lunes, 30 de abril de 2007

No estamos solos

En una entrada reciente sobre particularidades del Parque Rodó señalaba lo chocante que me resultaba el que hubiera, como si fuera una bolsa de frula en una reunión de Narcóticos Anónimos, un cajero automático del BROU dentro del Casino del Parque Hotel y calificaba al ideólogo de eso de "sucio hijo de puta". Varios lectores disintieron con esta observación y la adjudicaron a mi habitual susceptibilidad o al clima anti-casinos que impera últimamente, alegando que era una comodidad y que tener cajeros automáticos a mano en los casinos era lo habitual en todas partes. Sabiendo poco y nada sobre casinos no me dio para discutir mucho.

Hace unos días mirando CQC descubro que en el segmento que antes hacía Daniel Malnatti, en el cual se reclama a alguna autoridad gubernamental o provincial que solucione un problema concreto y evidente en un lapso convenido de tiempo, se le reclama al responsable del tema juegos de azar de la Capital Federal (puedo estar equivocado, para un montevideano las diferencias bonaerenses entre Capital Federal y Provincia resultan totalmente inentendibles, así que lo que digo puede ser exactamente al revés) que haga como en Provincia y que elimine los cajeros automáticos en el interior de los bingos u otros centros en los que haya slot machines, poniendo de ejemplo la acción de algunos jueces que directamente los han prohibido. No soy un gran fan de CQC, pero el segmento era una notable pieza de sentido común. Pergolini -de quién se puede pensar cualquier cosa pero no que sea un promotor de represiones- ni siquiera se molestó en explicar mucho el motivo por el cual un cajero automático no debe estar en una sala de juegos de azar, porque es una cuestión de sentido común para cualquier persona que sepa que existe la ludopatía, es tan evidente como la prohibición de manejar borracho.

No hice la menor investigación al respecto, pero no creo que los argentinos sean la punta de lanza en un tema así y supongo que en muchos otros países debe haber legislaciones mínimas referidas al tema, especialmente si se trata de una sala de juegos estatal, parte de esa entidad que dice velar por nuestra salud física y económica y que no debería estar haciéndole zancadillas a la debilidad de sus gobernados. Pero acá ni siquiera se ha discutido algo tan evidente y a nadie le importaría un carajo lo que pasa en los casinos si no fuera porque el descontrol y la codicia en la IMM llegó a un punto tan exorbitante que los mismos llegaron a dar pérdidas. Y ni siquiera así se habla del tema, sino de a ver cómo se puede hacer para que los casinos vuelvan a ser rentables, que es lo que importa, por supuesto. Yo les tiro una idea: conviden a los jugadores con pasta base e instalen un escribano público en cada sala para que los mismos puedan jugarse sus propiedades sin mayores trámites.

lunes, 23 de abril de 2007

Wond'ring aloud

Fui a ver a Jethro Tull al Velódromo, no sólo por fetichismo visual y por quedar bien con mi pasado sino porque le tengo confianza a los buenos músicos veteranos. No me decepcionaron y por momentos tuve ese placer particular que produce la gracia deteriorada pero aún presente, la capacidad de poder jugar aún con las propias composiciones, de dejar en claro que esas canciones gigantescas son de ellos. Ya no se hace música sí, ni remotamente. Qué le vamos a hacer.

Continuando lo que hablábamos sobre la edad y los rockeros en un post anterior referido a The Police, Ian Anderson y los suyos -al contrario que Sting & co.- siempre parecieron viejos, aún de jóvenes, y -como lo señalaba un lector en un comment del mencionado post- cultivaron esa imagen deliberadamente, no solo en lo visual sino también en lo lírico y lo referencial. Parecería que al contrario que los punks -y tal vez merecedores de su odio por eso- Anderson y los suyos asociaran la credibilidad y la sabiduría con la edad y no con la juventud. De hecho en 1976, en pleno apogeo del punk, el supuesto carcamán Ian Anderson no había cumplido aún los 30 años. Irónicamente el músico que ese mismo año titulaba un album como Too old to rock'n'roll, too young to die, era un año menor que Patti Smith, que recién había editado su primer disco, y cinco años menor que Andy Summers. Y ya había compuesto, grabado y editado el Aqualung, el Thick as a Brick, el Living in the Past, el A Passion Play..., es decir, todo lo (mucho) que tenía para decir. Y todavía tenía en la manga dos discos como el Songs from the Wood y el Heavy Horses.

Pero el caso de Jethro Tull es bastante particular, tal vez no haya banda grande -y Jethro lo es- en la historia del rock que haya tenido menor descendencia. Tal vez sea la difícil amalgama de tradiciones que hay en su música, que juega con influencias aparentemente incoherentes de ambos lados del Atlántico (¿quién, además de Jethro y en una de esas Procol Harum puede mezclar blues y Bach sin que el resultado sea un híbrido malformado, digno de los experimentos berretas de crossover de finales de los 80?), tal vez sea la flauta, el asunto es que es casi imposible ver la influencia de Ian Anderson y los suyos en el rock contemporáneo. Lo cual es una pena, porque fueron -o son- la más dúctil y en algunos aspectos accesible de las bandas consideradas como rock progresivo, etiqueta que no le calza a practicamente ninguno de los discos de Jethro Tull (que suele estar más cerca de ser específicamente una banda de hard rock o incluso de folk). Sin embargo y a pesar de haber encontrado una llave maestra para poder sonar europeos y rockeros -dos términos en el fondo antitéticos- al mismo tiempo, Jethro Tull es una banda sin epígonos claros (a veces escucho algunos rastros en Guided By Voices y en The Decemberists, pero poca cosa más) y, menos entendible aún, sin respeto.

Tal vez sea esa condenada flauta -que es genial durante un par de temas pero que satura en un disco entero- o el personaje deliberadamente caricaturesco que Ian Anderson ha encarado desde hace décadas, pero lo cierto es que Jethro Tull es, a pesar de su evidente excelencia musical, una especie de placer culposo y casi sinónimo en algunos círculos de música desmedidamente pretenciosa. Y lo es, que duda hay, pero es el mismo tipo de pretenciosidad de Sonic Youth, de Death in June, de Einsturzende Neübauten, de Gastr del Sol... es decir, la pretensión de ser un objeto cultural serio y que además refleje y opine sobre la cultura en la que está inserto. Y además que suene. Esta bien que uno desconfíe de lo que escuchaban sus padres, pero no está bien arrugar la nariz ante Ian Anderson & co. y después andar hablando maravillas sobre Faun Fables o A Silver Mount Zion.

Lo cual no quiere decir que la obra de Jethro Tull sea intocable, por el contrario da la impresión de ser un grupo un poco desmesurado y con poca autocrítica. Anderson es un letrista colosal pero que sin embargo tiene notorias caídas en los lugares comunes del mal gusto. En la propia y colosal Thick as a Brick coexisten versos arriesgados y de potencia arrasadora -como toda la imaginería masturbatoria/épica de las primeras estrofas- con versos como "And the poet lifts his pen/ while the soldier sheaths his sword", que le daría vergüenza al propio Piero.

Pero, ¿para qué hablar de los defectos de una banda con tantas virtudes? Y, sobre todo, tantas canciones. Sin querer parecer exquisito, mi canción favorita de Jethro Tull es una de las más perdidas en su notable catálogo. Se trata de la poderosa balada que cerraba el lado A del Benefit: For Michael Collins, Jeffrey and Me, una canción formidable que recordaba al astronauta que se quedó orbitando en la misión del Apollo 11 mientras Neil Armstrong y Buzz Aldrin dejaban sus pisadas en la luna. Pero de la que me interesa escribir es de una de sus canciones más breves y hermosas: Wond'ring Aloud.

Wond'ring aloud
how we feel today.
Last night sipped the sunset
my hands in her hair.
We are our own saviours
as we start both our hearts beating life
into each other.

Wond'ring aloud
will the years treat us well.
As she floats in the kitchen,
I'm tasting the smell
of toast as the butter runs.
Then she comes, spilling crumbs on the bed
and I shake my head.
And it's only the giving
that makes you what you are.

Wond'ring Aloud es una canción excepcionalmente madura para un músico que al componerla aún no tenía 25 años, y de una concentración lírica que desborda ampliamente su duración (apenas 1:55). Inserta casi tímidamente como uno de los descansos acústicos del eléctrico y riffero Aqualung, Wond'ring Aloud se diferencia también del resto del disco por su contenido íntimo y doméstico, que contrasta con la fuerte sexualidad y furia antirreligiosa del resto del album. Es, evidentemente, una pequeña viñeta hogareña. Anderson, por entonces un chico de 23 años, acababa de casarse con la fotógrafa Jennie Franks, en cuyas fotografías se basaría el concepto de la canción Aqualung (motivo por el cual está en los créditos de la misma), y la experiencia se trasluce claramente en este tema breve y sentido.

No hay que engañarse por su duración y sus escasos cuatro acordes básicos -que volvería a usar con una guiñada el mismo año para la no menos melodiosa Wondering Again-, el tema tiene un arpegio bastante complicado y, sobre todo, cambia de tono sin apoyos evidentes, como escapándose del tiempo valseado de 6/8 y yendo de la parte A (Do-Lam) a la B (Re-Sol-Mim) en función de la letra y no de la estructura de las estrofas anteriores. El resultado es esa cualidad etérea que era muy habitual en la música de su tiempo (pensemos en Nick Drake, en Eduardo Mateo, en Tim Buckley) y que es casi imposible de encontrar en la música actual, donde la redundancia del anclaje temporal al beat y las estructuras regulares parecen ser obligatorias, no vaya a ser que se vuele la canción.

Pero acá lo que nos interesan son las letras, y la de Wond'ring Aloud también contiene una cantidad asombrosa de información en poco espacio. La primera estrofa recurre a algunas imagenes románticas relativamente comunes que sirven como introducción, pero la segunda, con su imaginería de cocina y desayuno en la cama concilia y contiene, con pocas palabras, tanto el amor de Anderson por esa clase de sensaciones cotidianas atemporales, casi propias de un hobbit, con el descubrimiento de las pequeñas maravillas de la vida en pareja. Sería simple e idiota caer en la tentación de encontrarle un lado machista a este regocijo (la mujer en la cocina que le trae el desayuno a la cama), ignorando que el tono del cantante es maravillado, levemente sorprendido, y estos versos sobre migas de tostada desparramadas sobre su cabeza irradian cualquier cosa menos servicio o poder (dicho sea de paso, Anderson es un reconocido sibarita que ha escrito textos sobre comida exótica, por lo que no es raro que haya relacionado su alegría con comida).

Hay una pregunta clave en Wond'ring Aloud y se destaca claramente: "will the years treat us well". No es el tipo de cosas en las que uno reflexiona a los 23 años, a menos que el presente sea tan satisfactorio que las dudas sólo se puedan proyectar al futuro. Y es esta duda -que el tiempo confirmaría como lógica ya que el matrimonio de Anderson y Franks duraría solo un lustro más- el único punto nebuloso en esta canción que trata esencialmente sobre la felicidad. Un sentimiento que generalmente no inspira canciones -a menos que el compositor provenga del Planeta Brasil- y que en este caso tiene la textura asombrada de estar siendo expresada por alguien que no está acostumbrado a la misma. La canción tenía que ser breve porque describe un pequeño satori, una de esas revelaciones cotidianas que nos dan nuestra propia medida y la de nuestros universos a partir de los más simples y cotidianos de los detalles; el tacto de una cabellera, el olor de las tostadas, el sonido de otra persona en la habitación contigua. No se puede cantar durante más de dos minutos sobre esos momentos de gigante que se cuelan en nuestras pequeñas vidas.

El tema termina con un verso y una conclusión (and it's only the giving / that makes you what you are) que recuerda un poco a la que haría años después Neil Young en otra canción sobre sentar cabeza, Comes a Time, con versos casi religiosos:
We were young - we were giving / That's how we kept what we gave away. No creo que los 70 fueran tiempos mucho más generosos que los actuales, pero por lo menos sus bardos aún tenían la delicadeza de escribir sobre la posibilidad de realización fuera del propio ombligo. Y de escribir bien, claro está.

jueves, 19 de abril de 2007

Cosas chiquititas

Un comment me avisa que en el elegante correo de lectores del semanario Búsqueda hay una carta referida a uno de los primeros posts de este blog. Compro el número y compruebo que en el mismo el licenciado Guillermo Baltar dedica una larga misiva a explicar en detalle mi identidad y currículum, tanto periodístico como lejanamente musical, para desmentir a continuación un dato que yo había incluído en mi post (titulado La cultura de espaldas). El dato erróneo que yo había incluído era que un artículo de Baltar -al que yo hacía una pequeña referencia en uno de los párrafos del excesivamente largo post- había sido "censurado" por el semanario Búsqueda, censura que habría provocado otro artículo de Elbio Rodríguez Barilari sobre dicha supuesta censura, artículo sobre el que yo me extendía un poco más que sobre el de Baltar.

En la carta, Baltar desmiente mi aseveración de que el artículo había sido censurado por Búsqueda y me recomienda verificar mejor mis fuentes. Buen consejo, de hecho lo sigo siempre cuando estoy escribiendo en un medio más o menos masivo sobre algo, siendo sí un poco más laxo cuando escribo en este blog cagado. Por lo que dice Baltar efectivamente cometí un error y que el licenciado jamás intentó publicar ese artículo en Búsqueda, medio al que deja en claro que respeta muchísimo y del que ni se imagina que pueda censurar nada. Ok, la cagué.

Sin querer sacudirme la culpa de arriba, puedo explicar mi error en parte: Barilari mencionaba que en uno de los principales semanarios de Montevideo se había rechazado ese artículo. Como para mí los principales semanarios de Montevideo son dos (Brecha y Búsqueda) y una fuente confiable me había dicho que no era Brecha, supuse que era Búsqueda y, al no estar seguro de ello, relativicé el dato con un "por lo que sé", que en mi barrio se entiende como un "aparentemente". Tal vez me olvidé de Caras y Caretas o Voces del frente; a veces uno hace cosas en automático -sobre todo cuando escribe en un blog- medio que ningún periodista toma como fuente absoluta, y en una de esas no los asocié con la definición de "principales semanarios". La comprobación de fuentes es una cosa compleja; de hecho el propio Baltar asevera que yo escribí ese post, pero que yo sepa está firmado como "benito" y no habría forma objetiva de comprobar que me pertenece con la seguridad que lo asevera Baltar (hubiera sido divertido enviar una carta negando en forma tajante mi autoría del post y atribuyéndosela a otro "benito", me hubiera gustado ver cómo probaba mi autoría con la seguridad que demuestra en su carta a Búsqueda).

Pero hay otro problema, yo puedo haber asumido muy rápido la identidad del medio -a la misma velocidad que Baltar asumió mi identidad con la de "benito"-, pero Baltar, con el post enfrente, cambia el sentido de mi frase, que es la siguiente: "Por último Elbio Rodríguez Barilari le dedicó su espacio en el coqueto Sábado Show a comentar una nota que Guillermo Baltar intentó publicar en Búsqueda (Barilari no menciona al medio, pero por lo que sé es dicho semanario) sin éxito y en la que expresaba su preocupación de emigrado acerca de la degradación cultural del Uruguay en los años posteriores a la dictadura."

No quiero ser detallista, pero en ningún momento hablé de "censura"; la censura, se entiende, es una supresión debida a la inexactitud o la inadecuación de los contenidos de una nota en relación a los intereses del medio. Yo no usé esa palabra y no la usé por un motivo expreso: no me convenció la argumentación de Barilari de que dicha nota había sido censurada por la mediocridad y los celos de los editores, más bien me dio la impresión, después de leerla, que había sido simplemente rechazada, lo cual no tiene por qué tener una relación directa con la política editorial del medio y sí con su política estética. Una nota puede ser rechazada no porque contenga información peligrosa que un medio no quiera difundir, sino simplemente porque a algún editor le pareció una bosta. A todos nos ha pasado.

Yo he escrito varias cosas más bien agresivas sobre Búsqueda -medio que, a diferencia de Baltar, no respeto mucho- en algún blog, pero este no era el caso. De hecho todo el post apunta a esa otra cosa, a señalar varias lecturas incorrectas de reacciones culturales locales, a como se ven reacciones mediocres donde tal vez solamente hayan elecciones estéticas tan válidas como las de cualquier egresado de cualquier universidad europea.

De cualquier forma no tengo ningún problema en aceptar mi error, o mejor dicho mi suposición. No creo que sea el último que cometa en Dragon Lieder, pequeño espacio que no tiene un carajo que ver con mi laburo fuera de él. Me asombra que un post publicado cuando el blog no tenía más de 20 visitas diarias genere una reacción que ocupe una página entera de Búsqueda. Me asombra sobre todo porque sigue siendo un pequeño dato totalmente accesorio e irrelevante, no una acusación tremebunda que de confir en un post que en cierta forma también hablaba sobre el divismo de algunos periodistas que hace tiempo que dejaron de entender al Uruguay y que evidentemente tampoco entienden las diferencias mediáticas y los rigores de referencia exigibles a espacios móviles del ciberespacio.

No tengo, o no tenía, nada en contra de Guillermo Baltar, y de hecho intenté referirme a su artículo con toda la educación posible ante un texto que me parecía más bien desinformado, pero que en todo caso era citado para agregar un ejemplo más a una serie de reflexiones -idiotas, acertadas, livianas o pesadas, en todo caso mías-; la reacción al respecto me hace pensar en las conocidas metáforas sobre matar insectos con misiles y símiles. Me parece que no es el error lo que molesta, error que en todo caso es solamente mío y no veo por qué afectaría el honor del aparentemente ultrajado Baltar, que sigue sin aclarar cual era el medio que le censuró dicho artículo, aduciendo que pertenece a su intimidad (pero dejándo saber que la censura existió de todas las formas posibles), actuando como si el dato lo ofendiera personalmente o como si fuera el escudero de Búsqueda. Me parece que lo que molesta es más bien no haber hecho mucho esfuerzo por demostrar un gran respeto hacia el artículo.

Pero en fin y si la blógsfera le parece tan esencial y tan importante como para rasgarse las ropas en público (o más bien rasgar las mías) para hacerme quedar como un mal periodista frente a los severos lectores de Búsqueda, está todo bien: cheer up, emo kid. Es sólo que me parece una sobrerreacción, como decirlo, un poco histérica: lo que escribo aquí no es tan importante. Ese post no era tan importante y dentro del mismo -como mínimo- Baltar no es tan importante.

sábado, 7 de abril de 2007

Too old to rock'n'roll, too young to die

(Dedicado al "viejo choto" G. Cerati, cuya música no me gusta y no creo que vaya a gustarme nunca, lo cual es irrelevante)

La reunión de The Police me dejó tan indiferente como puede dejarme el recuerdo de una emoción que no tuve. Siempre me pareció un grupo intrascendente que tuvo la suerte de cosechar lo que otros (The Clash, The Slits, The Pop Group) sembraron y sentar una escuela de guitarras anémicas y pasadas de chorus que arruinó buena parte del sonido de las violas del Río de la Plata durante los años 80. Sí, me gustan tres o cuatro canciones del Synchronicity y un par del primer disco solista de Sting; sí, Copeland es un muy buen baterista, etc. etc. De cualquier forma me parece más que un grupo una injusticia.

Pero lo que me interesa es un detalle etario; las fotos de la reunión muestra a la banda de rubios como lo que siempre fueron: un grupo de músicos adultos y maduros. Sólo que ahora es lisa y llanamente imposible de ocultar, son gente grande, alguno de ellos de la edad de mi madre, la edad de los abuelos. Pero al mundo no le importa, y está bien que sea así. No siempre fue así.

Cuando The Police surgió en 1977 existía en su ámbito una suerte de para-policía etaria evaluando la autoridad de expresión según la edad. Llevando al extremo el eslogan de Mayo del 68 que rezaba "no confíes en nadie de más de treinta", eslogan que invertía la autoridad del discurso tradicionalmente cedida a la experiencia y la edad acumulada, los punks ingleses le restaban incluso una década a aquel precepto, convirtiéndolo en un "no confíes en nadie de más de veinte". El impulsor parece haber sido John Lydon, o en aquel entonces Johnny Rotten, quién había hecho de "boring old fart" (que ha sido traducido adecuadamente en Buenos Aires como "viejo pedorro") su insulto favorito y que respondía "you're too old" cada re-pregunta, convencido de que todo lo que hacía era incomprensible para mayores de su edad. Cuando la periodista Caroline Coon lo entrevistó/promocionó en la Melody Maker, en sus famosas notas de 1976, Lydon/Rotten tenía 20 años. La maravillada Coon tenía 31.

El concepto cundió; Joe Strummer -uno de los rockeros más honestos de la historia- mintió con respecto a su edad durante todo este período, ya que a los 25 años podía considerársele un boring old fart, un veterano generacionalmente más próximo al pub-rock que precedió al punk que a este. Los jovencísimos The Damned ocultaron cuidadosamente la edad de Brian James, que a los 26 era un papelón para sus compañeros de banda, apenas veinteañeros (James era un mal necesario ya que aportó todas las canciones de los dos primeros discos). Los ahora olvidados Eater, prácticamente una banda de adolescentes, se divertían diciendo que el propio Lydon era "too old", pero nadie podía pelar más la partida de nacimiento que Paul Weller, quién a los 19 años se compuso todo el In the City y convirtió a The Jam en la banda más popular surgida del punk. Sólo The Stranglers, la banda más veterana y solitaria de la escena -y en muchos aspectos la mejor y más radical- se pasó por las partes el problema generacional y nunca hicieron el menor esfuerzo por disimular su mayor proximidad con la tercer década que con la adolescencia. Lo cual es comprensible teniendo en cuenta la caripela indisimulablemente adulta de Hugh Cornwell.

Esta carrera hacia atrás en el tiempo en la que la autoridad de la voz era directamente proporcional a la juventud de quién hablaba era, como ya dijimos, un concepto heredado de las luchas generacionales de fines de los 50 y de los 60 en general, sin embargo no era necesariamente un requisito del rock. Bill Haley había hecho al mundo bailar rock'n'roll alrededor del reloj cuando ya había cumplido los 30, más o menos la misma edad de Chuck Berry -quién tenía nada menos que 32 pirulos cuando escribió 'Sweet Little Sixteen'- en su apogeo, y ni hablemos de los patriarcas del rythm & blues. Elvis Presley y los Beatles sí eran muy jóvenes en su período más creativo y glorioso (cuesta creer que George Harrison tenía apenas 27 años cuando los Beatles habían completado su discografía y dejado de existir). Pero en la generación que los sucedió coexistían sin problemas adolescentes como las Runaways y treintañeros como Gary Glitter, aunque el promedio de edad era por lo general más alto que el de los músicos de fines de los 60. Esto cambió con el advenimiento del punk, aunque deberíamos decir que pareció cambiar. De hecho el punk, que discursivamente promovía una cierta caza de brujas que deshechaba propuestas musicales en virtud de la edad de sus intérpretes, era en su origen una de las corrientes musicales más envejecidas de la historia del rock. Varias de las principales figuras del punk neoyorquino, como Patti Smith, los Heartbreakers o Debbie Harry, frisaban los 30 cuando lanzaron sus primeros discos y, aunque Johnny Rotten o Mick Jones fueran apenas veinteañeros, los cerebros ideológicos detrás de los Sex Pistols y The Clash -sus managers Malcom McLaren y Bernard Rhodes- no lo eran. Sólo el hardcore yanqui, con bandas de casi niños como The Adolescents, Redd Kross o Minor Threat, parece ser un género realmente ideado y generado por chicos, pero -qué casualidad- el principal organizador y referente ético, Greg Ginn, el líder de Black Flag y creador de SST, también andaba por los 27 al generar el asunto.

¿Qué quiere decir esto? Nada, hay distintas formas de ver las cosas. Se puede asegurar que para determinados géneros la juventud es la única garantía de originalidad y energía, y la novedad o frescura -uno de los principales activos de la música rock- es algo que en los tiempos recientes se relaciona automáticamente con la extrema juventud. Simultáneamente se pueden leer cosas como esta entrevista cruzada entre Can y Blur y llegar a la simple conclusión de que en términos artísticos la juventud es más que nada un estado de ánimo, o una utilidad extra para los posters y videos. Pero arrancamos hablando de The Police y por algo fue.

La banda de los rubios fue uno de esos proyectos poco espontáneos en los que músicos profesionales se juntan no para ver qué pasa, sino para generar un producto deliberado que apunta específicamente a un mercado potencial. No es algo necesariamente malo, los alemanes de Faust hicieron lo mismo. El primer disco de The Police, Outlandos D'Amour, está cuidadosamente pensado para explotar el fenómeno del punk sin hacerse enemigos, y es tan exitoso en su objetivo -disimulando pero no eliminando las raíces jazzeras de los tres músicos- que sin dudas es una obra admirable. Pero tenía un tema culposo y revelador de que el trío se sentía un poco paranoico: 'Born in the 50'.

Musicalmente es, a pesar de su potente estribillo, el tema más tosco y primario del disco. El estribillo, puño en alto, es más bien un intento de hacerle una guiñada al ala más populista del punk que otra cosa, pero lo que necesita una cara pétrea es lo que dice y connota. Desde el título la canción está planteada como un himno generacional, reforzado en los coros ("¡we were born / born in the fifties!"), alineando a la banda con la franja etaria que componía la mayor parte del público del punk y la new wave y que exigía que sus ídolos fueran sus coetáneos. El problema es que Sting & co. apenas eran "born in the fifties", o no lo eran en absoluto.

Nacidos respectivamente en 1951 y 1952 -es decir con 26 y 25 años en 1977-, Gordon Sumner y Stewart Copeland pertenecían a la franja más adulta de los músicos de la escena new wave o punk, y como si fuera poco tenían un background social y cultural que no podía estar más alejado de los chicos que hacían pogo debajo del escenario. Pero Sting escondía sus acordes de jazz debajo de la síncopa de reggae de 'Roxanne' y cantaba que había nacido en los 50 a un público que suponía que se refería a 1957 o 58, no al borde de la década anterior. Tal vez detrás de semejante paranoia generacional hubiera simplemente una lucha de egos entre sex symbols rubios: casi simultáneamente a la aparición de Outlandos D'Amour se publicaba otro poderoso disco de punk-pop, el primero de Generation X, banda comandada por un Billy Idol que proponía un appeal físico muy similar al de Sting y que parecía obsesionado desde el nombre de la banda hasta la temática de sus canciones ('Youth, Youth, Youth', 'Your Generation', 'Wild Youth') por lo generacional. Generation X también dividiría las generaciones en buenas y malas según su edad ("your generation don't mean a thing to me" le cantaban a un Pete Townshend que en 1977 tenía sólo 32 años y quién aún no había publicado el magnífico Empty Glass). Una década más tarde, Tony James -uno de los líderes de Generation X- seguiría obsesionado por venderse como la quinta generación del rock con Sigue Sigue Sputnik, a pesar de que ya era mayor que el defenestrado Townshend en el momento de 'Your generation'.

Volviendo a The Police y esta canción descarada, la mayor paradoja del 'Born in the 50' de The Police era la de Andy Summers, quién tocaba con entusiasmo el riff del tema habiendo nacido en 1942, es decir, siendo un joven debutante punk a los 35 años. Summers estaba más próximo a ser un "born in the thirties" que a ser un hijo de los 50, pero, bendecido con una cara de niño bastante atemporal, se las arregló para mantener su larga biografía de ignoto músico de jazz-rock (habiendo empezado de adolescente, llevaba más de 20 años tocando cuando entró a The Police). Le salió bien; al público le sigue importando más lo que se expresa que los números en los documentos de los artistas. A las máquinas de promoción no, necesitan renovación para justificarse, y por eso seguirán siendo tapa los últimos discos de Kasabian o My Chemical Romance, mientras el mundo ignora las obras recientes de Richard Thompson o David Thomas.

El problema de la edad es físico y existencial, no artístico. El rock es ya una música vieja cuyos primeros cultores son ahora ancianos que comenzarán a morir de senilidad durante la próxima década. Esto no la invalida, pero sí invalida sus pretensiones de vocera de la juventud eterna. Hoy en día el mundo está lleno de ex punks que a los 50 años todavía tienen una marca de dónde se atravesaron la mejilla con un alfiler de gancho a los 20, ¿deberían considerarse excluídos de la música que ayudaron a generar? ¿deberían renegar de la vida que eligieron en su juventud y adaptarse al rol gris que las sociedades le atribuyen a la gente de su edad? ¿puede ser su derrota tan completa que ni siquiera tengan poder de decisión sobre el pequeño territorio de sus vidas privadas? Bueno, eso el lo que piensa la policía etaria y sus millones de defensores voluntarios que, como las juventudes chinas de la Revolución Cultural, persiguen a la generación anterior sin darse cuenta de que están siendo manipulados por alguien aún más anciano, poderoso y cruel. "You're too old" decía lapidario Johnny Rotten para terminar una discusión. Bueno, ahora John Lydon es un señor realmente mayor, ¿deberíamos suponer que eso lo invalida artística e intelectualmente ante alguno de los Kaiser Chiefs? Yo paso.

El poeta Leonard Cohen publicó su primer disco cuando contaba con 37 años y el mundo de los cantautores no volvió a ser el mismo. La artista plástica Kim Gordon agarraría por primera vez el bajo a los 30 años, en una banda -Sonic Youth- cuyo nombre puede considerarse una refinada ironía y que se revelaría a la postre como la banda de rock más influyente e importante de su tiempo. Pero es la aparición de Robert Pollard -quién editó el Propeller de Guided By Voices a los 35 años- como figura central del indie-rock la que supuestamente debería haber enterrado estas discusiones. Ya pasaron quince años desde el Propeller, yo todavía estoy tratando de asimilar el impacto.

Veo a los Police en la televisión reunidos después de todo ese tiempo y parecen estar pasándola bien. En una de esas todavía tienen algo que decir y algo que tocar, al fin y al cabo se disolvieron en el cenit de su carrera, con su primer disco, Synchronicity, que -en mi opinión- tenía algunos rasgos de grandeza. Es comprensible que quieran retomar ese camino interrumpido después de unos pocos discos y es más que probable que no lo hagan solo por dinero. Y sería interesante que tocaran hoy en día un 'Born in the 50', totalmente re-significada ahora que el haber nacido en dicha década no connota en absoluto una juventud radiante. En todo caso, hagan lo que hagan está todo bien: nunca van a ser peores que el mainstream actual. No hay forma, vienen de un tiempo en el que las exigencias eran considerablemente superiores.

PD: En las antípodas de los problemas de los Police con el calendario estaría el no menos rubio pero canadiense Bryan Adams, cuyo mayor éxito 'Summer of 69' -editado en 1984- lo presentaba como un treintañero nostalgioso de sus romances de adolescencia en el último verano de la década mágica. Sin embargo Adams tenía sólo 10 años en el 69 y apenas 25 cuando editó la canción. Esa extraña decisión en un ámbito regido por la juventud o su ilusión hace que si por alguna de esas casualidades llego a ver en vivo a Ryan Adams (sí, Ryan) alguna vez, voy a ser yo el guaso que le pida 'Summer of 69' y cause su acostumbrado berrinche estelar.