viernes, 12 de junio de 2009

El hombre es como el oso

Pasé final y tardíamente por la Plaza Independencia para ver los famosos osos "compañeros" que habitan allí desde hace un mes, más o menos. Como se sabe, se trata de 140 esculturas de osos llamados Buddy Bears, que fueron creados a partir del oso símbolo de la ciudad de Berlín, para que artistas de diversos países pintaran sobre los mismos lo que consideraran representativo de su tierra, y luego los mismos son expuestos en espacios públicos, simbolizando la unión de las distintas idiosincrasias nacionales, siendo luego vendidos y utilizando el producto de dichas ventas en obras de caridad. Una de esas ideas tontas, inofensivas y notorias que no sirven para gran cosa, pero que tienen una cierta simpatía y, especialmente para los niños, pueden ser una excusa para descubrir algún país o alguna característica de dicho país que se ignoraba.

Entre las hileras de osos hay una brecha notoria, en el grupo de osos provenientes de países cuyo nombre comienza con "A". El oso ausente es el del país más cercano culturalmente y más parecido a Uruguay, Argentina, que tuvo que ser retirado luego de que fuera saboteado un par de veces. ¿Por qué hubo uruguayos que atacaron a lo que está propuesto como un símbolo de concordia mundial? ¿por qué realizar una acción de significado tan groseramente intolerante?

Bueno, el artista argentino decidió, en mi opinión con mucha sensibilidad en relación a la tradición pictórica del país vecina hacer un "filete", ese estilo encantador, y muy kitsch, tan profundamente porteño y al que hasta el ciego Jorge Luis Borges le ha dedicado unas hermosas páginas. El fileteado, como algunos -evidentemente no todos- saben, surgió como una forma de adorno de los carros comerciales a tracción animal, que eran ilustrados con figuras populares, frases de sabiduría popular (algunas compadritas como "Yo maté al Mar Muerto", o "al final, primero yo"), adornadas con marcos próximos al barroco y colores chillones. El fileteado fue definido por uno de sus maestros como "un pensamiento alegre que se pinta", lo cual es una paráfrasis de la conocida definición de Discépolo del tango: un pensamiento triste que se baila.

Y no es casual la referencia, ya que el fileteado está -como el graffiti (con el cual tiene algún parentesco precursor) y el hip-hop- inseparablemente ligado al tango, del cual es casi, como sabe cualquiera que haya visitado La Boca, su equivalente plástico. No es de extrañarse entonces que muchos de los filetes estén dedicados a grandes figuras del tango y, junto a la Virgen del Luján -señora y patrona de Argentina y protectora de los caminos- el personaje que más se repite en este arte popular es, lógicamente, Carlos Gardel. Y el oso argentino estaba ilustrado, justamente, por una imagen del Zorzal Criollo. Una ofensa terrible al parecer.

De todas las controversias que han existido entre las dos partes de esa misma nación que son Uruguay y Argentina, tal vez no haya ninguna más imbécil que la de la nacionalidad de Carlos Gardel. A mí me resulta imposible discernir si el tipo nació en Tacuarembó o en Marsella, aunque la teoría "uruguayista" siempre me pareció mucho más traída de los pelos y susceptible a falsificaciones que la "francesista", pero no puede importarme menos: para los que les interesen tanto las nacionalidades (no es mi caso) es totalmente innegable que Gardel no es ni uruguayo ni francés, sino que es evidentemente argentino, y porteño para ser más exacto. Gardel llegó a Buenos Aires -desde Francia o desde Uruguay, es irrelevante- a los dos años y medio, es decir, antes de tener una consciencia clara de nada, creció en el Abasto y se nacionalizó argentino apenas pudo. Desarrolló su carrera en ese país, hizo del mismo su residencia, vino a alentar a la selección argentina en el Mundial del 30 y le dedicó a su capital una de sus canciones más conocidas -"Mi Buenos Aires querido"-, sin que exista ni un tema de su autoría referido a Tacuarembó o a Marsella. Y, como es lógico, está enterrado en el cementerio de La Chacarita.

Hay artistas y personas totalmente ligados con la nación en la que nacieron, y hay muchos de doble nacionalidad. Yo, por ejemplo, defiendo mucho la cualidad uruguaya de Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, quién no sólo vivió en Montevideo hasta los trece años, sino que volvió a esta ciudad en un viaje misterioso cuando ya era adulto y en el que se puede rastrear referencias a la misma en toda su obra e incluso en su seudónimo. Lo cual no impide que esencialmente es un poeta francés. Ese no es el caso de Gardel, quién visitó mucho a Uruguay -que era su segundo mercado- y, con mucha viveza, solía asumirse como uruguayo ante la prensa local. Pero Gardel no era China Zorrilla, era un porteño, y además la principal figura histórica de un género cultivado en Uruguay pero esencialmente argentino: el tango.

Pero para algunos uruguayos ignorantes que los únicos filetes que conocen son los que se sacan de la cara cuando se afeitan borrachos, el que el oso argentino ostentara la figura del "uruguayo" Carlos Gardel, era una afrenta más de esa ciudad de malvados que quiere apoderarse de todo lo bueno del Río de la Plata, que por supuesto es todo proveniente de Uruguay, un país culto a diferencia de aquella bosta. Y para demostrar lo cultos que somos primero se garabateó al bello fileteado del oso argentino y luego, aunque supuestamente estaba bajo vigilancia, lo rayaron con algún objeto metálico. Como resultado el oso fue retirado y el orgullo oriental quedó en alto. No, si se iban a quedar con Gardel de prepo estos porteños arrogantes... Uruguay nomá.

El oso estaba localizado, como ya dijimos, en la Plaza Independencia, el mismo lugar donde hace dos años unas mujeres entrerrianas que habían llegado a repartir folletos contra la instalación de Botnia fueron agredidas a huevazos por un centenar de machos montevideanos. Sí, señor, para que aprendan lo que quiere decir en la República Ponsonby el significado de la palabra "independencia".

Ricardo Gómez, el pintor del oso porteño -un viejito de 82 años que es considerado el mayor maestro actual del arte del fileteado-, no se ofendió. Dijo que en todos los países hay inadaptados y que él en realidad consideraba a Gardel como un rioplatense, gentileza que los vándalos no se merecen y que la historia desmiente.

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En los mismos días en que se retiraba el oso compañero argentino hostilizado por los defensores de la cultura local, otro entredicho volvió a cruzar a algunos portavoces de ambas orillas del Plata. El precandidato blanco a la presidencia Jorge Larrañaga utilizó, para criticar la actitud de Tabaré Vázquez hacia las críticas de la Federación Agraria, el término "kirchnerista", convirtiéndolo, claramente, en un neologismo denigratorio en un país en el que Néstor Kirchner pasó a ser -a partir del conflicto por Botnia- sinónimo de todo lo abominable del ser argentino.

El embajador argentino Hernán Patiño Meyer protestó mediante una carta pública, en la que sensatamente recordaba que no está bien que un actor político de importancia como Larrañaga, y un presidente potencial si gana las internas, utilice el nombre del presidente de una nación vecina y asociada como un insulto, y que pase lo que pase ese apellido va a seguir gobernando Argentina durante los dos próximos años, en los cuales Larrañaga -antiguo intendente de una ciudad limítrofe como es Paysandú, tradicionalmente con enormes lazos con la cercana ciudad de Colón-, en caso de ser elegido presidente de Uruguay, va a tener que tratar y negociar con alguien que lleva el apellido Kirchner, con quién -en lugar de hacerle agresiones gratuitas-, podría aprovechar el cambio institucional para recomponer las muy dañadas relaciones entre los gobiernos de ambas razones, una oportunidad que Cristina Kirchner desperdició en forma increíblemente idiota al recriminarle a Tabaré Vázquez su política sobre el Río Uruguay en el mismo acto de asunción a su cargo.

Patiño Meyer cometió un error de forma, que le fue recriminado correctamente por el canciller uruguayo Gonzalo Fernández, y que fue el de realizar esta protesta mediante una carta abierta cuando lo protocolar era elevar una queja al Ministerio de Relaciones Exteriores, pero su protesta era válida, y su queja era tan comprensible como sensata su advertencia. Pero a Larrañaga no le dicen El Guapo por nada, y para demostrar que debe tener como tres huevos y 35 centímetros de pija, no sólo no dio ni la menor disculpa sino que mandó al embajador argentino a meterse en sus asuntos. El Guapo recordó cómo Kirchner -en este momento un ex presidente, no un futuro candidato-, se había metido en asuntos internos de Uruguay, diciéndole a Patiño Meyer: "le solicito que se calle y no se entrometa en los asuntos internos de la vida política uruguaya. No tiene ni derecho ni credenciales para ello." Tomá, porteño puto.

Pero eso no quedó allí, ya que convencido que era la hora de revolear pijas, el precandidato colorado Pedro Bordaberry -a quién una de sus canciones de campaña definía como El Jefe-, se refirió a Patiño Meyer diciéndole "A los Sarratea de estos tiempos les decimos que no se equivoquen"-, recordando al diplomático argentino Manuel de Sarratea, sobre quién pesa la acusación histórica de haber traicionado al padre (renuente) de la patria José Gervasio Artigas en 1812, algo que los uruguayos patriotas no olvidamos tan facilmente, porteños putos. El Jefe, que tiene tan buena memoria para la historia lejana, suele no saber nada de historia reciente cuando le preguntan por su padre -el ex dictador Juan María Bordaberry-, que tuvo una excelente relación con Argentina durante su presidencia, aunque por desgracia para ayudar a instrumentar la Plan Cóndor y para organizar asesinatos de políticos uruguayos residentes en Buenos Aires, como Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Al parecer eran épocas de buenos argentinos aquellas, nada de Sarrateas ni nada por el estilo, sino patriotas rioplatenses dispuestos a colaborar en la patriótica tarea de matar hombres de paz indefensos.

El último lustro ha sido un tiempo de permanente hostilidad entre estos dos países indistinguibles para cualquiera que no sea de la región, una hostilidad alimentada por políticos miserables de ambos países a la pesca del fácil aplauso nacionalista. Pero lo que, en su aplicada competencia de pijas gigantescas, El Guapo y El Jefe no entienden es algo que hasta el Pepe Mujica -no precisamente la estrella más brillante del firmamento intelectual-político- tiene claro: Uruguay no va a mudar de residencia y que su mayor socio comercial sigue siendo Argentina, país que cuando se resfría nos hace estornudar. Argentina depende poco y nada de su relación comercial con Uruguay, al contrario, la estructura bancaria de nuestro país ha sido un magnífico puente de evasiones de los grandes capitales argentinos, pero para Uruguay esta relación es esencial. Uno puede entender -y apoyar si se está de acuerdo- que las relaciones se vuelvan rísipidas o tensas cuando hay intereses enfrentados pero, ¿qué sentido puede tener el ofender gratuitamente a gobernantes tan irritables y caprichosos como los Kirchner, solo para hacerse los machos ante los correlegionarios? Si el día de mañana Larrañaga asume como presidente y a Cristina se le ocurre saludar la asunción de quien usa su apellido de casada como un insulto prohibiendo, con alguna excusa ridícula, las importaciones a la Argentina de carne uruguaya. ¿Va El Guapo a contratar a los miles de desocupados que eso produciría inmediatamente? Si decide que ante la crisis energética no se le va a vender más energía al país vecino, algo que nos salvó del colapso lumínico un par de veces en los últimos años. ¿Nos prestará El Guapo el generador de su estancia? Es facilísimo hacerse el macho con el riesgo ajeno. Es facilísimo hacerse el macho, algo que parece ser el punto esencial de estas precandidaturas de personas mediocres que no entienden la diferencia entre un estadista y un hincha de fútbol.

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Volvamos a los osos; el oso argentino que tanto molestó a los uruguayos era, por otra parte, uno de los más bonitos, de los mejor decorados. Algo difícil de decir del de Uruguay. Su autor, el sanducero Hiram Cohen, declaró haberse inspirado en su diseño de chorretes de pintura más o menos azarosos en el significado de la palabra "Uruguay"según el poeta Juan Zorrilla de San Martín, es decir, "río de los pájaros pintados". Hay que tener una imaginación muy libre para asociar el diseño de ese oso con pájaros multicolores, en realidad se parece más a la interpretación de un amigo mío, para quién el diseño le hacía pensar que el artista, luego de hacer sus necesidades fisiológicas y haber usado sus manos como papel higiénico, se hubiera limpiado las mismas en el desgraciado oso.

Literalmente el diseño uruguayo era el peor de los 140 osos exhibidos en la plaza. Entre otras cosas por su arrogancia arty: la idea de los osos pintados no era, claramente, la de hacer un ejercicio de abstracción desafiante, sino algo más bien relacionado con la simple artesanía. Algo que tratara, con buen gusto y humor, de informar algo sobre la nación que reprsentaba. Lo que el oso uruguayo informaba era solamente lo que ocurre con la concepción plástica de un país en el que desde hace una década el conceptualismo extento de la menor autocrítica -y financiado por los premios intercambiados por un círculo endogámico de artistas, jurados y curadores-, reina por encima de las más elementales consideraciones estéticas. El oso uruguayo no sólo es feo, es un oso perezoso, un oso haragán en su ejecución y arrogante en su selección. Una porquería de oso, la verdad.

Eso fue notado por muchos transeúntes, que comenzaron a hacer sentir sus voces de protesta recriminando la representación de semejante mamarracho, y tantas fueron las protestas que la Intendencia Municipal de Montevideo -la misma que demoró diez años en comenzar a proteger los monumentos nacionales de los parques de los ataques de los lateros, la misma que no parece ofenderse porque todas las paredes de los espacios públicos estén cubiertos de repugnantes pintadas políticas o incluso religiosas- decidió tomar parte en el asunto y, como suele suceder, el remedio fue peor que la enfermedad.

La solución no fue la de investigar la concepción estética detrás de la adjudicación del encargo a Cohen, o la de promover un debate público acerca de representación plástica oficial o arte en general (algo realmente necesario en estos tiempos en los que existen importantes sumas de dinero estatal dedicadas a la cultura y otorgadas bajo parámetros muy discutibles), sino encargar un nuevo oso uruguayo que nos representara mejor. Paradójicamente (o con sutil ironía), el mismo fue donado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y se le encargó al que aparentemente es el pintor oficial de la patria en estos días, Carlos Páez Vilaró. ¿Qué hizo Páez Vilaró, en su trabajo de carnero artístico? Maximizar la tendencia nacionalista chota de muchos de los osos y hacer un auténtico muestrario de todos los lugares comunes de lo que se considera "nacional". Vilaró incluyó un jugador de fútbol, un mate, una bandera, un músico de comparsa, un gaucho con guitarra, la torre del Estadio Centenario, la fragata Capitán Miranda, mucho celeste y una galera de los parodistas los Zíngaros, quienes lo homenajearon con una de sus "parodias" recientemente, lo que para Vilaró los convirtió instantáneamente en un símbolo nacional al parecer, lo cual no es de extrañarse ya que también está presente en el oso su propia casa, la irónicamente llamada "Casa Pueblo". In extremis, y luego de que lo había presentado a los fotógrafos de El País, le agregó -seguramente recriminado por la ausencia de "alta cultura" en su oso- un libro de Onetti, uno de Benedetti y uno de Galeano. Y en un acto de sublime chiquitaje, incluyó la imagen de Carlos Gardel en un homóplato del oso. Tomen, porteños putos.

El oso de Vilaró también es feo, pero es más coherente con el resto de la muestra y tiene al menos el grado mínimo de artesanía y técnica que exige esta idea más orientada a los niños que al público de las galerías. Pero el problema no son los osos sino más bien el hecho de que el ambiente artístico local guardó un patético silencio sobre el público y tremendo insulto que se le hizo a un colega; uno puede discutir la validez del más bien horrendo oso de Cohen, pero ese fue el oso seleccionado por un jurado y, si no se le consideraba representativo o era una gran cagada, lo que correspondía era recriminárselo a quienes lo seleccionaron o a quienes eligieron a Cohen para pintar al mismo. Una vez expuesto y acreditado, es de una grosería criminal el echar para atrás y pedir un nuevo oso a otro artista, haciendo oficial la opinión de lo fea o inadecuada que era la obra de alguien que había sido previamente elegido en forma también oficial.

Desconozco a Cohen e ignoro cómo puede haberlo afectado este insulto institucional, pero es algo que no le deseo a nadie. A mí se me enseñó, en Uruguay pero tal vez por otra clase de personas, que hay que hacerse cargo de las malas decisiones que se toman, y que cuando las mismas exponen a un tercero -en este caso Cohen-, hay que estar a su lado hasta el final. Ya se había hecho bastante el ridículo en forma anónima con el problema del oso porteño. Ahora se traicionó a un artista nacional en forma oficial y explícita. La decisión fue de la IMM, ahora bajo la administración del MPP-MLN y los tupamaros no se destacan precisamente por su poder de autocrítica, pero uno supondría que al menos podrían identificar lo que en una fábrica sería una brutal carnereada. Y los plásticos no se destacan por su solidaridad o empatía entre su gremio, pero me hubiera gustado leer al menos una carta de protesta sobre la humillación sufrida por uno de los suyos.

Los osos se irán en algún momento, y los alrededores de la Plaza Independencia -preparándose para el retorno de la presidencia a la misma- están rejuveneciendo y recuperándose de la brutal decadencia y tugurización que sufrieron en los últimos quince años. Pero ninguna consideración estética puede superar la sensación de profunda fealdad que vengo sintiendo en relación a lo "uruguayo" desde hace un tiempo. No me reconozco en esa pequeñez mental, en ese chauvinismo de enano con zancos, en esa cultura de lo desagradable y lo mediano, en esos candidatos posicionandose para la carrera por el poder montados en lo peor y lo más degradado de lo que se asocia con esta comunidad. No me sentía tan deprimido en lo político desde 1989, cuando el voto amarillo me expuso con claridad la cara oculta y canalla de la orientalidad, y veo día a día al país caminando, como quién se encamina hacia el paredón, hacia una opción de modelos perpetuadores de lo bruto, de la petulancia ignorante y autosatisfecha, de la vejez espiritual, de la jactancia teórica de una educación y una cultura a la que se ha saboteado de todas las formas posibles y a las que se desprecia burlonamente a la primer oportunidad, de la ausencia de responsabilidad mínima o de respeto hacia los espacios comunes. Del machismo terminal de una sociedad de gestos grandilocuentes públicos y cobardías íntimas.

Porque el hombre (uruguayo) es como el oso: generalmente en cuatro patas y de aliento asqueroso.