martes, 20 de febrero de 2007

A Small Victory

(Para F.S. quién en su momento me rompió los huevos con dedicación y tenacidad con respecto a la gloria de FNM y a quién con diez años de retraso doy la razón)

Hoy en día ya es habitual hablar sobre la rareza que significó ver a una banda como Nirvana encaramada en la cima de los charts, una experiencia extraordinaria que no se ha repetido y que no parece que se vuelva a repetir. Sin embargo, si uno lo piensa, esta popularidad de una propuesta artística íntegra no fue algo totalmente inédito, de hecho ya había sucedido con artistas como los Rolling Stones, Bob Dylan, T-Rex o los Sex Pistols. Y de hecho ya había sucedido apenas un par de años antes con dos bandas formidables a las cuales no se le han reconocido todos los méritos y que, sin suicidios de por medio, fueron mucho más lejos en términos de riesgo musical de lo que Nirvana -una banda carismática, sensible y talentosa, pero muy poco innovadora- intentó siquiera ir, consiguiendo un éxito similar. Me refiero a Jane's Addiction y a Faith No More.

¿Por qué estas bandas, en cierta forma emblemáticas del metal alternativo, no alcanzaron el respeto reverente del que gozan otras bandas populares de la música indie de principios de los noventa -una buena época- como los ya mencionados Nirvana o Sonic Youth o The Jesus & Mary Chain? Me parece que la respuesta está en la palabra metal. A principios de los noventas el heavy-metal aún no había sido reivindicado por los melómanos cultos (en buena parte sigue sin serlo, a no ser de una forma irónica), todavía el druida Julian Cope no lo había declarado el último bastión del rock como rebeldía, todavía los músicos de noise no se habían caído de culo viendo a Jimmy Page, todavía no se habían desempolvado los pedales wah-wah y todavía Black Sabbath era la más terraja de las bandas. Y si bien es evidente la imposibilidad de reducir a bandas como la de Perry Farrell o la de Mike Patton a la simple etiqueta de "metal", está claro que el color de dichas bandas, ese algo indefinido que se pasea desde las ropas de los integrantes hasta el sonido de guitarra que privilegian, es más bien metalero (a la inversa de un Nirvana, que aunque usara descaradamente riffs con origen Black Sabbath o Cheap Trick, poseyó siempre un carisma punk, mucho más aceptable para los rockeros cultos y exquisitos), y el metal -al menos hasta la aparición de Sunn 0)))) y Boris- tiene una pesada carga de connotaciones negativas e infantiles. Pero no es de eso que quiero hablar sino de Faith No More, Mike Patton y el desafío de Angel Dust (a Jane's Addiction los dejamos quietos por ahora).

Conocí, como casi todo el mundo, a Faith No More con el video de 'Epic' y el correspondiente disco The Real Thing. Hoy en día tal vez dicho video no llame la atención por mucho más que la excesiva gesticulación del flamante cantante de la banda (Mike Patton, quien por aquel entonces era casi un niño), o por lo exageradamente pretencioso de la melodía y sus bombásticos arreglos, pero en aquel entonces era música de extraterrestres: un blanco rapeando encima de una base de rock progresivo con piques de thrash... eso era realmente nuevo y sin saberlo estaba sembrando -con una sola canción- las semillas de todo el género que hoy se conoce como nü metal y que tal vez sea el mejor motivo para abominar de Faith No More. Pero en el caso de esta banda esa combinación era una más dentro de un montón de buenas ideas llenas de un eclecticismo por momentos algo. Intrigado compré The Real Thing, pero un par de meses después lo vendí, empalagado por la sucesión de ganchos efectistas, más llamativos que realmente originales, y la excesiva afectación del cantante. Sigue siendo un disco que, aunque haya sido el mayor éxito de la carrera de la banda, para mí no tiene más que marginales intereses históricos.

Pero entonces sacaron el Angel Dust, y eso era otra cosa. Mike Patton, un joven macho alfa que recién entrado en la banda para el The Real Thing se había limitado a escribir (sin demasiado éxito lírico) las letras de los temas de ese disco, pasó al frente, convirtiéndose en el líder espiritual y estético de esta banda de poco cariño interno y desplazando brutalmente al guitarrista Jim Martin, que meses después ya estaría fuera de Faith No More. Cuando salió Angel Dust habían pasado tres años desde la edición de The Real Thing, pero el salto cualitativo que habían pegado fue algo así como si los Beatles hubieran editado el Sgt. Pepper inmediatamente después del For Sale. Definido por la Allmusic Guide como "one of the more complex and simply confounding records ever released by a major label", el Angel Dust es un objeto bizarro, excesivo, asombrosamente ambicioso, caprichoso y no pocas veces genial. Yo, que le había bajado el pulgar a la banda, vi por casualidad el video de 'Midlife Crisis' en MTV, con un Patton totalmente sacado golpeando la nieve con una pala y gruñendo con la cadencia vocal más enérgicamente rítmica que haya conseguido un vocalista blanco, y, asombrado, tuve que conseguirme ese disco de esa banda tan poco cool y de la que ya me había aburrido.

Angel Dust es tal vez el más metalero de los discos de Faith No More y el más violento, pero es sobre todo el más bizarro, y en algunos aspectos un objeto tan trasgresor y ofensivo -musical y líricamente- que hoy en día, cuando inanidades como Green Day son los ejemplos mainstream de rebeldía, su lanzamiento mundial provocaría el desmayo de organizaciones enteras de padres. Patton había tomado las riendas de la banda y la había llevado cerca del territorio de death metal + Frank Zappa + locura carnavalera que caracterizaba el trabajo de su otra banda, Mr. Bungle. Pero los Faith No More no iban a ceder el mando tan fácilmente y nunca dejaron que el Angel Dust adquieriera el tono deliberadamente farsesco y casi autosaboteado de Mr. Bungle. El resultado es un disco clásico, uno de los mejores de la atractiva música alternativa de principios de los años 90, aunque su total carencia de especulación cool haya hecho difícil el notarlo en su momento. A Patton & cía no les molestaba hacer el ridículo expresivo en un momento en que todas las bandas estaban obsesionadas por tener más onda y vestirse mejor que Thurston Moore y los suyos; los Faith No More ni corrían en esa carrera y en lugar de describir elegantes paisajes psíquicos drogados mediante metáforas pseudo-beatnik, preferían hacer canciones sobre hacerse la paja (literalmente, no hay muchas interpretaciones que puedan diferir sobre el tema central de 'Jizzlobber') o armar letras con consejos de galletas de la suerte ('Land of Sunshine'). La única letra no escrita por Patton, la de 'Be Agressive', es una superexplícita descripción de las bondades de chuparsela a alguien y tragar el resultado. Una canción escrita por el reconocidamente homosexual tecladista de la banda, Roddy Bottum, para que la cante con incomodidad el hetero Mike Patton (cosa que nunca sucedió, ya que la bestia Patton la entona con un singular entusiasmo que terminó volviendo al tema un número inevitable en los conciertos). Pero escribir sobre hacerse la paja no es lo mismo que escribir pajerías, y el salto de Patton como letrista en los tres años que separan a este disco de The Real Thing es aún más notorio que el progreso musical. La sucesión de insultos resentidos de 'RV', el horror de 'Malpractice', la imaginería menstrual de 'Midlife Crisis' y la violencia apenas contenida de 'Caffeine' son textos de primera línea, no sólo dentro de la generalmente limitada lírica del heavy metal sino del rock en general. La palabra poesía es posiblemente de las últimas que uno relacionaría con una banda como Faith No More y un tipo con Mike Patton, pero hay una notable calidad poética en el Angel Dust. Además es el disco de 'A Small Victory'.

A hierarchy
Spread out on the night stand
The spirit of team
Salvation is another chance.

A sore loser
Yelling with my mouth shut.

A cracking portrait
The fondling of trophies
The null of losing
Can you afford that luxury?.

A sore winner
But I’ll just keep my mouth shut.

It shouldn’t bother me
But it does.

The small victories
The cankers and medallions
The little nothings
They keep me thinking that someday.

I might beat you
But I´ll just keep my mouth shut.

It shouldn’t bother me
But it does.

If I speak at one constant volume, at one constant pitch,
At one constant rhythm, right into your ear, you still won’t hear.

You still won’t hear.
You still won’t hear....
(You still won’t hear...)

Para los norteamericanos la adolescencia y sus rituales competitivos -expresados generalmente en lo físico, ya sea lo deportivo o lo sexual- es la edad en la que se define si uno es un ganador o un perdedor, y se asigna el karma que se va a llevar por el resto de la vida. Se puede decir que es algo que más o menos pasa en todas las sociedades, pero en ninguna a un nivel tan patológico como en la estadounidense. Es el único país capaz de dedicar decenas de películas a la fantasía de los nerds que triunfan o la patito feo que se queda con el muchacho más buenmozo del colegio. O, más triste aún, a imaginar adultos que por golpes de magia o por casualidades administrativas vuelven a la secundaria para convertirse en populares y sanar sus heridas de adolescente. Esas son catársis compensatorias y ficticias de lo que son rituales de competencia próximos a la tortura, totalmente orientados a la destrucción simultánea de la individualidad no competitiva y de la solidaridad mínima, pero también hay catársis inmediatas y violentas. Uno agarra una uzi y barre a todos los compañeros de clase más populares en la cafetería para luego pegarse un tiro en la boca. O uno forma una banda de rock y escribe algo como 'A Small Victory'.

La canción en sí resume todos los vicios y virtudes de la banda, el riff de apertura elabora una melodía chinesca sobre la que Patton canta una melodía al borde del AOR, intercalando bruscas bajadas de tono, hasta llegar al estribillo rapeado con voz cavernosa. La banda intercala puentes tropicales con toques hawaianos que en el solo de guitarra se convierten en metal industrial puro, produciendo un tema que a pesar de ser predominantemente pop pasa por secciones de funk, de metal y de soul como si fuera un popurri de un animador de fiestas. Melódica y estructuralmente es bastante similar a 'Falling to Pieces', uno de los temas de difusión del The Real Thing, pero a diferencia de esta, que le hacía honor a su nombre pareciéndose más a un monstruo de Frankenstein sonoro que una canción propiamente dicha, las costuras no se le ven y la unidad no se pierde a pesar de sus numerosas fuentes. En cierta forma 'A Small Victory' es en lo musical uno de los mayores éxitos de la voluntad eclecticista de la banda, muchas veces llevada adelante con más cerebralidad que fluídez o armonía. Tal vez no sea el punto cúlmine de la discografía del grupo, mi favoritas siguen siendo la poderosísima 'Midlife Crisis' y la oscura 'Last Cup of Sorrow', pero sí debe ser la más redonda.

Pero no es tanto del delicado equilibrio musical de la canción, siempre al borde de la incoherencia pero sin nunca caer en ella, lo que me interesa sino la contundencia de sus breves versos. No conozco, tal vez con la excepción de la horripilante y efectiva 'We're the champions', ninguna otra canción de rock dedicada al pathos del deportista (me vienen a la memoria alguna incursión rioplatense en el simbolismo futbolista y alguna frustrante nostalgia de los Belle & Sebastian o alguna banda similar de chicos tristes y confundidos), o al menos ninguna dedicada al resentimiento del perdedor en una contienda deportiva. No es que el resentimiento -la flor más bella de la pobreza según Carson McCullers- sea un sentimiento extraño al rock, por el contrario ha solido ser el combustible que lo ha propulsado a sus mayores alturas, pero generalmente se trata de un resentimiento amatorio o social -en el sentido más llano del término-, no conozco otro ejemplo similar al frío resentimiento del deportista adolescente y derrotado que reflexiona en 'A Small Victory'. Hay cosas horribles orbitando a ese muchacho, y la violencia que contienen las oscuras escalas menores del solo o las ominosas bajadas de tono de la voz de Patton está hecha del mismo material psíquico que generó la masacre de Columbine, pero la resolución es radicalmente distinta y extrañamente optimista: "Las pequeñas nadas / me mantienen pensando que algún día / yo voy a poder vencerte / pero mantendré mi boca cerrada".

El resentimiento de 'A Small Victory' es disciplinado, frío y esperanzado. Es el resentimiento de un freak temerario como Patton, un frontman que se lesionó varias veces de entidad por sus piruetas en escena, de un adicto a la cafeína y al trabajo que, como Henry Rollins (a quién se parece hasta un poco físicamente) siempre esquivó las drogas y el hedonismo sexual típico de las bandas de rock para sublimar su instinto dominante en expresiones musicales y líricas que siempre apuntan a lo desconocido y a la frontera de lo aceptable. Tal vez toda la carrera musical de Patton se haya edificado sobre la frustración de alguna derrota similar a la que la canción describe. En todo caso es una forma válida -no me atrevo a escribir "saludable"- de encauzar un río de humillación y miseria propia expuesta ante nuestros ojos. Pero Patton sabe, incluso, dentro de la canción, que esa revancha diferida va a ser inútil porque el momento de quiebre ya va a ser parte del pasado y nadie, excepto él, va a entender el valor de la compensación diferida. A eso es, creo, que se refiere con la helada y rabiosa estrofa final: "Si yo hablara con un volumen constante / con un tono constante / con un ritmo constante / derecho en tu oreja / vos igual no escucharías". Esta estrofa sugiere que, tal vez, Patton no esté hablando en absoluto de deportes, pero Patton siempre ha sido un hombre tímido a la hora de escribir sobre emociones románticas.

Cuando Faith No More se disolvió en 1998, era una banda importante en el panorama del rock mundial. Si bien la intelligentizia de la intelectualidad rockera nunca los respetó mucho y nunca volvieron a tener un éxito del calibre de The Right Thing, todas las nuevas bandas de metal alternativo reconocían su deuda con la banda y en Europa y el Lejano Oriente superaban en popularidad a bandas del tamaño de los Red Hot Chilli Peppers o Pearl Jam. En ese momento los integrantes, que habían superado tormentas interiores del tamaño de tsunamis, decidieron bajar la persiana y dedicarse a sus otros proyectos. Que en el caso de Patton resultaron ser una cantidad, pero ninguno de ellos orientado hacia la popularidad sino, por el contrario, parecieron estar dirigidos a hacer olvidar que el hombre fue una estrella de rock juvenil e intentar inscribirse en el paradigma maldito y glorioso de las bandas de evil indie, de música deliberadamente fea y compleja en la que la intención de agradar es nula o tan retorcida que casi no se percibe. Creó el sello Ipecac (no por casualidad el nombre de un medicamento vomitivo) para lanzar a la banda que formó con integrantes de los Melvins, Slayer, Mr. Bungle y ex músicos de Frank Zappa -Fantômas-, y terminó conformando un plantel de bandas -Melvins, Mouse on Mars, Ruins, The Locust, Queens of the Stone Age, Isis, Guapo, Orthelm, Hella, Unsane- de una calidad tal que pueden hacer creer que el rock no es la porquería conformista que es actualmente. Ipecac, por supuesto, editó los numerosísimos proyectos de este cantante, reconocido workaholic, que van desde el canto lírico hasta el metal dadaísta y onomatopéyico, todos ellos interesantes y todos ellos con un potencial comercial próximo al cero.

No puedo decir que Patton sea uno de mis compositores o cantantes favoritos; siempre tengo la impresión de que -como buen niño eterno- lo domina más el deseo de impresionar que de comunicar. Al igual que su ídolo Frank Zappa, su propio ingenio y capacidad todo-terreno en ocasiones atentan contra la auténtica importancia de su música. Como cantante -y a diferencia de su otro ídolo de enorme rango vocal, el Captain Beefheart, quién siempre mantenía su poder bajo control- frecuentemente abusa de sus formidables cuatro octavas de rango en demostraciones más virtuosas y originales que realmente sensibles. Pero es imposible no respetar a este tipo que en todo momento ha elegido, como si siguiera una misteriosa promesa interior, el camino retorcido del guerrero, cagándose olímpicamente en la fama que disfrutó en su primera juventud y en las legiones de horribles epígonos que entendieron en forma absolutamente equivocada las fusiones que sus primeras bandas promovían. Buzz Osborne (Melvins) le tomaba el pelo en entrevistas, recordando que, si bien él tenía que hacerse cargo por haber influenciado a algunas bandas de grunge espantosas, su karma no era nada comparado con el de Patton, ídolo e inspiración -a su pesar- de porquerías irredimibles como Korn, Limp Biskit, Linkin Park o Incubus, pero alcanza con escuchar el Angel Dust para confirmar que la interpretación que estas bandas hicieron de la obra de Faith No More es tan acertada como la que Mark David Chapman hizo de la obra de Salinger.

Patton, hijo de una época que aún le reclamaba autenticidad a sus ídolos, elaboró en una dirección acertada las reflexiones contenidas en 'A Small Victory' y a la manera de Mohammed Alí descubrió que para seguir siendo el más grande a veces hay que dejar de ser el campeón. Hoy en día no se lo va a ver gesticulando en MTV ni aporreando la nieve frente a las cámaras, pero es un músico que puede mirar a su costados y encontrarse en el escenario con colosos del sonido y la integridad como Duane Denison, John Zorn o Buzz Osborne o los Dillinger Escape Plan. Y hasta quienes nos aburrimos ocasionalmente con los discos de Fantômas o nos desilusionamos con los de Tomahawk, le reconocemos una estatura similar o superior. Eso, al menos en mi libro, no es una "pequeña victoria". Es un triunfo con medidas de gigante.

7 comentarios:

coriun goes to hollywood dijo...

Selente!

Creo que es de rigor reconocerle a Faith No More la cantidad de caminos que dispararon con apenas un puñado de discos.

Es verdad que en FNM reinaba una suerte de precario equilibrio que, entre otras cosas, mantenia a raya a Patton (algo decis sobre eso). Y que el valor del grupo residía precisamente en ese cruce de tensiones, en esa telaraña de buenas ideas, mala onda personal, tironeo artistico, etc.

Ese "mantener a raya" a Patton desaparecio una vez crecido este y al frente de su propia compañia discografica y eso provocó una avalancha de buenas ideas con escasa autocritica.

Yo estoy reescuchando FNM estos dias y estoy pirando con el sucesor de Angel Dust, King For A Day, Fool For A Lifetime, una maravilla de crudeza musical y lirica.

Por cierto, Billy Gould (me) dio la misma descripcion de Patton que haces vos: mas preocupado por impresionar que por emocionar. Eso si, lo dijo con palabras algo mas amargas.

Que gusto que hayas reaparecido. Un abrazo

Ezequiel dijo...

Yo en lo personal, nunca fui fan de Patton seguramente por esa aproximación que haces en los primeros parráfos al 'metal'. Pero si recuerdo en mi adolescencia escuchar el en su momento nuevo 'album of the year' y haberlo disfrutado y escuchado bastante. Despues fue abandonado el gastado cassette y reemplazado por alguna otra cosa más trendy. Tendria que bajarlo de nuevo - la regla me indica que discos que antes me gustaban, me siguen gustando.

Amadeo dijo...

Hay una regla que mencionaste en Fuck You Tiger alguna vez y es aquella que consiste en que muchas cosas que uno apreciaba en la adolescencia y de las cuales renego durante un tiempo pensando que eran boludeces de la misma en general son bastante mas dignas de lo que uno pensaba. A mi me paso en estos dias con Lifetime, hermosa banda de hc melodico que se volvio a juntar.

Ahora, FNM nunca me volvio loco, a pesar de que uno de mis mejores amigos es un fanatico incondicional de Patton. Recuerdo que el "King For A Day..." tenia unas cuantas canciones que me encantaban, voy a tener que bajarlo de nuevo.

Tremendo regreso. Es una alegria.

benito dijo...

Evidentemente a Patton le importa más ser brillante que conmovedor (entendiendo "conmovedor" como la capacidad de conmover en todo el espectro emotivo, no solo en lo sentimental, tierno o romántico), lo cual no siempre lo deja bien parado ante el cantante anterior de FNM, Chuck Mosley. Éste, que al parecer era un penal similar a Paul Di Anno, es muy malo en lo técnico cuando canta, pero nunca cae en los excesos dramáticos y teatrales que Patton consigue con sus cuatro octavas y su excelente fraseo. Pero misteriosamente Mosley suele sonar a veces mucho más humano que Patton (escuchen 'Anne's Song' del Introduce Yourself. Pero de cualquier forma Patton es un músico mucho más completo (hace poco vi una filmación de un recital de Tomahawk y el tipo maneja la voz con la misma soltura que Duane Denison maneja la guitarra).

Que raro que me resulta el leer cómo Quese o Amadeo se aproximaron por primera vez a FNM -banda que yo vi crecer- con sus últimos discos. Me hace sentir un dinosaurio.

Anónimo dijo...

Una cosa interesante, aunque no es el centro de tu post, es la descalificación intelectual del metal que mencionas al comienzo. Nunca entendí bien porque la música de unos subnormales de pelo corto era mas valida intelectualmente que la de unos subnormales de pelo largo.

Bueno, en realidad sí tengo una explicación que no se si esta bien o si alcanza. Los jevis son por lo general (aunque hay excepciones y bastantes) guachos de clase media baja o directamente baja, sin demasiado discurso sobre su propio gusto. El punk en cambio tuvo desde su origen una especie de meta relato (y meta relatores legitimados) que le fue dando "sentido" a sus actos.

No se, toy laburando y no tengo tiempo de desarrollar el asunto, pero es algo así como que el metal no tuvo quien le cantara su cólera hasta hace relativamente poco.

Me pasa igual que a vos con lo de sentirse (ser?) un dinosaurio ante los comments de quese y amadeo.

Cheers!

benito dijo...

Sin dudas hay un factor de clase en la discriminación del metal, pero también corre un factor de imaginería: en el metal el imaginario tanto visual como lírico (y las dinámicas dramáticas de la música) está relacioanda con la psiquis adolescente (masculina) y su fantasía. En el punk en cambio este imaginario se relaciona con las vivencias de un adulto joven (problemas laborales, sexuales, ideológicos), por lo que se percibe como música más madura (aunque ambos imaginarios estén separados por tres o cuatro años apenas, pero hay que recordar que ese tiempo es una enormidad en determinada edad). Hay también una conexión del punk con las vanguardias artísticas que no existe (o no existía) en el metal, el metal es -en apariencia y a priori- más bien reaccionario y conservador en términos de estética. Creo que por ahí va un poco el desprecio de un grupo en relación al otro, cuando en verdad están más cerca de lo que parece (Lester Bangs sostenía que el punk era heavy metal simplificado y tocado más rápido. Yo no coincido del todo, pero algo de razón tiene).

Yo tengo una formación más bien punky y siempre preferí esta tendencia a la metalera, pero en este momento -y por primera vez desde los 70- la música de influencia metalera está haciendo cosas mucho más interesantes y jugadas (¡y maduras artísticamente!) que los grupos de inspiración punk. Todo bien con Art Brut, pero me quedo toda la vida con Isis o The Dillinger Escape Plan.

Creo que históricamente hay algo de verdad en cuanto al mayor valor artístico -en términos de highbrow- del punk, pero lo que es una total injusticia es considerarlo más idealista o más radical.

De cualquier forma, y aunque siguen existiendo divisiones genéricas, todas estas percepciones son discusiones de gordos treintañeros; para un pibe nacido cuando Black Flag, Discharge e incluso Metallica habían dinamitado la frontera entre los géneros, toda esta parrafasada es totalmente baladí. Como las refriegas entre los montos y el ERP.

Anónimo dijo...

Tremendo post, me alegró el día encontrar tu nuevo blog. Exitos