sábado, 17 de noviembre de 2007

Ego sum qui sum

En el extraviado programa conducido por Nacho Álvarez, Pan y Circo, se invitó -ante la ausencia de Gustavo Escanlar- al popular empresario y estrella radial conocido como Orlando Pettinati. En un momento de diálogo semi-casual se dio un momento fascinante de inmodestia de parte de Pettinati, hombre al que hay que reconocerle que se caga olímpicamente en los protocolos de humildad que supuestamente se exigen a los uruguayos notorios: Álvarez le preguntó qué edad tenía, a lo que Pettinati le contestó que 39; entonces Álvarez le comentó que recientemente, conversando con Gabriel Peluffo -cantante de los Buitres- le había preguntado al rocker (de edad similar a la de Pettinati) si no estaba ya pensando en "dar un paso adelante", es decir, retirarse de su actividad performática, a lo que al parecer Peluffo le habría contestado que sí, que lo estaba considerando. Al ser interrogado sobre si haría lo mismo o si seguiría con su actividad de conductor radial, Pettinati dijo que bueno, que mientras disfrutara de hacerlo y siguiera teniendo éxito en la radio y la televisión (omitió elegantemente el hecho de que nunca tuvo éxito en televisión), ¿por qué dejar de hacerlo? Y entonces agregó algo así como "porque vos se lo preguntaste a Peluffo... pero, ¡andá a preguntarle a Mick Jagger a ver si tiene que seguir cantando o no!". La implicancia estaba clara: Pettinati no es un Peluffo, es un Mick Jagger.

No es ni el primer ni el mayor exabrupto de ego de Freddy Nieuchowicz (a quién seguiremos denominando como "Pettinati" por motivos obvios de complejidad en el tipeo); hace un par de años recuerdo haber comentado en otro blog un reportaje en el que el hombre concluía diciendo que todos los que lo criticaban lo hacían porque hubieran deseado tener un programa como Malos Pensamientos. Recuerdo haber escrito que yo habría preferido ser castrado a dentelladas por ratas de puerto antes que ser responsable de semejante basura auditiva y que eso pese sobre mi karma, pero he descubierto con el tiempo que el hombre ya no me irrita como antes, sino que simplemente me entristece. No por lo equivocado que pueda estar en su montaña de ego y mugre moral, sino por lo que tiene de razón.

Este año culmina el ciclo de Justicia Infinita, programa que tuvo no pocos momentos brillantes y que ostenta el raro privilegio de haberle ganado, durante un mes o algo así, en audiencia a Pettinati quién viene dominando los diales uruguayos desde hace más de una década. De hecho lo sigue haciendo ahora, que se supone está en decadencia, y tiene récords totalmente absurdos como haber superado al público radial de la llegada del hombre a la Luna y cosas así. Así, el triunfo eventual de Justicia Infinita fue breve y a costa de un esfuerzo creativo intenso, en contraposición del programa de Pettinati, que conservó buena parte de su audiencia aún siendo hecho de taquito, gracias al considerable talento de su conductor para captar el mínimo común denominador de los uruguayos.

Hace poco tuve una experiencia que no tenía desde hacía diez años -cuando mi ida en ómnibus al trabajo coincidía exactamente con el horario de Malos Pensamientos, por lo que los conductores me obligaban a escucharlo diariamente (motivo por el cual me costaba no esbozar una sonrisa cuando me enteraba que habían matado a alguno en una rapiña)-, al subir en la tarde a uno de estos transportes públicos y escuchar, durante unos cuarenta minutos al programa en cuestión. Descubrí que no había cambiado para nada excepto por dos cosas presentes en los segmentos más o menos informativos: una posición crítica hacia las medidas de gobierno y varias profundas demostraciones de xenofobia anti-argentina. El hombre sigue sabiendo hacia donde sopla el viento.

También vi un par de veces Mundo Cruel, su programa televisivo, que me produjo dos efectos extraños; por un lado el sentirme absolutamente alienado de un chiste -o mejor dicho de una serie de ellos-, como si los estuvieran diciendo en otro idioma incomprensible, o más exactamente, como cuando uno lisa y llanamente no entiende un chiste. No la dinámica reconocible del chiste malo sino la totalmente desconocida, como si uno viera a un orate muerto de la risa frente a un cartel de tráfico. El otro efecto fue anular absolutamente mi pulsión de líbido hacia Patricia Wolf, que hasta ver Mundo Cruel me parecía una mujer extraordinariamente sexy.

Ultimamente me siento un poco desanimado en relación a la cultura general uruguaya, y no es que haya sido un gran optimista al respecto. Veo por un lado una fenomenal explosión de creatividad entre gente que promedia la veintena de años, acercándose a los treinta, pero en lugar de entusiasmarme esa energía no puedo evitar percibir la carencia absoluta de impacto cultural que tienen esos esfuerzos, perdidos en el ninguneo de los operadores de mercado y del que debería ser su público. Por otro lado también veo una monumental degradación de la opinión pública, del mínimo de sinapsis requerido para no comprar un buzón del tamaño de una procesadora de celulosa todos los días; de hecho adquirí una costumbre morbosa y deprimente, que es la de leer los comentarios de los lectores de Montevideo.comm, el portal más leído de Uruguay y, más allá de que habitualmente los foros públicos suelen ser cooptados por los lectores más imbéciles, el nivel habitual es el de un mono lleno de pelotillas e incapaz de administrar o elaborar ni una minúscula parte de la información que recibe. Y estamos hablando de gente que, como mínimo, sabe manejar una computadora e Internet.

Orlando Pettinati tiene motivos de que enorgullecerse más allá de sus ridículos récords de audiencia y tiene su lugar en la Historia; no por su producto, que va a ser piadosamente olvidado apenas el gusto popular se mueva ligeramente, sino como el símbolo de un tiempo oscuro en el que las máquinas de entretener descubrieron, como el Viejo de la Montaña, que todo está permitido y que una población degradada culturalmente y que ha perdido la capacidad de reacción negativa hacia las causas de esa degradación es más previsible -y más fácil de dominar- que aquellos perros babosos de Pavlov. Pettinati ha tenido la rara cualidad de ser un termómetro de precisión del inconsciente montevideano medio, de ese ciudadano feo e imbécil que vive en una ciudad que no se merece, cagando encima del legado de hombres mejores. Como un buen termómetro ha dado la temperatura exacta de la enfermedad, escrita en mercurio, debajo de un vidrio que, evidentemente no ha sido lavado. Y bueno, todos sabemos dónde se mete un termómetro para poder registrar algo.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La maldición de los cretinos

En la foto están tres personajes esenciales para la historia del punk y del arte contemporáneo en general. Ninguno de ellos tocó jamás un instrumento ni compuso una canción, que se sepa al menos; el de la izquierda es Arturo Vega, un artista plástico obsesionado con el pop art y las svásticas; en el centro está Linda Stein, ex esposa del dueño de Sire Records, Seymour Stein, y reconocida como una de las principales agentes inmobiliarias de New York; a la derecha está Danny Fields, escritor y descubridor de talentos del sello Elektra, responsable de que el mismo fichara y editara a The Doors, MC5 y The Stooges entre otros. Además de ser amigos entre sí y del legendario fotógrafo Bob Gruen, quién tomó esta foto, los tres tienen otra cosa en común y es la relación -como ilustrador en el caso de Vega, como managers en los de Stein y Fields- con la más desgraciada banda de la historia del rock'n'roll: The Ramones.

Hay algo de mala suerte -un porteño diría yeta- en las bandas de New York; siendo - o habiendo sido- una ciudad con una actividad artística superior a otras metrópolis anglosajonas como Londres, Los Angeles o Manchester, la cantidad de rockeros exitosos provenientes de la Gran Manzana es proporcionalmente muy baja, y la cantidad de formaciones fundamentales pero ninguneadas o ignoradas altísima. Hay excepciones como Kiss, Blondie, los Beastie Boys o los Talking Heads, pero desde que Velvet Underground inauguró en los 60 esta suerte de tradición de hermosos fracasos (en el sentido comercial, no artístico, por si hace falta aclararlo) que parecían destinados a conquistar el mundo y apenas llegaron al premio consuelo de ser "artistas de culto", es asombrosa: The Fugs, New York Dolls, Suicide, Television, Richard Hell, The Dictators, Wayne County, Dead Boys (originales de Cleveland pero instalados en la city), Theoretical Girls, Cro-Mags, James Chance, Bad Brains (de Washington DC pero en su mejor momento residían en NY), D-Generation, Bongwater, Alice Donut, Arto Lindsay,Lunachicks, The Frogs, Unsane, Versus, Toilet Boys, The Voluptuous Horror of Karen Black... todos artistas prestigiosos e influyentes, pero en términos comerciales desastrosos o irrelevantes en relación a las expectativas despertadas. ¿Por qué L7 sí y Lunachicks no? ¿o por qué Ween sí y The Frogs no? ¿Aerosmith y no los New York Dolls? Hay como una maldición; recuerdo ver a los Toilet Boys en el Bowery Ballroom y, sin que fueran mi ideal de banda, pensar "estos monos van a ser inevitables en los próximos años", y casi diez años después no pasó absolutamente nada con ellos mientras que bandas muy similares de lugares tan apartados del mercado como Escandinavia se han vuelto masivas... Pero ninguna de estas bandas fue un fracaso tan fulminante, destructivo y excesivo como The Ramones.

Más de un lector va a saltar a putear y a preguntarme cómo puede ser un fracaso una banda que era mundialmente conocida incluso antes de los días del sharing y con la que están familiarizado todo el mundo, pero estoy hablando en términos relativos: por supuesto que DNA fue una banda mucho menos conocida que The Ramones -y mucho más inviable en lo económico-, pero ni el mayor de los defensores de la no wave puede sostener que esto era ilógico. En cambio si hay un consenso en cada una de las declaraciones referidas a los Ramones de los privilegiados testigos de sus primeros recitales en el CBGB; todos hablan de su deslumbramiento y de la sensación de haber sido expuestos a algo absolutamente nuevo y absolutamente reconocible a la vez. Todos los que vieron a The Ramones en el CBGB a mediados de los 70 quedaron convencidos de haber vivido una experiencia similar a la de quienes fueron a ver en los 60 a cuatro melenudos que tocaban en el Cavern Club de Liverpool. Pero eso nunca sucedió; lo tenían todo para ser masivos y nunca llegaron a arañar siquiera la popularidad de bandas inferiores y olvidadas como los Bay City Rollers o The Sweet. ¿Qué a diferencia de Rancid van a seguir siendo escuchados y admirados dentro de 50 años? Sin dudas, pero eso no hace a su historia menos triste.

El desolador documental End of the Century y la autobiografía de Dee Dee, Poison Heart, son tal vez los mejores testimonios de esta derrota; uno puede ver como cada disco de la banda es editado recurriendo a los mejores productores disponibles, el mejor plan de lanzamiento o relanzamiento, la gira promocional más agotadora... y los resultados, en el mejor de los casos, son apenas medianos. Soportaron quince años de giras con algunos de los principales integrantes de la banda sin hablarse a causa de un serio problema personal, hicieron decenas de videos... hasta películas hicieron (Rock'n'Roll Highschool) sin que pasara realmente nada. Y no es, por supuesto que fueran los Flipper o alguna propuesta innacesible o autosaboteada; los Ramones hacían todo lo necesario, obedecían todos los consejos de sus managers y sus compañías, tocaban una y otra vez sus "hits", y nada. Tal vez se les notaba el que, debajo de su imagen algo cándida, era una banda singularmente negativa y autodestructiva. Es desolador en el End of the Century que recién al llegar a Argentina se encuentran con un estadio lleno de gente esperando verlos, cuando ya hacía mucho tiempo que había pasado su mejor cuarto de hora, o cuando ante el ascenso de Nirvana tienen un estallido de optimismo, convencidos de que EE.UU. finalmente se ponía en su sintonía. No fue así, y ahí tiraron la toalla. En menos de ocho años sus tres integrantes principales estaban muertos por distintas razones y siendo todos apenas cincuentones. Su disco más vendido, la recopilación Ramonesmania (un nombre de lo más irónico), apenas llegó a ser disco de oro; los Green Day, que en la ceremonia en la que los Ramones fueron ingresados al Rock'n'Roll Hall of Fame tocaron en honor a su influencia 'Blitzkrieg Bop' y 'Teenage Lobotomy' vendieron 18 veces más que el Ramonesmania con su disco no-recopilatorio Dookie. Todo esto es sabido, pero vale la pena recordarlo.

Porque es inevitable pensar que su maldición, que a la inversa de Spinal Tap afecta a todos los relacionados con la banda menos a los bateros, sigue intacta. La mujer de la foto, Linda Stein, fue encontrada asesinada en su apartamento de Manhattan la semana pasada, con el cráneo aplastado por un objeto contundente. Una mujer que era maestra cuando se casó con el ambicioso Seymour Stein (un legendario empresario discográfico al que está dedicada una canción de Belle & Sebastian con su nombre), con quién compartían un gran amor por el rock y con quién asistieron al surgimiento de una generación excepcionalmente brillante -esa criada en el Max's Kansas City y el CBGB- y a la que apostaron comercialmente. Linda en particular fue manager durante un tiempo de la más promisoria de todas estas bandas, adivinen cual, y se recuerda como esta mujer -tan parecida a las caricaturas de judías neoyorquinas que hace Woody Allen- mandó a cagar varias veces al eternamente quejoso Johnny Ramone, un tipo tan limitado que vivía protestando por la comida extranjera cuando estaban de gira en Europa. Después de divorciarse de Stein, Linda se dedicó a los negocios inmobiliarios, haciendo toda la guita que no había conseguido con los Ramones vendiéndole casas de lujo a las estrellas de cine.

Pero uno la recuerda más que nada por sus intervenciones en el testimonial y emotivo libro sobre el punk neoyorquino Please Kill Me de Legs McNeil, donde con singular desvergüenza habla sobre sus encuentros eróticos con Dee Dee, quién al parecer también atendía a su marido (eran tiempos muy liberales los 70). Curiosamente lo mejor del libro -sin contar a la maravillosa Bebe Buell, que es un capítulo (y un post) aparte- las declaraciones de los tres personajes presentes en la foto son, posiblemente, lo mejor del libro (Danny Fields, en particular, es una de esas personas que cada cosa que dicen arroja un rayo de luz que realza o desmitifica a alguna leyenda). No es de extrañarse, porque se trata de gente culta evocando su tiempo y papel en el centro de un momento cultural clave y divertidísimo, un privilegio histórico. Los Ramones fueron para Linda Stein un fracaso económico, sin embargo en todas sus necrológicas se destacaba más este rol que su rol de millonaria inmobiliaria y figura de la alta farándula neoyorquina. Y en sus declaraciones reproducidas -y plagadas de la palabra "fuck" que tenía como muletilla- ella siempre evoca esos tiempos como los mejores de su vida. No hay por qué no creerle, no hay por qué no creer que un puesto de capitán en una revolución cultural en las alcantarillas no haya sido más excitante que estar envejeciendo en un penthouse.

Vi una foto de Mick Jones y de Tony James el otro día; están hechos unos señorones pelados y maduros. Los punks se están haciendo viejitos, un mundo se prepara para la despedida que llega siempre pegada a la respetabilidad. Está creciendo una generación de abuelos punk; hasta los vándalos de principios de los noventas tienen sus canas y sus calvas. Vean las fotos actuales de Dinosaur Jr. Y luego escuchen su disco hasta que toda la música joven contemporánea pierda sentido.

Pero el asunto es solamente dar registro de otra pieza del misterio ramonero que desaparece prematuramente -como Hilly Krystal, como el CBGB-, parte de un universo que uno, vaya a saber por qué fenómeno empático, considera como familiar. Gente que quiso conquistar el mundo, beautiful losers de un tiempo en que ambos términos no eran incompatibles.