliminen esa ley podrida. Espanten la maldición.

viernes, 12 de junio de 2009

El hombre es como el oso

Pasé final y tardíamente por la Plaza Independencia para ver los famosos osos "compañeros" que habitan allí desde hace un mes, más o menos. Como se sabe, se trata de 140 esculturas de osos llamados Buddy Bears, que fueron creados a partir del oso símbolo de la ciudad de Berlín, para que artistas de diversos países pintaran sobre los mismos lo que consideraran representativo de su tierra, y luego los mismos son expuestos en espacios públicos, simbolizando la unión de las distintas idiosincrasias nacionales, siendo luego vendidos y utilizando el producto de dichas ventas en obras de caridad. Una de esas ideas tontas, inofensivas y notorias que no sirven para gran cosa, pero que tienen una cierta simpatía y, especialmente para los niños, pueden ser una excusa para descubrir algún país o alguna característica de dicho país que se ignoraba.

Entre las hileras de osos hay una brecha notoria, en el grupo de osos provenientes de países cuyo nombre comienza con "A". El oso ausente es el del país más cercano culturalmente y más parecido a Uruguay, Argentina, que tuvo que ser retirado luego de que fuera saboteado un par de veces. ¿Por qué hubo uruguayos que atacaron a lo que está propuesto como un símbolo de concordia mundial? ¿por qué realizar una acción de significado tan groseramente intolerante?

Bueno, el artista argentino decidió, en mi opinión con mucha sensibilidad en relación a la tradición pictórica del país vecina hacer un "filete", ese estilo encantador, y muy kitsch, tan profundamente porteño y al que hasta el ciego Jorge Luis Borges le ha dedicado unas hermosas páginas. El fileteado, como algunos -evidentemente no todos- saben, surgió como una forma de adorno de los carros comerciales a tracción animal, que eran ilustrados con figuras populares, frases de sabiduría popular (algunas compadritas como "Yo maté al Mar Muerto", o "al final, primero yo"), adornadas con marcos próximos al barroco y colores chillones. El fileteado fue definido por uno de sus maestros como "un pensamiento alegre que se pinta", lo cual es una paráfrasis de la conocida definición de Discépolo del tango: un pensamiento triste que se baila.

Y no es casual la referencia, ya que el fileteado está -como el graffiti (con el cual tiene algún parentesco precursor) y el hip-hop- inseparablemente ligado al tango, del cual es casi, como sabe cualquiera que haya visitado La Boca, su equivalente plástico. No es de extrañarse entonces que muchos de los filetes estén dedicados a grandes figuras del tango y, junto a la Virgen del Luján -señora y patrona de Argentina y protectora de los caminos- el personaje que más se repite en este arte popular es, lógicamente, Carlos Gardel. Y el oso argentino estaba ilustrado, justamente, por una imagen del Zorzal Criollo. Una ofensa terrible al parecer.

De todas las controversias que han existido entre las dos partes de esa misma nación que son Uruguay y Argentina, tal vez no haya ninguna más imbécil que la de la nacionalidad de Carlos Gardel. A mí me resulta imposible discernir si el tipo nació en Tacuarembó o en Marsella, aunque la teoría "uruguayista" siempre me pareció mucho más traída de los pelos y susceptible a falsificaciones que la "francesista", pero no puede importarme menos: para los que les interesen tanto las nacionalidades (no es mi caso) es totalmente innegable que Gardel no es ni uruguayo ni francés, sino que es evidentemente argentino, y porteño para ser más exacto. Gardel llegó a Buenos Aires -desde Francia o desde Uruguay, es irrelevante- a los dos años y medio, es decir, antes de tener una consciencia clara de nada, creció en el Abasto y se nacionalizó argentino apenas pudo. Desarrolló su carrera en ese país, hizo del mismo su residencia, vino a alentar a la selección argentina en el Mundial del 30 y le dedicó a su capital una de sus canciones más conocidas -"Mi Buenos Aires querido"-, sin que exista ni un tema de su autoría referido a Tacuarembó o a Marsella. Y, como es lógico, está enterrado en el cementerio de La Chacarita.

Hay artistas y personas totalmente ligados con la nación en la que nacieron, y hay muchos de doble nacionalidad. Yo, por ejemplo, defiendo mucho la cualidad uruguaya de Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, quién no sólo vivió en Montevideo hasta los trece años, sino que volvió a esta ciudad en un viaje misterioso cuando ya era adulto y en el que se puede rastrear referencias a la misma en toda su obra e incluso en su seudónimo. Lo cual no impide que esencialmente es un poeta francés. Ese no es el caso de Gardel, quién visitó mucho a Uruguay -que era su segundo mercado- y, con mucha viveza, solía asumirse como uruguayo ante la prensa local. Pero Gardel no era China Zorrilla, era un porteño, y además la principal figura histórica de un género cultivado en Uruguay pero esencialmente argentino: el tango.

Pero para algunos uruguayos ignorantes que los únicos filetes que conocen son los que se sacan de la cara cuando se afeitan borrachos, el que el oso argentino ostentara la figura del "uruguayo" Carlos Gardel, era una afrenta más de esa ciudad de malvados que quiere apoderarse de todo lo bueno del Río de la Plata, que por supuesto es todo proveniente de Uruguay, un país culto a diferencia de aquella bosta. Y para demostrar lo cultos que somos primero se garabateó al bello fileteado del oso argentino y luego, aunque supuestamente estaba bajo vigilancia, lo rayaron con algún objeto metálico. Como resultado el oso fue retirado y el orgullo oriental quedó en alto. No, si se iban a quedar con Gardel de prepo estos porteños arrogantes... Uruguay nomá.

El oso estaba localizado, como ya dijimos, en la Plaza Independencia, el mismo lugar donde hace dos años unas mujeres entrerrianas que habían llegado a repartir folletos contra la instalación de Botnia fueron agredidas a huevazos por un centenar de machos montevideanos. Sí, señor, para que aprendan lo que quiere decir en la República Ponsonby el significado de la palabra "independencia".

Ricardo Gómez, el pintor del oso porteño -un viejito de 82 años que es considerado el mayor maestro actual del arte del fileteado-, no se ofendió. Dijo que en todos los países hay inadaptados y que él en realidad consideraba a Gardel como un rioplatense, gentileza que los vándalos no se merecen y que la historia desmiente.

***

En los mismos días en que se retiraba el oso compañero argentino hostilizado por los defensores de la cultura local, otro entredicho volvió a cruzar a algunos portavoces de ambas orillas del Plata. El precandidato blanco a la presidencia Jorge Larrañaga utilizó, para criticar la actitud de Tabaré Vázquez hacia las críticas de la Federación Agraria, el término "kirchnerista", convirtiéndolo, claramente, en un neologismo denigratorio en un país en el que Néstor Kirchner pasó a ser -a partir del conflicto por Botnia- sinónimo de todo lo abominable del ser argentino.

El embajador argentino Hernán Patiño Meyer protestó mediante una carta pública, en la que sensatamente recordaba que no está bien que un actor político de importancia como Larrañaga, y un presidente potencial si gana las internas, utilice el nombre del presidente de una nación vecina y asociada como un insulto, y que pase lo que pase ese apellido va a seguir gobernando Argentina durante los dos próximos años, en los cuales Larrañaga -antiguo intendente de una ciudad limítrofe como es Paysandú, tradicionalmente con enormes lazos con la cercana ciudad de Colón-, en caso de ser elegido presidente de Uruguay, va a tener que tratar y negociar con alguien que lleva el apellido Kirchner, con quién -en lugar de hacerle agresiones gratuitas-, podría aprovechar el cambio institucional para recomponer las muy dañadas relaciones entre los gobiernos de ambas razones, una oportunidad que Cristina Kirchner desperdició en forma increíblemente idiota al recriminarle a Tabaré Vázquez su política sobre el Río Uruguay en el mismo acto de asunción a su cargo.

Patiño Meyer cometió un error de forma, que le fue recriminado correctamente por el canciller uruguayo Gonzalo Fernández, y que fue el de realizar esta protesta mediante una carta abierta cuando lo protocolar era elevar una queja al Ministerio de Relaciones Exteriores, pero su protesta era válida, y su queja era tan comprensible como sensata su advertencia. Pero a Larrañaga no le dicen El Guapo por nada, y para demostrar que debe tener como tres huevos y 35 centímetros de pija, no sólo no dio ni la menor disculpa sino que mandó al embajador argentino a meterse en sus asuntos. El Guapo recordó cómo Kirchner -en este momento un ex presidente, no un futuro candidato-, se había metido en asuntos internos de Uruguay, diciéndole a Patiño Meyer: "le solicito que se calle y no se entrometa en los asuntos internos de la vida política uruguaya. No tiene ni derecho ni credenciales para ello." Tomá, porteño puto.

Pero eso no quedó allí, ya que convencido que era la hora de revolear pijas, el precandidato colorado Pedro Bordaberry -a quién una de sus canciones de campaña definía como El Jefe-, se refirió a Patiño Meyer diciéndole "A los Sarratea de estos tiempos les decimos que no se equivoquen"-, recordando al diplomático argentino Manuel de Sarratea, sobre quién pesa la acusación histórica de haber traicionado al padre (renuente) de la patria José Gervasio Artigas en 1812, algo que los uruguayos patriotas no olvidamos tan facilmente, porteños putos. El Jefe, que tiene tan buena memoria para la historia lejana, suele no saber nada de historia reciente cuando le preguntan por su padre -el ex dictador Juan María Bordaberry-, que tuvo una excelente relación con Argentina durante su presidencia, aunque por desgracia para ayudar a instrumentar la Plan Cóndor y para organizar asesinatos de políticos uruguayos residentes en Buenos Aires, como Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Al parecer eran épocas de buenos argentinos aquellas, nada de Sarrateas ni nada por el estilo, sino patriotas rioplatenses dispuestos a colaborar en la patriótica tarea de matar hombres de paz indefensos.

El último lustro ha sido un tiempo de permanente hostilidad entre estos dos países indistinguibles para cualquiera que no sea de la región, una hostilidad alimentada por políticos miserables de ambos países a la pesca del fácil aplauso nacionalista. Pero lo que, en su aplicada competencia de pijas gigantescas, El Guapo y El Jefe no entienden es algo que hasta el Pepe Mujica -no precisamente la estrella más brillante del firmamento intelectual-político- tiene claro: Uruguay no va a mudar de residencia y que su mayor socio comercial sigue siendo Argentina, país que cuando se resfría nos hace estornudar. Argentina depende poco y nada de su relación comercial con Uruguay, al contrario, la estructura bancaria de nuestro país ha sido un magnífico puente de evasiones de los grandes capitales argentinos, pero para Uruguay esta relación es esencial. Uno puede entender -y apoyar si se está de acuerdo- que las relaciones se vuelvan rísipidas o tensas cuando hay intereses enfrentados pero, ¿qué sentido puede tener el ofender gratuitamente a gobernantes tan irritables y caprichosos como los Kirchner, solo para hacerse los machos ante los correlegionarios? Si el día de mañana Larrañaga asume como presidente y a Cristina se le ocurre saludar la asunción de quien usa su apellido de casada como un insulto prohibiendo, con alguna excusa ridícula, las importaciones a la Argentina de carne uruguaya. ¿Va El Guapo a contratar a los miles de desocupados que eso produciría inmediatamente? Si decide que ante la crisis energética no se le va a vender más energía al país vecino, algo que nos salvó del colapso lumínico un par de veces en los últimos años. ¿Nos prestará El Guapo el generador de su estancia? Es facilísimo hacerse el macho con el riesgo ajeno. Es facilísimo hacerse el macho, algo que parece ser el punto esencial de estas precandidaturas de personas mediocres que no entienden la diferencia entre un estadista y un hincha de fútbol.

***

Volvamos a los osos; el oso argentino que tanto molestó a los uruguayos era, por otra parte, uno de los más bonitos, de los mejor decorados. Algo difícil de decir del de Uruguay. Su autor, el sanducero Hiram Cohen, declaró haberse inspirado en su diseño de chorretes de pintura más o menos azarosos en el significado de la palabra "Uruguay"según el poeta Juan Zorrilla de San Martín, es decir, "río de los pájaros pintados". Hay que tener una imaginación muy libre para asociar el diseño de ese oso con pájaros multicolores, en realidad se parece más a la interpretación de un amigo mío, para quién el diseño le hacía pensar que el artista, luego de hacer sus necesidades fisiológicas y haber usado sus manos como papel higiénico, se hubiera limpiado las mismas en el desgraciado oso.

Literalmente el diseño uruguayo era el peor de los 140 osos exhibidos en la plaza. Entre otras cosas por su arrogancia arty: la idea de los osos pintados no era, claramente, la de hacer un ejercicio de abstracción desafiante, sino algo más bien relacionado con la simple artesanía. Algo que tratara, con buen gusto y humor, de informar algo sobre la nación que reprsentaba. Lo que el oso uruguayo informaba era solamente lo que ocurre con la concepción plástica de un país en el que desde hace una década el conceptualismo extento de la menor autocrítica -y financiado por los premios intercambiados por un círculo endogámico de artistas, jurados y curadores-, reina por encima de las más elementales consideraciones estéticas. El oso uruguayo no sólo es feo, es un oso perezoso, un oso haragán en su ejecución y arrogante en su selección. Una porquería de oso, la verdad.

Eso fue notado por muchos transeúntes, que comenzaron a hacer sentir sus voces de protesta recriminando la representación de semejante mamarracho, y tantas fueron las protestas que la Intendencia Municipal de Montevideo -la misma que demoró diez años en comenzar a proteger los monumentos nacionales de los parques de los ataques de los lateros, la misma que no parece ofenderse porque todas las paredes de los espacios públicos estén cubiertos de repugnantes pintadas políticas o incluso religiosas- decidió tomar parte en el asunto y, como suele suceder, el remedio fue peor que la enfermedad.

La solución no fue la de investigar la concepción estética detrás de la adjudicación del encargo a Cohen, o la de promover un debate público acerca de representación plástica oficial o arte en general (algo realmente necesario en estos tiempos en los que existen importantes sumas de dinero estatal dedicadas a la cultura y otorgadas bajo parámetros muy discutibles), sino encargar un nuevo oso uruguayo que nos representara mejor. Paradójicamente (o con sutil ironía), el mismo fue donado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y se le encargó al que aparentemente es el pintor oficial de la patria en estos días, Carlos Páez Vilaró. ¿Qué hizo Páez Vilaró, en su trabajo de carnero artístico? Maximizar la tendencia nacionalista chota de muchos de los osos y hacer un auténtico muestrario de todos los lugares comunes de lo que se considera "nacional". Vilaró incluyó un jugador de fútbol, un mate, una bandera, un músico de comparsa, un gaucho con guitarra, la torre del Estadio Centenario, la fragata Capitán Miranda, mucho celeste y una galera de los parodistas los Zíngaros, quienes lo homenajearon con una de sus "parodias" recientemente, lo que para Vilaró los convirtió instantáneamente en un símbolo nacional al parecer, lo cual no es de extrañarse ya que también está presente en el oso su propia casa, la irónicamente llamada "Casa Pueblo". In extremis, y luego de que lo había presentado a los fotógrafos de El País, le agregó -seguramente recriminado por la ausencia de "alta cultura" en su oso- un libro de Onetti, uno de Benedetti y uno de Galeano. Y en un acto de sublime chiquitaje, incluyó la imagen de Carlos Gardel en un homóplato del oso. Tomen, porteños putos.

El oso de Vilaró también es feo, pero es más coherente con el resto de la muestra y tiene al menos el grado mínimo de artesanía y técnica que exige esta idea más orientada a los niños que al público de las galerías. Pero el problema no son los osos sino más bien el hecho de que el ambiente artístico local guardó un patético silencio sobre el público y tremendo insulto que se le hizo a un colega; uno puede discutir la validez del más bien horrendo oso de Cohen, pero ese fue el oso seleccionado por un jurado y, si no se le consideraba representativo o era una gran cagada, lo que correspondía era recriminárselo a quienes lo seleccionaron o a quienes eligieron a Cohen para pintar al mismo. Una vez expuesto y acreditado, es de una grosería criminal el echar para atrás y pedir un nuevo oso a otro artista, haciendo oficial la opinión de lo fea o inadecuada que era la obra de alguien que había sido previamente elegido en forma también oficial.

Desconozco a Cohen e ignoro cómo puede haberlo afectado este insulto institucional, pero es algo que no le deseo a nadie. A mí se me enseñó, en Uruguay pero tal vez por otra clase de personas, que hay que hacerse cargo de las malas decisiones que se toman, y que cuando las mismas exponen a un tercero -en este caso Cohen-, hay que estar a su lado hasta el final. Ya se había hecho bastante el ridículo en forma anónima con el problema del oso porteño. Ahora se traicionó a un artista nacional en forma oficial y explícita. La decisión fue de la IMM, ahora bajo la administración del MPP-MLN y los tupamaros no se destacan precisamente por su poder de autocrítica, pero uno supondría que al menos podrían identificar lo que en una fábrica sería una brutal carnereada. Y los plásticos no se destacan por su solidaridad o empatía entre su gremio, pero me hubiera gustado leer al menos una carta de protesta sobre la humillación sufrida por uno de los suyos.

Los osos se irán en algún momento, y los alrededores de la Plaza Independencia -preparándose para el retorno de la presidencia a la misma- están rejuveneciendo y recuperándose de la brutal decadencia y tugurización que sufrieron en los últimos quince años. Pero ninguna consideración estética puede superar la sensación de profunda fealdad que vengo sintiendo en relación a lo "uruguayo" desde hace un tiempo. No me reconozco en esa pequeñez mental, en ese chauvinismo de enano con zancos, en esa cultura de lo desagradable y lo mediano, en esos candidatos posicionandose para la carrera por el poder montados en lo peor y lo más degradado de lo que se asocia con esta comunidad. No me sentía tan deprimido en lo político desde 1989, cuando el voto amarillo me expuso con claridad la cara oculta y canalla de la orientalidad, y veo día a día al país caminando, como quién se encamina hacia el paredón, hacia una opción de modelos perpetuadores de lo bruto, de la petulancia ignorante y autosatisfecha, de la vejez espiritual, de la jactancia teórica de una educación y una cultura a la que se ha saboteado de todas las formas posibles y a las que se desprecia burlonamente a la primer oportunidad, de la ausencia de responsabilidad mínima o de respeto hacia los espacios comunes. Del machismo terminal de una sociedad de gestos grandilocuentes públicos y cobardías íntimas.

Porque el hombre (uruguayo) es como el oso: generalmente en cuatro patas y de aliento asqueroso.

sábado, 18 de abril de 2009

Las estrellas lentas

Una rara noticia fue medianamente difundida la semana pasada; algunos de los habitantes del balneario y pueblo rochense de Valizas estaban juntando firmas para oponerse a una iniciativa del intendente departamental, Artigas Barrios, con respecto a su localidad. A pedido de un número, al parecer no muy importante, de vecinos de Valizas, Artigas Barrios decidió iluminar artificialmente las oscuras calles del pueblo. Una medida aparentemente modernizadora y apoyada -cuando no- en el reclamo de mayor "seguridad", en una localidad en la que las pequeñas raterías de algunos de sus desastrados visitantes durante el verano son habituales, pero en la que los delitos mayores son prácticamente desconocidos.

Pero la luz eléctrica -símbolo de progreso desde que hace 110 años Edison inventó la lamparita-, tiene algunas desventajas además del consumo enorme de energía que implica. Entre ellas está el hecho de que no es una fuente de luz que se encuentre en forma casual en la naturaleza, y la naturaleza en estado más o menos puro es una de las cosas que atrajo originalmente a muchos de los que decidieron hacer de Valizas su hogar. Localidad vecina, y en cierta forma una versión ligeramente más barata y urbanizada, de Cabo Polonio, Valizas recién tuvo electricidad en 1992, y eso ante la oposición de algunos de sus habitantes más naturistas, que sostenían que el atractivo del lugar era justamente su diferencia con cualquiera de los otras decenas de balnearios de la costa de Rocha, diferencia basada en su encanto primitivo. Tras varias reuniones se decidió que la energía eléctrica -por supuesto no obligatoria para todos los residentes- iba a traer muchas ventajas, y se decidió aceptar esta modernización, aunque con el compromiso de que esa energía eléctrica iba a permanecer dentro de las casas y no a alterar la fisionomía del paisaje valizero. Es decir, se estableció el compromiso de que no hubiera iluminación eléctrica en las calles.

¿Por qué, por atavismo primitivo, por dogmatismo naturista, por nostalgias de los luditas, por miedo...? No, los opositores a este cambio tenían un argumento más romántico y sin embargo bastante práctico y evidente: las estrellas. A algunos de los habitantes de Valizas les gusta mirar el cielo en la noche y observar en su total majestuosidad la belleza rutilante de la Vía Láctea, tal como se la puede apreciar en el hemisferio sur cuando no hay fuentes de luz artificial iluminando el entorno del observador. Es algo innegable, cualquiera que haya levantado la cabeza en el campo o en cualquier lugar sin focos callejeros sabe que hay muchas más estrellas en el firmamento de las que vemos los citadinos. Y algunos creen que ese es un espectáculo hermoso al que no tienen por qué renunciar.

(Hace unos meses en Punta Rubia, otro lugar que prácticamente carece de luz eléctrica en las calles, tomaba una cerveza en la noche, sin más música que la de las chicharras, conversando con un amigo que hace ya varios años que vive en España, y mientras me comentaba con horror el deterioro que notaba en el lenguaje castellano que se usa en Uruguay, también contemplaba con maravilla el cielo y comentaba que en el hemisferio norte el cielo nocturno es mucho más pobre y aburrido, con menos constelaciones visibles, menos joyas de luz en la oscuridad. Estuve dos veces en el hemisferio norte pero no tengo la menor idea de si es así o no. El cielo sobre Nueva York y Chicago, los enormes epicentros de claridad eléctrica que visité, es totalmente negro).

Nunca me gustó Valizas; de hecho en los aproximadamente veinte años desde que llegué a Rocha por primera vez debe ser el balneario que menos visité. Lo cual es curioso, porque naturalmente me parece un lugar bellísimo con su arroyo y sus médanos irreales; pero hay algo en el punk adolescente que fui y en el elitista que todavía soy que no tolera la estética hippie casi obligatoria en el lugar; los muchachos peludos berreando canciones de Fito Páez y Raúl Seixas alrededor del fuego, las muchachas mal depiladas tomando vino berreta en botellas plásticas de refresco, el mangueo constante llevado a modus vivendi en forma sistemática, el lenguaje pastoso y lleno de muletillas insoportables de los malucos... Ok, no es lo mío. Pero me parece tan respetable el elegir ese destino como cualquier otra opción, como mi decisión de ir a otros lugares, y es uno de los pocos centros de Rocha que no se han ido al reverendo carajo con los precios de alquiler y estadía. Por lo que no me extraña que mucha de la gente que quiero y estimo hayan hecho de Valizas su lugar de veraneo favorito. Y que les guste así como está.

¿Por qué cambiar algo que es disfrutado desde hace décadas en su estado más o menos rústico y alterar el pacto semi-naturista con sus visitantes? El motivo de la "seguridad" es muy tenue, por más paranoica que se haya vuelto alguna gente y las necesidades de urgencia -necesidades de comunicación o de salud que dependen de la electricidad están ya cubiertas. El motivo es otro y muy sencillo: por guita.

Artigas Barrios cuenta con el índice de aprobación más alto de los intendentes uruguayos; cerca del 70% de los rochenses considera que su gestión ha sido buena o más, lo cual no es de extrañarse teniendo en cuenta el agujero negro que hizo su predecesor Riet Correa, quién literalmente dejó la intendencia en quiebra. Pero más allá de que haya sido un buen administrador, Artigas Barrios tuvo un golpe de buena suerte, le tocó ser intendente de Rocha en el mismo lustro en que el gusto de buena parte de los turistas argentinos y los veraneantes uruguayos de alta capacidad económica se desplazó de Maldonado a Rocha, y las playas oceánicas del departamento pasaron a ser el punto más cool de la costa uruguaya. Esto, obviamente, significó una enorme inyección de dinero al departamento, y Artigas Barrios en combinación con el Ministerio de Turismo explotó inteligentemente el fenómeno.

Hay muchos motivos posibles de este desplazamiento de los turistas adinerados hacia el este, abandonando en cierta forma (aunque no se haya notado excesivamente por la nueva afluencia de turistas brasileños y paraguayos) Punta del Este y sus balnearios aledaños. Hay mucho de veletismo y moda, por supuesto, pero también tiene que ver con la sobre-explotación que se ha hecho del aún balneario estrella de Uruguay. Soy semi-fernandino, y tengo una relación emotiva con Maldonado que obviamente no tengo con Rocha (y de alguna forma he heredado algo de la histórica animosidad entre ambos territorios), pero ya desde hace muchos años dejé de sentirme en casa en la comunidad en la que pasé buena parte de mi infancia, y de encontrar alguna clase de diversión en la estética miamizada y menemizada de un Punta del Este que ya no tiene nada que ver con el que yo recorría en bicicleta y en el que iba a pescar con mi abuelo. La última vez que fui, al concierto de Bob Dylan en el repulsivo Hotel Conrad, encontré a Punta del Este -que no visitaba desde hacía más de seis años- convertida en una metrópolis costera pintada de dorado, terraja, ruidosa y mal vestida.

Pero no soy sólo yo el que la siente así e incluso muchos de los que la prefieren como ciudad super lujosa, moderna y exclusivista, comenzaron a cansarse de los precios insultantes y del desprecio comunal hacia lo que consideraban privilegios ya adquiridos. La avidez monetaria de las intendencias de Enrique Antía primero y de Oscar de los Santos después se pareció mucho al razonamiento del dueño de la gallina de los huevos de oro (en cierta forma el razonamiento base de la mentalidad empresarial-capitalista actual), y a cambio de beneficios comunitarios o personales inmediatos permitieron modificaciones abruptas en la fisionomía del balneario que desagradaron a muchos de sus visitantes tradicionales. Los permisos de construcciones excepcionales (un disparate jurídico, ya que ¿de que mierda puede servir el establecer exclusiones o prohibiciones edilicias si se pueden ignorar otorgando excepciones?) y la proliferación de proyectos explotativos en puntos como La Barra, Manantiales o José Ignacio han ido cansando a la gente que había elegido esos puntos justamente por su aislamiento y exclusividad. Y mucha de esa gente ha comenzado a emigrar a Rocha. La persistente protavoz de la comunidad cajetilla Mecha Gattás decía en un reportaje reciente que La Pedrera es como Punta del Este en los años 60, y mucha de esa gente quiere ir a la Punta del Este de los años 60. El problema es que lo que hay allá no es Punta del Este de los años 60 sino La Pedrera, que es otra cosa. Pero Artigas Barrios, el intendente maravilla, está en campaña de solucionar ese pequeño inconveniente.

Hay que ser muy ingenuo para no entender qué es lo que hay detrás de la modernización eléctrica de Valizas. Es lo mismo que en menos de diez años transformó al pueblo de pescadores de Punta del Diablo en una especie de favela turística, lo mismo que permitió edificar a un millonario argentino una serie de bungalows en la mitad de la Playa del Barco en La Pedrera, arruinándola para siempre (al menos para los que no tengan a Miami como el modelo estético universal), lo mismo que hizo prohibir el acampar en forma gratuita en todo el departamento y lo mismo que hace babearse al Pepe Mujica cuando sueña con convertir todas las playas desiertas de Rocha en villas hiper-privadas para que "los platudos vengan a lagartear", para que el turismo, la segunda industria de Uruguay en cuanto a ganancias, se convierta en la primera. Valizas es un lugar naturalmente hermoso y -a diferencia de Cabo Polonio, dónde hay un consenso (aunque frecuentemente amenazado) de preservarlo como reserva natural- susceptible de ser convertido en un gran centro de turismo del que sirve, del que deja dinero, no de hippies mugrientos.

Pero para eso se necesita una infraestructura de comodidades mínima, entre las que se encuentra la iluminación eléctrica de las calles: uno no va a atraer a empresarios cincuentones a invertir en un sitio donde los hippies deambulan en la penumbra de sus calles sin electricidad. No, hay que limpiar, mejorar, pulir y, si se puede, echar. ¿Pero que pasa con los que ya estaban ahí, los que prefieren ver el cielo estrellado aunque tengan que caminar con linternas por la calle? Bueno, es un interés sacrificable en relación a los posibles beneficios materiales. Porque todo es sacrificable en relación a los beneficios materiales, sobre todo cuando son para colectivos que luego misteriosamente terminan siendo mucho más pequeños que los damnificados.

Un editorial del verano del 2007, un año antes de la explosión definitiva del turismo en Rocha, del periódico abanderado de la izquierda oficial, La República, -editorial no firmado aunque carente del estilo inefable de su director Federico Fasano- identificaba el gran problema de este departamento y su fauna veraniega en términos muy concretos. Para el editorialista anónimo parte del subdesarrollo (subexplotación) de Rocha era culpa de que "en el departamento esteño se ha instalado una visión de supuesta protección de la naturaleza, que en los hechos para lo único que ha servido es para empeorar algunos aspectos negativos". Una afirmación bastante complicada, sobre todo cuando no se apoya en nada más que frases como la siguiente: "El ministro de Industrias y Energía, Jorge Lepra, en una reciente entrevista ponía como ejemplo a Cabo Polonio, de cómo Uruguay en algunos aspectos sigue viviendo y defendiendo el pasado. En ese caso a una supuesta ecología de dunas móviles "únicas en el mundo", como dicen algunos, afirmación más que falsa, pues las mismas existen y existieron (hasta en Malvín), en cualquier zona desértica)".

Pero no era este el centro del problema para el anónimo editorialista de izquierda, sino más bien el siguiente: "A los demás balnearios nombrados (Punta del Diablo, Valizas) llega el turismo de "baja calidad", no se tome esto como una afirmación despectiva, sino la descripción de una modalidad de vida que fue fomentada por años como perfil para ciertos niveles de nuestra juventud, se ve atraída por ese tipo de oferta turística. Un tipo de cliente que, evidentemente, no es atractivo para promover inversiones en hoteles, restaurantes de buen nivel, en lugar de "carritos" de chorizos y quioscos con empanadas amasadas en el lugar". Ni Pancho Dotto lo hubiera dicho mejor; ¿cómo se les va a ocurrir a los jóvenes sin guita querer ir a playas vírgenes, querer dormir en una carpa y comer empanadas caseras? La playa para el que pueda pagarla, privatizarla y arruinarla, no para mugrientos que no saben lo bueno que es tener un diario de izquierda y vivir en una mansión de 2 millones de dólares a la orilla de un lago. La playa para los jubilados japoneses, no para los estudiantes de psicología, los surfistas o los músicos ambulantes. La playa para los amigos de Fasano y para los jerarcas ministeriales que pautan frecuentemente en el multimedios plural. Esa es la visión de esta izquierda que nos gobierna y de sus portavoces.

Pero hasta los defensores del turismo progresivo y de alto perfil tienen sus contradicciones, como demuestra el caso del balneario de mayor desarrollo comercial en la Rocha de los últimos años, La Paloma, a la que se piensa arruinar casi con seguridad mediante la construcción de un hiper-contaminante puerto de aguas profundas. Y allí se da un caso bastante notable de la poca o nula solidaridad que existe en algunas comunidades: aunque casi todos los habitantes permanentes de La Paloma están en contra de la instalación del puerto, la mayoría de los rochenses están a favor de que se haga, ya que cuentan con que les toque algún beneficio residual del movimiento comercial que este puerto produciría. Y además ellos no viven allí.

Por otra parte no sería la primera vez que se revienta ecológicamente un balneario entero en Rocha; en los años 70 fue La Coronilla -por aquel entonces el balneario con más futuro del departamento- al que la construcción del Canal Andreoni convirtió en un cementerio de animales en descomposicón y productos químicos de los arrozales. Claro que en aquel caso se tenía la excusa de que fue algo implementado por una dictadura, y ahora los desastres son aprobados democráticamente. Por los mismos vecinos que lloran frente a las cámaras de Canal 4 porque sus barrios de la capital rochense se inundaron en forma inédita en la historia de la ciudad, reclamando ayuda estatal sin entender el hilo directo que hay entre las alteraciones ecológicas de su entorno y los cambios que estos conllevan. Ni la responsabilidad que le puede corresponder a una comunidad que está aceptando pasivamente la mayoría de esos cambios basados en la esperanza de ser beneficiarios económicos de los mismos. Pero hay gente que, como prueban las frecuentes burlas del caso de Valizas y su lucha por un cielo estrellado, está tan acostumbrada a agacharse que ya no puede mirar para arriba.

Uno que descubrió La Paloma este año, y al parecer le gustó aunque paradójicamente defiende la instalación del puerto de aguas profundas, fue el periodista multimediático Gerardo Sotelo, y habiendo pasado sus vacaciones allí, decidió dedicarle una columna en Montevideo.comm. En ella Sotelo, cuyo tiempo es al parecer extraordinariamente valioso, generaliza su impresión subjetiva sobre la vida en el balneario y la convierte en una metáfora de las opciones, no ya de los rochenses sino de todos los uruguayos, y los caminos excluyentes que están planteados al parecer con suma urgencia. Escribe sobre La Paloma y Rocha: "sus habitantes parecen sordamente divididos entre quienes se preparan para el futuro y quienes prefieren mantener el pintoresquismo y la pachorra aún a costa de pasarla mal".

¿Qué le inspira una reflexión tan crucial? Muchas cosas, entre ellas -mencionada al pasar- la demora en la construcción del puente sobre la Laguna Garzón, que conectaría en forma más directa a Punta del Este con los balnearios rochenses, una construcción que se sabe atravesaría y alteraría en forma dramática una de las mayores reservas naturales de Uruguay, y que fue aprobada por la Dinama sólo luego de que se bajaran considerablemente los requisitos ambientales para una obra así. Pero sobre todo lo que inspira a Sotelo, aunque no lo dice en la nota -pero lo señaló con furia en una de las emisiones que conduce del informativo de Radio Sarandí- es la demora, la lentitud, en la atención que sufrió en uno de los restaurantes de La Paloma. Una cosa terrible al parecer.

La lentitud rochense es algo que realmente asombra las primeras veces que un montevideano -es decir, no precisamente alguien que venga de una comunidad caracterizada por su celeridad- tiene contacto con la misma, y que puede irritarlo sobremanera, sobre todo si no se entiende que no es algo personal en su contra. ¿De dónde viene esa lentitud tan distintiva? Creo que debe ser algo fundamentalmente tradicional, pero que tiene su férrea lógica; las localidades veraniegas de Rocha son comunidades pequeñas en las que durante nueve o diez meses al año no hay ninguna necesidad de apurarse porque no hay nadie esperando atrás. Un tiempo social de metabolismo lento, en el que el día alcanza para hacer todo lo que hay que hacer. ¿Por qué Sotelo piensa que es tan sencillo cambiar eso y switchear a una velocidad que para ellos es anti-natural solo para complacerlo? Al fin y al cabo él es un turista de vacaciones, tiene tiempo libre y no tiene que trabajar como la pobre moza a la que quiere apurar. Y además hace calor, hinchahuevos. Relajate un poco.

He comprobado que la lentitud de balneario no es exclusiva de Rocha; en lugares mucho más turísticos y populares que La Paloma como en Bahía he visto a los locales moverse a una velocidad que, por comparación, hace parecer a los rochenses guepardos anfetaminizados. Es en mi opinión un tiempo, un ritmo, filosófico, que tiene que ver con el mismo concepto de las vacaciones. Entiendo que una demora muy al pedo pueda ser molesta, pero yo, de vacaciones, no tengo ninguna necesidad ni deseo de que me atienda un histérico que me haga sentir que yo también tengo que apurarme para que mi lugar quede libre nuevamente. Hay algo de bellísima rebeldía en esa lentitud, algo de la hoy en día muy olvidada dignidad de saber que estar sirviendo a alguien no implica necesariamente ser su sirviente, ni ser un subalterno.

Pero para Sotelo el turista es un dios celoso y todopoderoso, así que esto le parece ofensivo y, alegrándose que ya hay habitantes de La Paloma modernizados, se queja de que "la mayoría funciona al revés, es decir, pretendiendo que el turista se adapte a los peculiares horarios laborales y de descanso de los lugareños". Qué locos los de La Paloma, pretenden que los visitantes se adapten a las costumbres de la localidad y no lo contrario. Supongo que con esa lógica, si el día de mañana llega una excursión de árabes sauditas a La Paloma, las mujeres locales deberán cubrirse de la cabeza a los pies a la hora de ir a la playa y habrá que subir un muecín a la torre de la OSE.

No puedo encontrar palabras educadas para definir esa clase de pensamiento (el "cipayo" jauretchiano me parece un poco suave), pero por desgracia no es único de Sotelo sino que es una mentalidad que cada vez se extiende más y que, supongo, debe tener su origen en los países que viven del turismo sexual, porque fuera de los mismos no se puede entender una concepción tan degradada de identidad comunitaria a cambio de dinero. Pero no es sólo problema de los propagandistas, también es problema de los clientes.

Porque además es hora de desmitificar y dejar de respetar religiosamente a una clase de larvas excedentarias a las que de tanto mimar han empezado a confundir hospitalidad con derecho al privilegio, alquiler con compra y amabilidad con sumisión. Es decir; los turistas.

Dicen que un viajero es alguien que no sabe a dónde está yendo y un turista es alguien que no sabe dónde está. Bueno, alguien que no sabe dónde está es aún más peligroso para el sitio en el que se encuentra que para sí mismo, porque no sabe lo que pisa, no sabe el valor que la comunidad local le atribuye a lo que le permite observar pero no modificar. Debería existir una suerte de código universal de conducta referido al turismo, y que permitiera el fusilamiento sumario de quienes lo infrigieran. El turismo es sin dudas una fuente de transferencia de recursos excedentarios de las sociedades ricas a las pobres (o de las ricas a las ricas, nunca de las pobres a las ricas porque eso se hace por otros caminos), pero el aumento de la población mundial y la extensión del turismo como costumbre vacacional globalizada ha generado un número de turistas que afecta en forma decisiva las comunidades que estos visitan, y el efecto es casi invariablemente de degradación y desintegración social.

De la misma forma en que no hay monumento de la antiguedad que soporte el paso de miles y miles de visitantes diarios -muchos de los cuales deseosos de llevarse consigo una piedrita de un lugar tan pintoresco-, no hay muchas comunidades que soporten el quebrantamiento constante de sus costumbres ni la oferta casi continua de soborno por hacerlo. Porque para el turista por lo general es más importante la evidencia física de su viaje -ya sea un pedruzco de Machu Picchu o una historia sexual exótica-, que cualquier experiencia cultural recibida. Y sobre todo es importante como experiencia de estatus: el empleado de último rango que vive en un apartamento de 30 m2 en Shinjiku pasa como por arte de magia a reposar en un bungalow de 100 m2 en Cartagena, con un montón de personas jóvenes que no hacen más que sonreir y ofrecer el complacerlo. Es comprensible que le sea atractivo, pero por supuesto es una ilusión y una ilusión dañina tanto para él como para la comunidad que se desintegra para integrarlo fugazmente.

Otro de los factores intrínsecamente destructivos del turismo organizado para la clase media es eso que Sotelo añoraba en La Paloma, la velocidad. Los paquetes turísticos basan buena parte de su atractivo en la variedad acumulativa de la oferta, por lo que los tours dependen mucho de la cantidad de actividades que puedan amontonar en una o dos semanas, lo cual en términos estrictamente vacacionales es, por supuesto, una mierda en la que nadie puede relajarse y descansar, pero ideal a la hora de sacar fotos o sumar anécdotas. Es decir a la hora de contar y no vivir. Pero la experiencias de estatus dependen más de lo cuantíficable que de lo vivido, se sabe, y el turismo es más que nada algo que se hace ante los demás, no que se vive.

Hace diez años Tom Wolfe, ya senil o definitivamente imbécil, sostenía que ese tiempo era el mejor de la historia de la humanidad, ya que por primera vez un obrero de Detroit podía visitar Japón. Wolfe obviaba el que la capacidad de visitar Japón no entrañaba, tal vez menos que nunca en una sociedad en la que prima la experiencia del status por sobre la del conocimiento, la capacidad de entender Japón, y que ese mismo obrero que ahora era capaz de visitar Japón no era, a diferencia de su abuelo -o incluso de su padre-, capaz de comprar su propia casa en Detroit. Es decir: era y es la época de las experiencias de pertenencia virtuales, de simulación de conocimiento, simulación de estatus y simulación de posesión, mientras que, para variar, los auténticos propietarios eran cada vez menos y cada vez más reales, aunque menos visibles.

Lo que quedaba era lo que Johnny Rotten había definido como "Cheap holidays on other's people's misery". Miserables que miran con conmiseración a miserables, sirvientes servidos, la experiencia magnificada y falsa del hogar trasplantado al extranjero. Algo que no tiene nada que ver con el viaje, una experiencia necesaria, casi obligatoria, para los espíritus inquietos. El viaje, sea físico o meramente psíquico, es una experiencia iniciática cuyo núcleo es, siempre, la despersonalización. Al contrario del turismo, que es una experiencia de reafirmación virtual del propio ego mediante una pseudo-confrontación con la otredad, el viaje es el auténtico contacto con esa otredad y el auténtico intercambio con el mismo. Un intercambio que sólo es posible bajando las barreras del ego personal y el ego cultural colectivo, que solo es posible mediante toda la desaparición del yo que sea posible para dejar lugar a lo que pueda ingresar o lo que queremos que ingrese. La experiencia que nos demuestre que no somos tan importantes, uno de los primeros pasos para adquirir alguna clase real de importancia humana.

Hoy en día, con el auge mundial del turismo ya calificado como industria y extendido como forma de relación de exclusiones mutuas, el viaje es cada vez más raro. Entre otras cosas porque es imposible viajar donde van los turistas; el turista modifica el entorno en forma dramática y hace todo lo posible para que el mismo se le asemeje para su comodidad. Es decir, elimina la otredad, pero sin intercambio mutuo, simplemente mediante la sumisión supresiva del local, que es reducido a un color, a un collar de flores con acento extravagante. El turista es, por supuesto, un conquistador, no un huesped, pero que en lugar de ejércitos trae tarjetas de crédito. El viajero, viaje con el dinero que viaje, esencialmente viaja desnudo, pero ¿qué tipo de viaje se puede hacer en lugares como Punta del Este, Mar del Plata o Acapulco? Ninguno, evidentemente, a menos que se tenga una bolsa de peyote o algo así. Y aún así, yo jamás recomendaría el colocarse en serio en un ámbito con tan mal karma y tantos estímulos nocivos.

Hace poco más de un siglo un viajero podía encontrarse con las Islas Galápagos y que su espíritu se alborotara lo bastante como para encontrar un instrumento con el que batallar contra la teoría misma de la Creación. Hoy en día esas islas están amenazadas por los turistas amantes de la ecología, que al generar una gran y rica industria turística alrededor, la convirtieron en la zona de mejor nivel de vida de Ecuador, lo que produjo una migración de oferentes de servicios superior al que el ecosistema de la misma puede soportar. Es decir que los amantes de las iguanas, las tortugas gigantes y la naturaleza intacta han alterado con su propia presencia el equilibrio intacto de las islas, que hoy en día encuentran a su fantástica fauna en peligro. Pero andá a discutir contra el derecho inalienable de esos turistas a visitar las islas y de los locales a hacer dinero con ellos. Hasta ahora casi ningún ecosistema le ha ganado un mísero round a una bolsa de dinero, y en las contadas ocasiones que ha sido así, sus triunfos han sido más que nada aplazamientos temporales, treguas eventuales hasta la próxima ofensiva.

(No es sólo un problema de las sociedades pobres, aunque en las mismas se note más el efecto corruptor, sino que también le sucede a los ricos. Una persona que conozco volvió a Europa luego de 20 años, y me comentaba tristemente que al revisitar los museos y lugares de Paris que la habían fascinado en aquel entonces, le había resultado imposible reeditar esa experiencia a causa del número de gente presente. Me decía que en un primer momento pensó que habría caído en un mal día, pero luego confirmó que era lo mismo en cada plaza, en cada exposición, en cada paseo. Me decía que el placer de la pura experiencia plástica de estar frente a un cuadro de Vermeer o de Caravaggio, y poder interiorizarse de él mediante ese ejercicio casi olvidado que es el de la contemplación, era hoy en día imposible ante las hordas de personas llenas de cámaras de fotos a las que no les importaba estar ahí ni ver a Vermeer, sino simplemente documentar su presencia en el lugar. Esto me lo contaba una uruguaya de 60 años, pero yo pensaba en los pobres franceses, en los que sienten que los corren a codazos hacia las filas atrás del espectáculo que sus padres, abuelos y bisabuelos construyeron, y que cuando se les ocurre protestar ante el acomodador, el mismo está contando billetes de todas las nacionalidades, y los mira, y se encoge de hombros. Ellos también están perdiendo algo que, a pesar de la artificialidad esencial del arte y su exhibiciones, también era un territorio natural.)

Yo tuve la oportunidad y la experiencia de haber vivido la Rocha más agreste, desolada, primitiva y hasta hostil. Nadie me obligó a hacerlo, podría haber elegido quedarme en la Costa de Oro o volver a Maldonado, pero era una vivencia que quería tener y que fue esencial en mi formación vital. Hasta el día de hoy solemos contar con nuestros amigos anécdotas veraniegas -o de fuera de temporada- de viajes tenebrosos atravesados por tormentas salvajes a la intemperie, de historias que parecen propias de naúfragos o de bárbaros, y de maravillas aventureras en las descubrí que la naturaleza habla y dice cosas esenciales, pero que sólo lo hace dónde los humanos nos callamos y nos quedamos quietos.

Hoy me descubro más prejuicioso y aburguesado, y cuando luego de un año de trabajo intenso llegan mis vacaciones no tengo ganas de estar cargando agua de la cachimba ni de tener que calentar agua en un fogón para lavar los platos, así que prefiero evitar los sitios menos civilizados de Rocha y optar por lugares intermedios, dónde tenga agua corriente y luz en el rancho, pero que al mismo tiempo pueda deambular por caminos de tierra sin cruzarme con nadie y pueda ver las estrellas.

Tal vez a medida que vayan pasando los años yo tenga cada vez más necesidades de comodidad y consumo, y requiera buenos restaurantes (es decir, caros), y servicios de delivery, y casinos y centros comerciales aclimatando mis vacaciones. Tal vez me vuelva un viejo tan forro que me haya muerto en vida mucho antes de ir para el cajón, tal vez use una camisa hawaina y juegue a la paleta en la orilla del mar, yo qué sé. Si es así espero tener la dignidad mínima de ser yo el que me desplace hacia alguno de los numerosísimos balnearios que ya ofrecen todas esas porquerías, y no tener la arrogancia inaudita de pretender transformar para mayor comodidad de mis debilidades el entorno en el que caí como una bolsa de cáncer podrido.

Sobre todo me gustaría que mis sobrinos, o mis posibles hijos, tengan la oportunidad de ir a los lugares que fui, de caminar por los caminos que caminé -y que sin embargo aún parezca que nunca fueron transitados- y que escuchen lo que la naturaleza me dijo en el lenguaje que ningún hombre puede reproducir. Y que puedan elegir, cada uno de ellos, una estrella distinta a la que bautizar con algún nombre ridículo y mágico. Eso es algo que no quiero que Artigas Barrios, Sotelo, Pancho Dotto, Mujica o los amigos de Fasano le roben a mi familia, ni a la tuya. Eso es algo que no tiene ni puede tener precio.

Me sigue gustando mucho Milan Kundera, un escritor hoy en día totalmente fuera de moda, quién en cierta forma fue uno de los mayores escritores testimoniales de los abusos y espantos del socialismo real y a quién sólo se ha recordado recientemente en relación a un dudoso y poco creíble incidente de su juventud en el que habría denunciado a un disidente. Es lógico que en las sociedades modeladas bajo el punto de vista de Intrusos eso sea más notorio y digno de revisar que sus novelas, pero yo me sigo maravillando con la claridad de expresión del checo y su renunencia a ser encasillado ideológicamente en categorías dogmáticas. Kundera hizo un elogio, que parece hecho a la medida de un rochense, de la lentitud en su novela llamada, justamente, La lentitud, en la que proponía esta cualidad como una virtud en contraposición al vértigo de la velocidad y el vértigo que el capitalismo consumista propone como factores dinámicos positivos. En esa novela, Kundera recordaba la diferencia entre contemplar algo y simplemente verlo, explicando cristalinamente que lo primero es absolutamente imposible si uno no aminora la marcha y se detiene. Pero no es esta novela la que me parece que viene a cuento en este post sino su última obra hasta el momento, La ignorancia (2000), en la que narra la visión de su Praga natal a través de los ojos de una exiliada que regresa a su ciudad luego de veinte años en París.

Irene (el personaje por el que habla Kundera), una férrea opositora del régimen comunista checo que fue el que la obligó a emigrar, se encuentra a su regreso con una ciudad bastardeada por la publicidad intrusiva en sus centros históricos más representativos, y con una ciudad de rodillas ante los requerimientos del turismo globalizado que en algún momento se enteró que Praga era una de las ciudades más hermosas de Europa, y la introdujo como destino ineludible de sus tours. Lo interesante de este triste descubrimiento del personaje de Kundera es que no es narrado desde una óptica nostálgica de alguien incapaz de interiorizar los cambios de su paisaje afectivo, sino reconociendo con furia y lucidez los elementos de pura opresión, de pura dictadura monetaria que tienen esos cambios. Y del abuso y la pérdida que entrañan.

Una de las campañas publicitarias recientes del Ministerio de Turismo, alentaba la hospitalidad de los uruguayos con frases como "un español, ¡un amigo!, un brasileño, ¡un amigo!, un argentino... ¡un hermano!", buscando amortiguar los posibles resentimientos xenófobos que se alentaron -incluso por parte del gobierno al que pertenece el Ministerio de Turismo- a partir del conflicto ocasionado por Botnia. No voy a ser yo, que viajo con pasaporte italiano y suelo definirme como "argentino del este", el que aliente la hostilidad nacionalista contra los visitantes. Pero la gente de visita en mi casa no clava sus cuadros en mis paredes ni las pinta con el color que les agrada más. Y eso corre para mí también, porque si algo nos atrajo por algún motivo, lo lógico es intentar no alterar esa identidad que nos atrajo en primer lugar, y no hacer el ejercicio megalómano de transformarlo a nuesto gusto e imagen. El camino por el que se está yendo en estos asuntos es completamente equivocado y hay que comenzar a desandarlo o, como mínimo, recordar que se puede desandar y que no es una maldición histórica.

Mientras tanto para mí, para los oscurantistas de Valizas, para los que no piensan como Sotelo y no admiran a Artigas Barrios, para los que saben que el tiempo corre a velocidades distintas en distintos lugares, para los visitantes (otra palabra que no se lleva bien con el concepto de turista, que es algo más parecido al cliente de un prostíbulo) y los viajeros -y los ocasionales inmigrantes- serán siempre bienvenidos y lo que intercambiemos con ellos será provechoso y enriquecedor; los turistas pueden quedarse en sus putas disneylandias y sus asquerosas Las Vegas, y si alguno se le ocurre que puede comprar mi conducta y mi entorno, o sentirse propietario exclusivo de un espacio del mar o del cielo, no va a ser ni mi "amigo" ni mi "hermano", sino el destinatario de todo el rechazo que pueda expresar verbal o físicamente.

Pero seguramente todo el aparato, ideológico y fáctico, estatal seguirá operando en función de complacer a esos turistas que viajan con su mundo portátil a cuestas debajo de la billetera. Y este ejercicio de destrucción, prostitución y servilismo seguirá siendo promocionado por los viejos modernos que no pueden valorar nada que no tenga precio como ejemplo y regla dorada del progreso. Y el mundo se va a morir aullando, aunque por desgracia después que esos viejos de mierda. Si todos los habitantes de Rocha deciden cambiar, apurarse para que Sotelo y los japoneses no se enojen y humillarse con el culo para arriba a cambio de poder comprar un plasma o una moto extra, bueno, están en su derecho. Y yo en el mío de recordarles cómo se le dice a la gente así, y en el tono en el que hay que escupirles las palabras. Igual no se van a dar cuenta, porque cuando no hay ni honor ni identidad, la gente no percibe que está siendo insultada.

Mientras tanto es como siempre: debajo de los adoquines, la playa. Detrás de los focos, la luz de las estrellas.

jueves, 9 de abril de 2009

La levedad insoportable

A medida de que este gobierno se acerca a su fin, lo mismo que el romance original con el mismo, más me asombro de lo hipócritamente conservador que ha sido su carácter. No tengo nada en contra del término conservador; como ecologista extremo soy un conservador extremo, ya que no hay nada más estrictamente conservador que la ecología, y no es el único tema en que me podría definir así. Si me tiran de la lengua en términos de criminalidad -entendiendo el crimen como lo que efectivamente daña a terceros contra su voluntad o su capacidad de discernimiento- posiblemente algunas almas sensibles y progresistas se pongan rojas de asombro y no entren más a este blog. Y no son los únicos aspectos, claro está.

Pero el gobierno del FA ha sido puritana, complaciente e hipócritamente conservador, dirigido por un hombre -Tabaré Vázquez- que estrictamente es un empresario millonario que no tiene absolutamente nada de izquierda más allá de haber nacido en un barrio obrero; y su masa electoral, la que bregó durante cuatro décadas sufridas para llegar al poder o la que es continuadora cultural o incluso filial de esta, valoró y valora tanto el triunfo -entendido (en el caso de las mejores voluntades, aunque haya de las otras- como una oportunidad y capacidad de hacer cosas y modificar la realidad, que ha soportado estoicamente el que esencialmente no se haya cambiado nada, y que de los cambios que se hicieron haya un buen número realizados en dirección exactamente opuesta a la libertad.

En estos días se debate una nueva disposición del MSP que arremete una vez más contra las tabacaleras por haber cometido un tremendo crimen: usar la semiología más básica, y a la vez la más abstracta -la cromática-, para que sus clientes voluntarios los entiendan. Me explico; dentro de las mil y una disposiciones contra el cigarrillo instrumentadas por Tabaré Vázquez, algunas de ellas sensatas pero utilizadas como excusa para aprobar otras arbitrariamente represivas, se encontró la de prohibir el uso de la palabra light en cualquier marca de cigarrillo, por considerar que se engañaba al consumidor. La teoría es la siguiente: los fumadores adultos (la venta de cigarrillos está correctamente prohibida a los menores) son retrasados mentales y a pesar de la abundante propaganda que informa sobre los daños del cigarrillo, estos van a pensar que si son light son inocuos y van a fumar el triple. La palabra light significa, como todo el mundo sabe, "liviano" o "leve" (además de "luz", pero esa es una polisemia que no viene al caso y no me sirve de un carajo en esta argumentación), y cualquier fumador sabe por qué hay cigarrillos así denominados: porque son más suaves, porque su gusto es menos intenso, porque irritan menos los conductos por los que pasa el humo e, indudablemente, porque tienen una carga menor de nicotina. Traten de darle un cigarrillo light a un auténtico tabacómano y el efecto apaciguador o estimulante de la nicotina -tal vez la única sustancia que puede dependiendo de las necesidades psíquicas es estimulante y sedante al mismo tiempo- le va a ser casi imperceptible e inatisfactorio, por lo que, además de la diferencia de gusto, es evidente que los cigarrillos light son menos adictivos.

"¡Todo engaño! ¡todo falso!" bramó igual el gobierno, que como todos sabemos jamás engañó a nadie en sus propagandas y sus presentaciones publicitarias -y cuyos candidatos, como todos sabemos, no están haciendo propaganda ilegal en estos momentos-, y las compañías tabacaleras, que ya tienen la prohibición más bien insólita de hacer publicidad de cualquier tipo, tuvieron que eliminar el concepto light de sus cajillas. Pero resulta que estos pérfidos mercaderes del cáncer inventaron una triquiñuela que motivó las iras del buen doctor: comenzaron a vender sus antiguos cigarrillos light diferenciándolos del producto standard mediante el color de las cajillas. Qué hijos de puta, qué atrevidos. Usar colores.

(Breve paréntesis: una de las mentirosas y exageradas publicidades gráficas que ocupan tres cuartos de las cajillas de cigarrillos es un ejemplo notable de efecto boomerang. Se trata de una foto -suponemos tratada porque no queremos imaginar a los publicitarios estatales dejando fumar a un menor- de un bebé algo ojeroso fumando bajo la pregunta "¿Se parece a vos?". No, no se parece a mí porque yo soy un pussy que por cuidar mi salud dejó de fumar hace casi diez años, obteniendo un sobrepeso inmediato que posiblemente sea para mi salud más peligroso que el cigarrillo. Me gustaría parecerme a ese bebé porque me acuerdo lo bien que me quedaba el cigarrillo en la boca, pero no me parezco, no soy tan varonil. Ese bebé que fuma por la comisura del labio se parece a Humphrey Bogart en The Big Sleep. Le chupa todo un huevo, "vos dale al chupete", parece decir, "que yo estoy bien así hasta la hora de la teta. De mi madre y de la tuya, maraca...". Es el bebé más carismático de los últimos años, es parecido al bebé fuma-puros de Roger Rabbit. Estoy seguro que en la nursery ese bebé lo surte a trompadas a cualquier nieto de Tabaré Vázquez y le llena la cara de dedos a cualquier hijo de Chris Namús. Realmente los felicito a los diseñadores de esa campaña, volvieron a alegrar las cajas de cigarrillos. Go Baby Humphrey, go).

Es así que ahora el MSP va en busca de prohibir el uso diferencial de colores en las cajas de cigarrillos, obligando a que unificar todos los productos de una sola marca, por lo que, además de todos los costos extra que le implica a las tabacaleras y que seguramente trasladarán a los fumadores, los antiguos fumadores de Nevada o Coronado light van a tener que conseguirse un mapa para saber cómo carajo se llaman los cigarrillos que ellos quieren fumar, porque además al estar prohibida la publicidad de cigarrillos, las compañías no van a poder informárselos. No tengo ganas de defender a las tabacaleras, empresas malignas que durante décadas hicieron lo imposible para ocultar o relativizar el daño que el cigarrillo hace a sus usuarios, pero sí el derecho inalienable de no ser insultados en su derecho de autodeterminar lo que quieran hacer con su salud y el resguardo de las libertades esenciales. Como las de usar palabras y colores.

Lincoln Maiztegui, un férreo defensor del derecho a fumar y la no-estigmatización del fumador, comparaba la campaña anti-terminológica del MSP con la prohibición pachequista de nombrar a los tupamaros a principios de la década del 70. Un ejercicio de opresión linguística que obligaba a los diarios a denominar a los guerrilleros como "subversivos" o "terroristas", y que algunos driblearon con elegancia llamándolos "innombrables". Una forma de control comunicacional que además de represivo e ignorante de lo contextual es terriblemente histérico, ya que supone que lo que no se nombra no existe. Esta guarangada es en definitiva una muestra de supresión de información, justificada paternalistamente en nuestro propio bien. "¡Pero qué tendrá que ver y cómo vas a nombrar al facho de Maiztegui!", me pueden decir, "¡los cigarrillos no lo dicen y matan gente!". Bueno, los tupamaros también mataban gente, y tampoco suelen decirlo.

Me parece ocioso seguir dando vueltas sobre esto, que es evidentemente un ejercicio de histeria publicitaria basada, más que en la salud de los uruguayos, en la explotación publicitaria de su defensa y del miedo al cáncer imbatible. El cáncer es una enfermedad terrible -con más de la mitad de mis antecesores inmediatos y hasta mi perro muertos por la misma alguna idea tengo- pero no para todo el mundo es algo exclusivamente negativo. Por de pronto el cáncer hizo presidente a Tabaré Vázquez, hombre que ha basado su popularidad e imagen de bonhomía en su condición de oncólogo. Por de pronto el no haber abandonado esta profesión a pesar de tener que encargarse del detalle de gobernar un país le permitió aumentar su patrimonio -el personal, porque no se han hecho cuentas del de sus familiares empresarios de la medicina- en un 180% en estos años de presidencia. El cáncer garpa.

Pero hay cánceres y cánceres, porque el mismo MSP que se comporta como un cigarrillo pudiera matar a un supuesto fumador pasivo en un ambiente abierto como si fuera un camión a 180 kmph, es el que impidió la importación por parte de un hospital privado de un equipo de detección pronta de cáncer (PET) al Hospital Americano porque consideró que era competencia deshonesta con la salud pública, que está esperando a que se termine el Centro Uruguayo de Imagenología Molecular (Cudim) para poner a Henry Engler, el tupamaro científico, al frente del mismo. Tampoco serían cánceres tan cánceres los de los enfermos oncológicos del hospital de Rivera, dónde todas las operaciones están siendo postergadas una y otra vez porque el MSP no pudo instrumentar un número adecuado de anestesistas para realizarlas (por el simple motivo de que no los hay, ya que este y todos los demás gobiernos cedieron siempre a la presión corporativa de mantener la formación de anestesistas -una especialidad particularmente redituable- en números bajos y evitar el exceso de competencia). Y en planos menos cuantificables serían tan jodidos los posibles cánceres producidos por la ingestión de carne roja en exceso, que el estado promueve de todas las formas posibles, o los cánceres producidos por la contaminación de los cursos de agua capitalinos (en realidad serían cánceres mucho más benignos los producidos por cualquiera de las decisiones ambientales de este gobierno que, definitivamente, ha demostrado que la ecología no es una de sus prioridades). O los que producen la utilización del uso casi sin vigilancia de agrotóxicos. O los que podrían producir la utilización de energía atómica, sueño húmedo de los dirigentes que quieren soluciones rápidas para el déficit energético.

Pero en fin, prohibamos colores y palabras, que es más fácil, se nota más y los afectados lo van a aguantar, ya que si bien la costumbre de fumar es cada vez más perseguida, la de fumarse decisiones autoritarias está en pleno ascenso. No veo por qué habría que asombrarse: cuando líderes como Obama o Zapatero -en cierta forma emblemas de cambio progresista en sus países conservadores- asumieron el poder, lo primero que hicieron fue estructurar una serie de medidas libertarias a favor del derecho del aborto, la investigación científica y la igualdad de géneros, en el entendido de que -más allá de sus objetivos y posibilidades últimos- era necesario no sólo decir -como reclamaba Nanni Moretti en Aprile- algo "de izquierda", sino además hacerlo para que la gente que los llevó al poder sintieran un poco de aire fresco simbólico en sus pulmones. La primer acción simbólica notoria de Vázquez fue emplazar un monumento al criminal Karol Wojtyla en un sitio de privilegio de Montevideo la laica. Si los uruguayos se fumaron eso, ¿por qué no fumarse esta guerra semiótica?

De más está decir que fumar es muy malo para la salud, sea tanto tabaco, pasta base o, sobre todo, puro autoritarismo hipócrita.

martes, 20 de enero de 2009

Porque mi casa no es mi casa

Me encuentro con un amigo bonaerense de paso por Montevideo rumbo al Este, y, como es de costumbre en los porteños y de su visión romántica sobre nuestra capital, me hace elogios casi excesivos sobre la ciudad, sus ramblas, sus bares, su todo. Pero con una cierta vergüenza me dice que, sin embargo, en los cinco años desde que llegó por primera vez a Montevideo, ha notado un cambio que no le parece particularmente atractivo. "No quiero ser atrevido", me dice, "pero, ¿puede ser que esté todo más sucio?". Sí, puede ser.

Durante la primer década de la administración frenteamplista de Montevideo, en la página de editoriales de los diarios de derecha, particularmente la de El País, se repetía mecánicamente la acusación de que la ciudad estaba más sucia que nunca, que la basura se amontonaba en la esquinas, que las ratas eran patronas de las calles. Era como un mantra, absolutamente todos los días se repetía lo mismo "la ciudad está más sucia que nunca", con casi las mismas palabras y como si el trabajo de una intendencia se limitara exclusivamente a la limpieza. Y muchos lectores del diario y políticos conservadores también lo repetían. Pero se daba el absurdo casi gracioso de que sucedía justamente lo contrario; los basurales callejeros habían aparecido durante los últimos años de la dictadura, y se habían multiplicado durante la administración de Elizalde, pero fueron desapareciendo durante los años de Tabaré Vázquez y durante el primer gobierno municipal de Arana eran casi inexistentes. Incluso algunos de los incurablemente mugrientos montevideanos se acostumbraron - como en mi caso- a buscar las papeleras, que ahora eran más numerosas, en lugar de descartar en el piso lo que me estorbara en la mano. Los editoriales seguían en repitiendo en loop, como si fueran los hermanitos de La Gallina Degollada de Quiroga, pero era una mentira evidente para cualquiera que no mirara la ciudad con los lentes de sus intereses partidarios.

Hoy en día los editoriales de El País ya no se preocupan mucho por la grela de la ciudad y se dedican a otros mantras un poco más variados -la tremenda crisis que se viene, la voracidad impositiva de Astori, la maldad infeccionsa de Hugo Chávez-, pero, paradójicamente, la ciudad está realmente sucia, y en verano hiede como fruta podrida al sol.

Los contenedores, en principio una idea perfecta (aunque instrumentada con una brutal indiferencia hacia los vecinos de dichos artefactos) para que los indisciplinados capitalinos administren sus desperdicios, rebosan de basura que se desparrama a su alrededor sin siquiera necesitar la ayuda de la indolencia de los hurgadores; los propios contenedores están deteriorados, rotos, quemados por los vándalos; las bolsas de plástico y los papeles se amontonan sobre el pasto de los parques, las porquerías hacen pila en cada rincón y cada agujero sin rellenar, las fuentes están secas, los monumentos siguen rotos, saqueados, comidos por la voracidad de la otra mugre, la espiritual y humana. Tal vez pocas cosas sean más simbólico de esto que la desagradable imagen -intolerable para mí pero al parecer ya invisible para mis conciudadanos- de ver en pleno 18 de julio a la Biblioteca Nacional con sus paredes de marmol completamente cubiertas de las pintadas políticas mas feas y desagradables que se pueden concebir y con un enjambre de vagabundos acampando entre sus columnas y llenándolas de objetos y mierda. A su lado, la Universidad de la República no está mucho mejor, con sus muros cubiertos de las frases más imbéciles que el cerebro humano pueda articular en letras. Letras feas, escritas como si alguien se hubiera limpiado el culo con las manos y luego la mano en la pared, y al parecer imposibles de cubrir por los notables aumentos presupuestales otorgados a la educación terciaria de este país.

Hace cerca de veinte años que el FA gobierna a Montevideo, la roja, y actualmente lo hace con un gran convencimiento -bastante motivado- de que también lo hará los próximos cinco. Esta prolongadísima administración se debe a una curiosa mezcla de méritos y de identificación acrítica. Como adelantaba arriba, se puede decir que las dos primeras intendencias del FA tuvieron algunas buenas consecuencias inmediatas. Por un lado en el gobierno de Vázquez se hizo -un poco al menos- más cristalino el acceso a los trabajos en la IMM, posiblemente el peor bastión de clientelismo de todo el Estado. Se emprendieron políticas -para algunos críticos excesivamente orientadas a la reforma social, algo que no necesariamente es potestad de un gobierno departamental- que consiguieron hacer foco fuera de los ricos barrios de la costa y el este, ampliando la red de saneamiento y de mejoras infraestructurales a las zonas norteñas y del oeste. El primer gobierno de Arana pudo incluso reflexionar sobre la ciudad en términos urbanísticos, establecer modestas políticas de embellecimiento y de preservación de algunos espacios y edificios amenazados por la anarquía edilicia montevideana. Ambos gobiernos, inexpertamente cándidos, dejaron sin embargo algunas bombas de tiempo que reventarían en la cara a las dos administraciones siguientes. En primer lugar la política de concesiones gratuitas de privilegios absurdos que Vázquez hizo con el gremio de ADEOM -posiblemente tanto por exceso de confianza demagógica como para comprar la tranquilidad del sindicato durante la primer intendencia frentista, la más vigilada-, que no sólo no mejoró el tradicionalmente malo desempeño de los trabjadores municipales, sino que les redujo los horarios laborales y les aumentó los salarios a cambio de nada; y en segundo lugar la tendencia a tolerar la privatización de facto de los espacios públicos. El pánico culposo de la izquierda de tener que, en ocasiones, reprimir el exceso de libertades que la gente de menores recursos se toma con los espacios públicos, aquellos que se definen como públicos justamente por su supuesta imposibilidad de ser apropiados y que su disfrute por naturaleza es en grado de breves préstamos. Fue así que florecieron los micro-asentamientos, en ocasiones unipersonales, en plazas, parques, recovecos arquitectónicos y playas. Fue así que se permitió el deterioro del centro -uno de los barrios con mejor infraestructura edilicia- tolerando la saturación de comercio informal en flagrante competencia desleal con el establecido, generando el ridículo de las galerías desiertas de negocios y las veredas bloqueadas por tiendas improvisadas que generaron tanto una gran industria de trabajo en negro como un ámbito de aglomeración ideal para los rateros, para peor simultáneamente a la creación de los shoppings, que con el centro así de deteriorado no tuvieron casi competencia por parte del tradicional centro comercial.

Lo que también se descentralizó conscientemente fue la propia administración municipal mediante los CCZ (Centros Comunales Zonales), una buena idea en un principio que apuntaría a descongestionar la burocracia del palacio de ladrillo, pero que al no concederles autonomía económica ni capacidad de gestionar trámites se convirtió exactamente en lo contrario: una suerte de comités de base pagos, encargados de mediar propuestas y problemas, y que aumentaron considerablemente el número de empleados municipales, un empleo que por su inamovibilidad, sus escasas responsabilidades y horas de trabajo efectivo y un sinnúmero de beneficios extra se convirtió en un auténtico premio de lotería, y en el caso de los CCZ, una válida recompensa material a los militantes. Es en este período que comienza a darse la paradoja de que un basurero gane más que un catedrático universitario, con todo lo que ello conlleva en el plano simbólico, olvidado por las IMM frentistas desde el momento en que TV decidió que era una buena idea el permitir la instalación de un McDonalds en la explanada municipal.

Las primeras administraciones del FA decidieron, no sin motivos urgentes pero sin auténtica potestad, orientar sus recursos hacia las políticas sociales, para compensar la indiferencia criminal de los gobiernos blancos y colorados hacia las zonas que eufemísticamente se denominan "carenciadas", privilegiando el acceso de las mismas a condiciones dignas de higiene antes que lo ornamentalmente superfluo, como puede ser el cuidado del aspecto de la ciudad -que es, sin embargo, un cometido más específicamente municipal que las políticas sociales-; pero el primer gobierno de Arana apuntó a un cierto punto medio entre ambas prioridades, considerando también que el aspecto de la ciudad no es sólo un tema de importancia para los burgueses maricones, sino que es algo de importancia crucial para establecer la relación de un ciudadano -en el sentido completo del término- con su entorno vital.

Pero todas estas buenas intenciones cuestan dinero y, a pesar de aumentar en forma notoria y dolorosa los impuestos municipales -especialmente los que caen sobre los hombros de la clase media, como la delirante contribución inmobiliaria y las patentes automovilísticas-, la IMM -que los colorados habían dejado cubierta de basura pero con superávit- entró en violento déficit (ayudado también por una cruel y meramente partidaria política diferencial en las ayudas del gobierno central a las intendencias, mediante la cual Montevideo fue olvidada por los gobiernos blancos y colorados a la hora de ser asistida o exonerada de impuestos). Y ese déficit fue pateado hacia adelante hasta que reventó durante la espantosa segunda administración de Arana.

Hay gente que llama al segundo gobierno municipal de Mariano Arana la intendencia de María Julia Muñoz, cuya influencia creció en forma evidente durante ese gobierno hasta el punto de que algunos llaman a dicho período "la intendencia de María Julia". Tal vez sea para exclupar al arquitecto, porque fue una administración horrible, llena de errores imperdonables y con no pocas acusaciones de la más llana corrupción. Alcanza recordar que fueron los años del conflicto entre la IMM (nuestros representantes) y ADEOM (nuestros empleados), por el no-cumplimiento del irresponsable convenio que la administración había firmado con el gremio, por el cual se comprometían a reajustar automáticamente los salarios municipales en relación a los aumentos del IPC -un beneficio que prácticamente ningún otro trabajador público o privado tiene-, y que suponía que -no importa lo que pasara. Los generosos salarios municipales (que permitieron que muchos de nosotros usáramos el ejemplo absurdo de que en Uruguay se le paga más a un basurero que a un catedrático universitario) quedaban así -vaya uno a saber a cambio de qué- totalmente a salvo de crisis de cualquier índole. Y la crisis llegó y fue la más feroz de la historia de Uruguay, y la solidaridad es una palabra bonita en los discursos pero que deja de existir cuando se dirige al bolsillo, y mientras decenas de empresas cerraban, miles de empleados eran enviados al seguro de paro, y la gente se suicidaba por docenas, el gremio de ADEOM se fue a la huelga porque no les aumentaron sus sueldos. Una huelga de hijos de puta ignorantes y privilegiados pero totalmente legal, a diferencia de la ruptura del contrato que hizo la administración Arana, por lo que no sólo la ciudad quedó abandonada durante semanas sino que a la larga la diferencia económica tuvo que ser cubierta por los montevideanos con cifras aumentadas tras un juicio perdido que dejó a un grupo de trabajadores públicos totalmente indiferentes al resto de su país (cada tanto hay que re-pensar además qué quiere decir lo de "trabajadores públicos" o sea, trabajadores supuestamente al servicio de la suma del Estado), con más dinero que nunca y con la seguridad de tener a la patronal (todos nosotros) agarrada de los huevos. Este único error debería haberle costado la Intendencia al FA, pero como si fuera poco estuvo el impresentable escándalo Areán y sus concesiones dudosas, y el principio del escándalo Bengoa, que demostró que en Montevideo los casinos podían dar pérdidas y que el Estado era capaz de subvencionar pérdidas de casinos. Y cómo si fuera poco la ciudad se deterioró en un grado inconcebible a causa de la depredación que un nuevo lumpenaje -generalmente compuesto por fumadores de pasta base convencidos de estar exonerados de cualquier conducta humana- comenzó a efectuar de todos los espacios públicos. Esta fue una culpa compartida con el Ministerio del Interior, pero no deja de asombrar la indiferencia con la que el urbanista Arana reaccionó ante la evidencia de que monumentos de bronce de escultores como Zorrilla eran aserrados lentamente por anormales que vendían el material de las estatuas por el peso de su material. O se robaban los motores de las fuentes de agua. O se comían a los patos de los lagos. O convertían a los espacios verdes en tierras de nadie por las que no se podía cruzar en la noche y hacían sus baños en los areneros dónde lógicamente dejaron de jugar los niños.

La única explicación del triunfo de Ehrlich, ya que luego del segundo gobierno de Arana el FA debió haber sufrido un castigo electoral similar al que sufrió Jorge Batlle, fue una conjunción de automatismo partidario, inercia del entusiasmo de las elecciones presidenciales y la pésima elección de candidatos de la oposición -que además fue a las elecciones dividida, asegurándose de que no hubiera forma de ganar-, que eligió a un clon de Montgomery Burns y al hijo de un dictador aborrecido como opciones. Tan tristes opciones forzaron a muchos -como yo- a votar anulado, pero sin embargo Ricardo Ehrlich fue elegido por un porcentaje aún mayor que el de Arana y en los primeros meses de su gestión pareció que había sido una buena elección. Ehrlich, un hombre de bajo perfil y pocas palabras, inició su gobierno haciendo una cierta purga del círculo de impresentables que se había reunido alrededor de los casinos municipales, proponiendo un catastro más ajustado a la realidad, enfrentando a ADEOM con seriedad y creando un indispensable servicio de guardaparques para impedir que los mismos continuaran su conversión en baldíos devastados y habitados por personajes post-apocalípticos. Hoy, estando cerca del final de su gestión, la administración de Ehrlich parece ser, por lo menos, tan desastrosa como la de Arana-Muñoz.

En primer lugar, el trabajo de limpieza que Ehrlich emprendió sobre el círculo de Bengoa terminó revelándose, más que como una digna autodepuración, como parte de una simple purga partidaria que barrió con casi todos los cuadros municipales de los otros partidos frentistas, especialmente con los de Asamblea Uruguay, gran opositora del MPP de Ehrlich. Entre los purgados se encontraba Alejandra Ostria, Directora General del Departamento de Desarrollo Ambiental de la IMM, quién había tenido una enorme agarrada no ya con Ehrlich sino con la cúpula del MPP entera cuando dio la recomendación de clausurar definitivamente tres curtiembres del barrio Nuevo París - Uruven, Napalan y Corbo- debido a la reiterada contaminación y la falta de garantías para los trabajadores. Las curtiembres, como se sabe, son las principales (no las únicas) responsables de que el arroyo Miguelete y el Pantanoso se hayan vuelto una suerte de cloacas a cielo abierto, y son particularmente la causa de que -según unos escandalosos datos descubiertos (y nunca valorados con la debida gravedad) por el semanario Brecha- buena parte de los habitantes, especialmente los niños, de los terrenos próximos a dichos arroyos tengan un índice de plombemia (contaminación de plomo en la sangre) que posiblemente ya haya alterado en forma irreversible sus capacidades cognitivas. Eso sin mencionar lo que significa para cualquier ser humano vivir en una zona que huele a chancho podrido. Pero aunque el informe de las condiciones de las curtiembres determinaba que existía una "falta total de garantías para los trabajadores, los vecinos de la zona y el ambiente en general" dentro de estas curtiembres estaba Uruven, una empresa recuperada por sus trabajadores que según Luis Polakof, el director de Desarrollo de la Intendencia de Montevideo, tenía "el apoyo del gobierno de Montevideo y nacional, y tiene también un acuerdo con el gobierno de Venezuela para la compra de maquinaria y producción". Y cómo se sabe la basura de los trabajadores que recuperan fábricas ensucia menos que la capitalista. Y si tu hijo tiene el C.I. de un afectado por síndrome de Down sin sufrir de dicho síndrome es por una noble causa trabajadora, y unos cuantos votos agradecidos.

Obviamente la existencia o no de una fuente de trabajo y su desarrollo no es problema de la IMM sino del gobierno central y sus ministerios, pero este caso ilustra bastante bien el absoluto segundo plano al cual cayó el mantenimiento de la ciudad en relación a los intereses de las corporaciones relacionadas con la propia IMM. El impresentable problema de los casinos con pérdidas y la turbia administración de Bengoa reveló que el propio motivo de existencia de casinos municipales -justificados, a pesar de ser claramente un vicio destructivo, como una suerte de impuestos voluntarios que los (supuestos) adinerados otorgan y que se pueden emplear en fines más nobles- había desaparecido, ya que la inviable estructura de costos laborales hacía que los montevideanos no sólo no ganáramos con dichos casinos, sino que además los subvencionáramos para que sus empleados mantuvieran un altísimo modus vivendi.

Otra de las reformas de Ehrlich parece un chiste de mal gusto: instauró la figura de los guardaparques. No es que eso esté mal, al contrario, es que es algo similar a que el Ministerio de Cultura dijera que, luego de 20 años, va a instaurar la figura del maestro. Los parques, dejados a merced de los peores montevideanos se convirtieron en estas décadas -salvo durante un breve tiempo de la primera administración de Arana- en una tierra de nadie, arrasada y privatizada por travestis ejerciendo la prostitución, chorros, vándalos y desamparados. A casi dos años de la instauración de dichos guardaparques, la diferencia es mínima, ya que la autoridad de los mismos es limitadísima y su horario de trabajo también.

Ehrlich puso también en funcionamiento un nuevo catastro orientado a reajustar las contribuciones inmobiliarias en función del famoso y relativista "que pague más el que tiene más". Este nuevo catastro disminuyó levemente las contribuciones de algunas casas y elevó otras a cifras siderales. Aún sabiendo que había zonas, particularmente en Carrasco, que estaban subvaluadas hasta lo risible, esta concepción tosca del "que pague más el que tiene más" se pasó por los huevos la simple realidad de que en las últimas décadas -y especialmente luego de la crisis del 2002- el valor de las casas suele no corresponder ni remotamente con las entradas monetarias de sus ocupantes, siendo estas propiedades su único capital real, un capital además generalmente impregnado de gran valor sentimental, pero que a diferencia de los capitales guardados en los bancos no se le puede enviar al exterior a la primer amenaza impositiva. La contribución inmobiliaria, un impuesto que presupone que todo propietario es adinerado (ignorando que la mayor parte de los propietarios menores de cincuenta años lo son por herencia), es no sólo un impuesto particularmente doloroso -que en mi caso por ejemplo se queda con casi todo mi aguinaldo cada año-, sino que no da nada sensible a cambio, ya que todos los servicios municipales tienen sus impuestos específicos, por lo que -uno supone- los capitales obtenidos por esta contribución debería utilizarse en inversiones de mejora de la ciudad. Se supone.

El diario El País publicó hace un par de meses, no en su página de obcecados editoriales sino en la semi-objetividad de su primera plana, una noticia que de demostrar la oposición alguna señal de vida cerebral debería haber sido aprovechada para defenestrar al gobierno municipal y generar un escándalo auténtico: la IMM le confesó al Tribunal de Cuentas que iba a reducir sus inversiones en un 50% para el año que viene. Es decir; en un panorama que muestra a una ciudad desolada, sucia, rota, la IMM admitió que iba a gastar la mitad de dinero del que gastó -y no se vio- este año. El motivo no puede ser más ruin: es el precio que costó terminar -al menos durante el año electoral- con el conflicto de ADEOM, y la mitad del dinero de inversión -religiosamente cobrado a los montevideanos- se repartirá entre los pocos miles de trabajadores municipales para que se queden tranquilos durante un rato. Trabajadores que ahora son más, ya que la administración Ehrlich aumentó significativamente la planta de municipales durante su gestión, elevando los costos operativos de la Intendencia aún por encima de su absurdo anterior.

Mientras tanto uno camina por 18 de julio viendo arder los tachos de basura; viendo las bolsas de nylon hacer danzas como la de American Beauty pero de a miles, arremolinándose alrededor de la Plaza Independencia; viendo como todas las fuentes de Parque Rodó están secas o cubiertas de mugre; viendo como la diferencia entre los barrios de mayores ingresos -cuidados por servicios privados y con su basura a cargo de empresas tercerizadas- cada vez se diferencian más de los de servicios medios, dejados a su buena suerte o la escasa voluntad de los que en definitiva son nuestros empleados; viendo las baldosas reventadas por las raíces que pedimos hace años que cortaran y a ciclistas aplastados por ramas de deberían haber sido podadas; viendo aves y pequeños mamíferos mutilados en las playas por el ejercicio de rituales umbandistas legalizados de facto y reinvindicados como un derecho por organizaciones partícipes del MPP; viendo la persecución reglamentaria de todo negocio o empresa mediana a la que la voracidad impositiva de la IMM -que como un sátiro perezoso se garcha sólo a lo que no puede moverse, a lo auténticamente ciudadano y local- puso en la mira mientras se tapa el ojo hacia el mundo de lo informal; viendo como artistas disciplinados y empobrecidos ven como el fruto de meses y meses de ensayo es tirado a la basura porque sindicalistas brutales como Mabel Lolo o Anibal Varela decidieron que está bueno usar de tarima de chantajes escenarios a los que nunca podrían subirse por talento propio; viendo como esto es considerado "normal" por quienes deberían defender a los más perjudicados y débiles en estos juegos obscenos; viendo como edificios tugurizados, que deberian ser expropiados ipso facto por el peligro constante que ofrecen como santuario de delincuentes y como elementos de depreciación de zonas ya casigadas, son tolerados por incapacidad de tomar una decisión que pueda ser presentada como impopular o represiva; viendo una y otra vez los muros de la biblioteca estropeados en nombre de reinvindicaciones de la Educación; viendo la desregulación publicitaria que considera que si se paga lo bastante se puede hacer lo que sea, aunque sea una horrenda mano de cartón sosteniendo una botella de alcohol sobre la hermosa silueta de las Canteras; viendo como Montevideo, una ciudad hermosísima, es cada vez más ajena para sus habitantes, cada vez más incapaces de decidir sobre los más mínimos aspectos de su cuidado, cada vez con menos en común con los espacios comunes.

Me preguntan si Montevideo está más sucia; sí, en todos los aspectos, y uno siente de inmediato esa pequeña punzada culposa de estarse lamentando por algo superficial, decorativo, burguesón. Uno se imagina a algún apoderado de la verdad arrugando la nariz e imitándonos con voz nasal diciendo "ay, qué horror, qué sucio que está todo", como si hubieramos bajado de una nube de marfil en polvo y descubriéramos el Uruguay. Pero por mí ese superego sofista -imaginario o real- se puede morir cagando: la pestilencia engendra pestilencia, los ámbitos comunes sucios generan relaciones sucias entre la gente, que deja de tener consciencia de la propia existencia de esos ámbitos comunes. La ciudad es, ante todo, la suma de la interacción de los ciudadanos; si esos carriles apestan es porque están enfermos, y sin dudas que es un problema que supera una mera administración municipal. Pero no hay peor problema que el que no es reconocido como tal, y aquí hay un problema serio: vivimos en una ciudad que nos cobra caro el no ser cuidada y cuyos espacios públicos no son sentidos como tales porque han dejado de serlo. Y esas son las cosas que hacen que uno empiece a odiar a su ciudad. A mí me gusta Montevideo, y prefiero odiar a otros, y ya es hora de hablar claro al respecto. Ya fue bastante tiempo de romance; basta de excusas. Limpien su mugre de una puta vez.